De hecho, en la UE, que todavía no se ha pronunciado de manera definitiva al respecto, también se ha prohibido en los biberones desde finales de 2010. Pero España sigue sin adoptar medidas claras contra el bisfenol A (compuesto también conocido por las siglas BPA) pese al creciente consenso en la comunidad científica independiente sobre su impacto negativo sobre el sistema endocrino.
El compuesto se halla en el recubrimiento interior de las latas de conserva
Un 90% de los estadounidenses tienen trazas de bisfenol A en su organismo. Y las mujeres embarazadas y los niños españoles, la población sobre la que puede causar mayores daños hormonales, “orinan de dos a cuatro nanogramos al día”, revela Nicolás Olea, del Instituto de Investigación Biosanitaria de la Universidad de Granada, uno de los mayores expertos nacionales en la materia, que lleva años denunciando su peligrosidad: “expuestos a esa sustancia en esa fase de su desarrollo, puede afectar a su fertilidad reproductiva y al desarrollo de cáncer en edad madura”.
Las investigaciones llevadas a cabo por su equipo han detectado por de pronto que las células cancerígenas de los tumores mamarios prosperan en contacto con el bisfenol A. Y diferentes estudios en todo el mundo relacionan la absorción de esta sustancia con enfermedades como cánceres, diabetes, infertilidad, obesidad, problemas cardiovasculares, alteraciones neurológicas y del comportamiento o endometriosis (dolencia que provoca quistes en los ovarios).
Para la prohibición total en usos alimentarios en Francia en octubre del año pasado resultó clave el contundente dictamen científico de la Agencia Nacional para la Seguridad Sanitaria de la Alimentación, el Medio Ambiente y el Trabajo (Anses, en sus siglas en francés), que además propone posibles alternativas para su uso.
La Autoridad Europea para la Seguridad Alimentaria (EFSA) publicó también el pasado mes de julio un informe donde alerta que los niños de entre 3 y 10 años son los más expuestos debido a que su consumo de alimentos en relación a su peso es superior al de otras edades. Y señala que un 23% de las mujeres embarazadas están expuestas a niveles potencialmente peligrosos.
"El bisfenol A es la estrella de los disruptores endocrinos, sin duda es el más estudiado. Hay una base científica impresionante, con más de 1.000 trabajos realizados", afirma Carlos de Prada, de la Fundación Vivo Sano, que dirige la campaña Hogar sin Tóxicos y aboga por su prohibición total.
En el papel térmico
El producto, utilizado para ablandar determinados plásticos, se usa también en las resinas epoxi del recubrimiento interno de latas de conservas como antioxidante y anticorrosivo pese a que se ha demostrado que se transfiere al contenido, especialmente a los líquidos (para lo que hay unos límites fijados en Europa). Y aparece igualmente en la pátina antiadherente de las sartenes.
Asimismo, se encuentra en la composición de algunos geles o jabones de ducha y en los filtros antivioleta de los protectores solares. Aunque, como detalla el informe gubernamental francés, muchas de sus aplicaciones podrían ser fácilmente prescindibles.
Electrodomésticos, pinturas, cascos de motorista, paneles solares o materiales médicos también lo incorporan. Y no sólo se entrará en contacto con el bisfenol A cuando se usen regularmente estos objetos, sino ya desde el momento en que se pagan en la tienda: el recubrimiento del papel térmico, utilizado en las cajas de los establecimientos comerciales para confeccionar los tiquetes, es a base de bisfenol A. Sin embargo, la principal vía de acceso de este compuesto químico a nuestro organismo es sin duda la alimentaria.
Los fabricantes, como Bayer o Dow Chemicals, son algunos de los mayores grupos químicos del mundo, y de los principales grupos de presión a nivel internacional, y niegan su efecto negativo para la salud humana o el medio ambiente esgrimiendo para ello estudios que en muchos casos han financiado en los que comparan su impacto con el de cualquier hormona sexual.
No se ha estudiado bien el impacto ni del 1% de 100.000 sustancias químicas
“Pero, de las más de 100.000 sustancias químicas que se comercializan en la UE, ni en un 1% de los casos ha sido debidamente evaluado su riesgo para la salud o el entorno”, afirma rotundo Carlos de Prada. Y ello pese a la aprobación hace seis años del reglamento sobre productos químicos REACH, de más de mil páginas, considerado por muchos la legislación técnicamente más complicada jamás abordada por la UE. Se tardaron otros siete años en consensuarlo, redactarlo y votarlo.
Ante la dificultad para implicar en la lucha al mundo político, y no digamos ya al económico, sobre esta cuestión, De Prada aboga por el poder del consumidor: “comprar o no comprar una cosa puede hacer cambiar las fuerzas del mercado”, asegura. Así pasó en Estados Unidos en el caso del gigante Wal-Mart, que no es precisamente una de las empresas de mayor sensibilidad social o ambiental del mundo.
Para ayudar a identificar la presencia del bisfenol A en envases de plástico se puede consultar el código de reciclaje que deben llevar en su base. Los que pueden contener más trazas son los que llevan los números 7, 3 y 10. Los plásticos que no contienen BPA, ftalatos ni poliestireno expandible son los que llevan los códigos de reciclaje con los números 1, 2, 4 y 5. En cualquier caso, no es conveniente reutilizar en demasía los envases que lo contienen, ni calentarlos.
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