Los investigadores van desvelando poco a poco los secretos de los impresionantes templos de Angkor, situados al norte de Camboya, una de las mecas de la arqueología mundial, que a día de hoy siguen envueltos en misterio. Recientes descubrimientos han revelado que el inmenso complejo era todavía mucho mayor de lo que se creía, y han confirmado que el conjunto sucumbió a los efectos de un cambio climático que lo dejó sin acceso al agua.

El Imperio Jemer, un poderoso estado que llegó a dominar todo el sudeste asiático, construyó este conjunto de edificios entre los siglos IX y XV. Fueron la sede del poder de una potencia regional que se extendió gracias a la revolución agrícola impulsada por el rey Jayavarman II (802-850). Con la construcción de complejos sistemas hidráulicos (canales, fosas, terraplenes y grandes depósitos, conocidos todos ellos como barays, que permitían almacenar el agua sobrante en la temporada de lluvias) y el regadío intensivo de los campos, se multiplicaron las cosechas de arroz y se produjo una explosión demográfica que conllevó una expansión territorial. Pero, con el paso del tiempo, los adelantos técnicos que les habían llevado tan lejos no impidieron la caída del imperio. Más bien la propiciaron.

A pesar de su avanzado sistema hidrológico, los jemeres no pudieron superar las sequías

Un grupo de investigadores dirigidos por Mary Beth Day, de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), reveló que los cambios en el clima causaron la debacle. A pesar del avanzado sistema hidrológico, los jemeres no pudieron hacer frente a un prolongado período de sequías. Las causas medioambientales se suman así a una larga lista de hipótesis sobre la caída de aquella civilización, como la guerra o los cambios registrados en los patrones comerciales.

"Angkor tenía un sistema de gestión del agua muy sofisticado, pero no fue suficiente para combatir los problemas climáticos extremos y la agitación política y social", afirma Beth, quien cree que su investigación tiene implicaciones para los retos medioambientales actuales. "Podemos aprender mucho del estudio de cómo el cambio climático afectó a las poblaciones en el pasado, nos ayudaría a idear formas de hacer frente al futuro”, añade.

Tras su periodo de esplendor, Angkor se sumió en el abandono y fue reconquistado por los frondosos bosques tropicales, que aún guardan tesoros que nuestros ojos no son capaces de ver, y nuestra mente ni tan siquiera imaginar, como muestra Ta Prohm, el templo de la película Tomb Raider, que durante siglos fue devorado por las raíces serpenteantes de cientos de árboles. 

El mundo olvidó la existencia de Angkor hasta finales del siglo XIX, cuando el explorador y naturista francés Henri Mouhot le dio popularidad internacional. Actualmente, el asentamiento del que fuera el gran centro político, religioso y social del Imperio Jemer abarca una extensión de 200 kilómetros cuadrados, aunque se calcula que la cifra podría llegar a los 3.000.

Pisarlo es adentrarse en un mundo mágico en el que las imponentes construcciones viven en armonía con la naturaleza formando un todo perfecto. Sólo los grupos de turismo de masas –el asentamiento tiene más de dos millones de visitantes anuales– y las tiendas que ofrecen incesantemente sus productos a los visitantes a cambio de unos pocos dólares devuelven de tanto en tanto a la prosaica realidad.

No fueron recintos sagrados 

El corazón del conjunto de templos desperdigados por la jungla es el impresionante Angkor Wat, el más famoso y el mejor conservado, del que un último estudio, desarrollado por los arqueólogos Roland Fletcher y Damian Evans, redefine su extensión geográfica, arquitectura, patrón de población y funciones.

Angkor Wat es una de las construcciones más importantes del mundo antiguo y la mayor estructura religiosa construida antes del siglo XX. A principios del siglo XII, cuando empezó a erigirse, se convirtió en el centro político y religioso del imperio hasta que a finales de la centuria se trasladó la sede real al cercano Bayón (en el centro de la ciudad de Angkor Thom). Desde entonces, el interior de Angkor Wat se ha utilizado con fines rituales: primero, para la práctica del hinduismo y, después, del budismo.

Hoy es motivo de orgullo nacional –sus torres con forma de lotos florecientes figuran en la bandera del país– en una Camboya que intenta labrarse un futuro próspero y en paz tras los terribles años de la guerra de Vietnam y el genocidio cometido por el régimen de terror de los Jemeres Rojos, que entre 1975 y 1979 provocó, según distintas fuentes, entre millón y medio y tres millones de víctimas mortales e incalculables sufrimientos al resto de la población.

Los expertos emplean la tecnología LIDAR, el georradar y las excavaciones

Para descubrir los entresijos del monumento y del resto del asentamiento nació el Gran Proyecto de Angkor, una investigación internacional dirigida por Roland Fletcher y Damian Evans, de la Universidad de Sidney (Australia). Los expertos emplean una tecnología de escaneo aéreo por láser (LIDAR), que es capaz de producir mapas detallados de la superficie del terreno incluso a través del denso bosque tropical; el georradar, que detecta objetos o estructuras por debajo del nivel del suelo, y las excavaciones controladas.

Gracias a estos métodos, los investigadores han podido saber que Angkor Wat fue mucho más grande de lo que revelan los restos conservados y que estaba delimitado en su lado sur por una enorme estructura, denominada de “espirales rectilíneos”, de más de 1.500 metros de longitud y 600 metros de anchura, tal y como publican en la revista Antiquity. Por el momento, los arqueólogos desconocen su función, puesto que no disponen de ninguna referencia similar.

“Esa estructura ha sido atravesada por numerosos investigadores y millones de turistas desde la década de 1860, lo que demuestra que tendemos a no observar lo que no esperamos y pone de manifiesto la capacidad de la arqueología, y especialmente de la teledetección, que nos permiten verlo”, afirman los expertos. También han descubierto ruinas enterradas de un conjunto de torres que creen que formó parte de un santuario erigido de forma provisional durante la construcción del templo principal y que fue derruido posteriormente. Asimismo, el equipo ha constatado que Angkor Wat fue fortificado con estructuras de madera durante el declive del imperio.

Y han encontrado indicios de pequeños núcleos residenciales en las cercanías del complejo, incluyendo una red de caminos, estanques y montículos que podrían haber sido empleados por los siervos del recinto. Se trata de un hallazgo que parece refutar la teoría de que los templos fueron recintos sagrados. "Esto desafía el concepto tradicional sobre la jerarquía social de la comunidad de Angkor Wat y apunta a que el templo, delimitado por un foso y un muro, tal vez no fuera para uso exclusivo de los ricos o de las élites sacerdotales", argumenta Fletcher. Los nuevos datos arrojan luz sobre la enigmática historia del templo más famoso de Angkor, sólo una pequeña pieza del complejo y fascinante rompecabezas que se extiende a sus pies.