Los medicamentos nos permiten vivir cada vez más y mejor al prevenir y curar enfermedades, pero ¿qué impacto ambiental tienen? Durante su producción, consumo y eliminación entran, en cantidades muy pequeñas, en el entorno, contaminando ríos y acuíferos y perjudicando la flora y la fauna. Los consumidores podemos evitar estos efectos reduciendo nuestro uso y dando una nueva vida a los productos fármacos mediante el reciclaje.
El consumo de medicinas, tanto para uso humano como veterinario, no ha dejado de aumentar en los últimos años, una tendencia que irá a más con el envejecimiento de la población. En España, su empleo sigue siendo muy elevado: en 2015 se expidieron 882.000 recetas ─un 1,55% más que en 2014─ y el gasto de medicamentos con prescripción facultativa fue de 9.533 millones de euros ─un 1,85% más que en 2014─, según los últimos datos del Ministerio de Sanidad. En los seis primeros meses de 2016, se han recetado un 2,51% más de fármacos que en el mismo período de 2015.
Hay más de 21.500 contenedores repartidos por las farmacias españolas
Más veces de las que serían deseables, compramos cajas con más pastillas de las que necesitamos, nos sobra la mitad del jarabe o guardamos fármacos por si acaso. Y amontonados en los botiquines, esperan su turno durante largo tiempo, demasiado para algunos. ¿Qué hacer con los medicamentos que han caducado o no requerimos? Tan sólo tenemos que volver con ellos a la farmacia. Porque desde hace 15 años en la mayoría de boticas españolas reposa un pequeño contenedor en el que hay dibujado una cruz blanca rodeada por una flecha. Ahí es donde nuestros residuos de medicinas deben acabar.
Los 21.546 contenedores que hay distribuidos en las farmacias españolas pertenecen al SIGRE (Sistema Integrado de Gestión y Recogida de Envases), un organismo sin ánimo de lucro creado por el sector farmacéutico español en 2011 para dar respuesta a las demandas de la Ley 11/97 de Envases y Residuos de Envases. La legislación exigía a las empresas que fabrican o comercializan productos envasados la gestión de la recogida y el tratamiento medioambiental de esos contenedores (cajas, frascos, ampollas, etc), no de los medicamentos mismos. Por tanto, con la creación del sistema, la industria se adelantó a los objetivos de la Ley 29/2006 de Garantías y Uso Racional del Medicamento y Productos Sanitarios, que, esta sí, establecía la necesidad de tratar los residuos de los productos fármacos.
El pionero sistema español, un referente medioambiental a nivel nacional e internacional, está financiado por los laboratorios farmacéuticos, mediante el pago de una cuota por cada envase que ponen en el mercado. En la actualidad, 317 laboratorios están adheridos a SIGRE, siendo responsables de la comercialización de la totalidad de los envases de medicinas puestos a la venta en el mercado español a través de farmacias. Todos los medicamentos incorporan el símbolo SIGRE, ya que debe ser incluido por los fabricantes obligatoriamente.
En los puntos SIGRE hay que depositar envases vacíos y los restos de medicamentos que ya no sean necesarios o que hayan caducado. Para poder identificarlos, deben ir acompañados por las cajas de cartón o recipientes de plástico, que en ningún caso se deben tirar en los contenedores azul –para el cartón y el papel–, amarillo –para los envases de plástico, latas y tetrabriks– o verde –vidrio–. No hay que depositar agujas ni objetos cortantes, termómetros, gasas ni apósitos, radiografías, pilas, prótesis ni reactivos de laboratorio de las fórmulas magistrales.
Un 3% de impropios
El 89% de los hogares españoles colabora con el reciclado de medicamentos, según datos de SIGRE. Según las últimas estadísticas, en 2015 cada habitante recicló una media de 88,56 gramos de envases vacíos o con restos de fármacos, un 6,96% más que en 2014. Con la simple acción de depositar estos restos en el contenedor arranca la cadena de reciclaje para los mismos que evita cada año la tala de más de 50.000 árboles y un ahorro energético equivalente al consumo anual de electricidad de 2.200 hogares españoles.
Los residuos recuperados por los comercios son recogidos por los mismos distribuidores que proveen de medicamentos a los comercios, éstos los guardan en unos 140 almacenes logísticos mayoristas hasta que se trasladan por agentes autorizados a grandes Centros de Transferencia, situados en Cáceres, Barcelona, Valladolid y Ciudad Real. Finalmente, acaban en una planta de tratamiento de envases y residuos farmacéuticos y cosméticos ubicada en la localidad vallisoletana de Tudela de Duero y gestionada por la empresa Biotran.
El modelo aporta un ahorro energético igual al consumo eléctrico anual de 2.200 hogares
En estas instalaciones, diseñadas expresamente para la actividad de SIGRE, se lleva a cabo la separación, clasificación y tratamiento medioambiental de los envases y residuos de medicamentos depositados en los puntos SIGRE de toda España. Se agrupan en tres grupos diferenciados: los recipientes vacíos para reciclar sus materiales (papel, cartón, plástico, vidrio, metal) que se envían a empresas especializadas –en 2015, supusieron el 64,34% del total recogido–; los residuos de medicamentos no peligrosos y los envases que no pueden separarse de su contenido y, por tanto, no pueden reciclarse (como los tubos de pomada o las ampollas para inyectar) que se eliminan mediante valorización energética, es decir, se utilizan como combustible en instalaciones industriales o para producir energía eléctrica. Para elaborar el combustible, los desechos se someten a un proceso de trituración y maduración en las instalaciones de Tudela de Duero y, posteriormente, se envía a plantas cementeras, en las que se incorporan al clínker sin dejar rastro.
Por último, los medicamentos peligrosos, básicamente los restos de fármacos oncológicos, se envían a gestores de residuos especializados para su incineración. Por otra parte, un 3% de los desechos recogidos son elementos impropios, aquellos que no se deben depositar en los puntos SIGRE como gasas y radiografías, y se someten a tratamientos específicos según su tipología: esterilización, inertización, valorización energética, recuperación, etc.
Con todo este proceso, SIGRE asegura que el 100% de los restos de medicamentos depositados en sus contenedores son destruidos mediante un tratamiento medioambiental específico y que no se destinan a ningún otro fin. “No son reenvasados ni, por supuesto, comercializados”, explican desde el organismo con la voluntad de cerrar cualquier polémica al respecto.
'Contaminantes emergentes'
Al utilizar medicamentos de forma responsable y depositar sus residuos para su posterior reciclaje, el consumidor evita la presencia de estas sustancias nocivas en el medio ambiente. Porque llegan a nuestro entorno principalmente por el retrete: poco después de su administración, una fracción significativa que no es retenida por nuestro organismo se desecha con la orina o las heces y muchos ciudadanos arrojan los productos por el fregadero o el inodoro al caducarse o no tener que utilizarlos más. Las sustancias no se eliminan completamente en las depuradoras y acaban en cauces naturales causando la pérdida de biodiversidad. También llegan a la naturaleza mediante el ganado y las prácticas agrícolas comunes que implican la aplicación de estiércol en las tierras.
Los restos de los fármacos llegan al entorno principalmente por el retrete
Diversos estudios han demostrado la presencia de estos peligrosos residuos en ríos europeos como el Danubio, el Elba, el Ebro y el Llobregat. Se trata de sustancias consideradas “contaminantes emergentes”, compuestos cuyos riesgos medioambientales y sanitarios están siendo estudiados por los científicos y que, por tanto, al desconocerse con exactitud su grado de nocividad, no están incluidos en las regulaciones existentes.
De momento, lo que sí se sabe es que los animales y las plantas que viven diariamente entre antibióticos, antiinflamatorios y ansiolíticos, entre otros, ya están sufriendo las consecuencias. Un estudio publicado en la revista Nature en 2012 reveló la feminización de peces machos como resultado de la entrada de residuos de píldoras anticonceptivos en ríos, estuarios y lagos, y científicos estadounidenses han demostrado que la fluoxetina, también conocida como Prozac, su primer nombre comercial, afecta al comportamiento de los peces. Seguramente el caso más dramático que se conoce hasta la fecha es el que tuvo lugar en el continente asiático, donde millones de buitres murieron tras comer los cadáveres de animales tratados con el diclofenaco, un antiinflamatorio y analgésico.
La solución para no dañar aún más la naturaleza pasa por una farmacia más ‘verde’ (con envases más ecológicos, por ejemplo, que permitan la reducción de residuos en origen), un uso responsable de los medicamentos, mejoras en los sistemas de tratamiento de aguas residuales y una apuesta firme por el reciclaje. Todo cuenta para evitar que los fármacos enfermen el planeta.