El problema, a menudo, no es sólo hallar soluciones específicas para problemas concretos –aunque también–, sino que hace falta un cambio de visión global que afecta algunas de nuestras verdades más asumidas. Y a eso aspira a llegar la llamada economía circular, un concepto que está empezando a arraigar en muchas mentes y sectores de actividad.
Se trata de un modelo en el que el residuo se convierte en materia prima, cerrando un circuito inacabable que proteja los rincones aún vírgenes del planeta de nuestra voraz e insaciable necesidad constante de nuevos recursos, y que permita pensar en una fórmula que garantice la supervivencia de la especie humana –y de las demás– a largo plazo.
El reciclaje, el consumo colaborativo, la reparación o la segunda mano son las claves
La economía circular no sólo es imprescindible para garantizar la presencia humana en el planeta, sino que además su aplicación resulta extremadamente urgente para territorios altamente poblados y sin grandes recursos naturales, como es el caso de Europa.
Una Europa que recientemente ha dado marcha atrás en su política para fomentar el reciclaje. La nueva Comisión Europea, presidida por Jean-Claude Juncker, ha tumbado la Directiva sobre residuos propuesta por el anterior equipo, conocida como el paquete de la economía circular, que fijaba un objetivo obligatorio para los estados miembros: que en 2020 reciclaran al menos un 50% de sus residuos, y hasta un 70% para 2030.
La implementación de estas medidas, según la propia UE, supondría un crecimiento del 1% del PIB continental, la creación de 180.000 nuevos puestos de trabajo y un ahorro potencial de 630.000 millones de euros para la industria europea. También, naturalmente, haría innecesarias la apertura de alguna nueva mina o la deforestación en algún saqueado país en vías de desarrollo.
España recicla ahora mismo el 38% de sus residuos, más cerca del furgón de cola que de la locomotora en el ranking europeo, por lo que su margen de maniobra es enorme. Aun así, los expertos son optimistas y estiman que en los próximos seis años será factible llegar al 53%de desechos recuperados.
Desde la Fundación Economía Circular, entidad que trabaja en favor de esta transición económica y autora de algunos de los estudios que aportan los datos reseñados anteriormente, se destaca que el reciclaje es solamente uno de los pilares sobre los que debe sustentarse este cambio de chip.
El nacimiento del prosumidor
Entre las otras medidas urgentes se encuentra la reducción del consumo, mediante la generalización de herramientas de consumo colaborativo, el fin de la obsolescencia programada, la reparación de productos, el aprovechamiento de partes y piezas, la segunda mano y el reaprovechamiento. Y, en un paso más allá, un cambio en la cultura de la posesión frente a la del uso funcional.
El resultado final –e ideal– sería una reducción drástica de la necesidad de nuevas materias primas y su obtención a través de los residuos, sin depender del hallazgo o explotación de recursos naturales. La misma solución propuesta por la industria de las energías limpias, pero aplicada al mundo de las materias sólidas.
Jeremy Rifkin, economista estadounidense y uno de los gurús de la llamada economía del bien común, hace años que defiende este sistema como un modelo en expansión, más sostenible para el planeta, más humano y que, tras convivir con el capitalismo durante unas décadas, acabará enfrentándose frontalmente a éste en algún momento del siglo XXI.
Rifkin, en su libro La sociedad de coste marginal cero, usa las transformaciones que las nuevas tecnologías han hecho posibles en la industria cultural para explicar los cambios económicos globales que nos esperan –o podrían esperarnos, ya que al fin y al cabo hablamos en todo momento de predicciones–.
Jeremy Rifkin afirma que el nuevo modelo crearía en España empleo para 20 años
Así, la posibilidad de que un producto –una película, una canción, un libro o un reportaje– pueda ser copiado miles de veces sin coste alguno ha supuesto, no sólo facilitar su acceso a mucha más gente y una explosión en el consumo cultural, sino laminar las bases sobre las que se asentaba la industria del sector –productoras, discográficas, editoriales, periódicos, distribuidoras...– y, modificar la actitud del consumidor, que deja atrás su actitud en principio pasiva para pasar a ser lo que Rifkin llama un prosumidor, un híbrido de productor y consumidor.
“Lo que hasta el momento hemos visto en la cultura y la información, ya empezamos a verlo en servicios como el transporte, la hostelería o la energía”, argumenta el economista. Y pone el ejemplo de Alemania, donde, pasando a ser prosumidores energéticos, decenas de miles de particulares han instalado paneles solares que, una vez pagados los créditos bancarios que les han permitido financiarlos, les ofrecerán energía prácticamente gratis el resto de su vida.
El siguiente paso en este camino sería su generalización en gran cantidad de productos y servicios de uso cotidiano, sea por una recuperación de las prácticas artesanales –una vez se aprende a consumir menos cosas, éstas pueden ser más personales y de mejor calidad–, por las reparaciones caseras o por las posibilidades que ofrecen, una vez más, los avances tecnológicos. En este ámbito hablaríamos de las impresoras 3D, una vez baje su precio y se generalice su uso.
Una transición, cree Rifkin, que podría servir a España para superar una crisis económica que encuentra insalvable de seguir tratando de mantener el modelo actual: “Si España invierte en las infraestructuras necesarias para expandir la economía del bien común, podría crear empleo para los próximos 20 años y adaptarse al siglo XXI”, sentencia Rifkin. Una advertencia que no parece haber llegado a oídos de Mariano Rajoy.