El cambio climático y el fenómeno de la globalización están contribuyendo a difundir agentes patógenos y parásitos causantes de enfermedades en lugares donde nunca se hallaron, y donde nunca deberían hallarse. Es el caso del parásito del gato que científicos de la Universidad de la Columbia Británica (UBC) canadiense han encontrado en el organismo de ejemplares de beluga, una pequeña ballena de piel blanca, en el Ártico occidental.
El Toxoplasma gondii que los investigadores han detectado en la carne de belugas cazadas por los inuit en el mar de Beaufort es un protozoo (organismo microscópico que vive en medios húmedos o acuáticos) parásito que puede provocar en los gatos y en los humanos la toxoplasmosis, una enfermedad usualmente leve pero que puede llegar a causar ceguera e incluso la muerte en fetos humanos o adultos inmunodeficientes, por lo que las mujeres embarazadas, fetos y recién nacidos, así como personas con un nivel bajo de defensas, son una población de riesgo.
La toxoplasmosis puede causar la muerte a fetos y recién nacidos humanos
Aunque las personas e incluso las aves también pueden hospedarlo, habitualmente sin efectos nocivos para su salud, su hábitat idóneo, llamado técnicamente anfitrión final, son los gatos y otros felinos, cuyas heces difunden el microorganismo en un estado de su desarrollo similar a los huevos llamados ooquistes, en los que pueden resistir largos periodos fuera de un animal anfitrión.
El parásito, que viaja por el riego sanguíneo, invade el interior de las células y puede causar daños al alcanzar los pulmones, los ojos, el cerebro u otros órganos del animal que lo aloja. Entre los síntomas que puede provocar en casos de infección grave, se encuentran confusión, fiebre, dolores de cabeza, musculares o de garganta, visión borrosa y convulsiones.
Además de por transfusiones o trasplantes de órganos procedentes de personas infectadas, el ser humano puede infectarse si come carne no suficientemente cocinada o bebe agua que contenga el parásito, y también si no se lava bien las manos después de manipular gatos domésticos o sus heces, o con superficies donde las haya habido, y las introduce posteriormente en su boca.
Felinos domésticos
La detección del Toxoplasma gondii en las belugas de la costa occidental del Canadá ha sorprendido a los especialistas de la Unidad de Investigación de Mamíferos Marinos de la UBC, que atribuyen la infección a los efectos combinados del progresivo calentamiento del Ártico y la presencia de cada vez más abundantes gatos domésticos en la zona, traídos como mascotas.
Pero, aun así, les resulta difícil entender cómo el organismo parásito ha acabado en el riego sanguíneo de los cetáceos. Lo más probable, arguyen, es que las heces de los gatos hayan acabado en el agua, donde las belugas han entrado en contacto con ellas. La mayor temperatura del mar ayuda a preservar los protozoos más tiempo con vida.
La desaparición del hielo elimina una barrera natural para los patógenos
Hasta ahora, “el hielo actuaba como una barrera ecológica muy importante para los patógenos” que frenaba la difusión de determinados organismo, recuerda el parasitólogo molecular Michael Grigg, del Instituto Nacional de Alergia y Enfermedades Infecciosas. Pero cada vez hay menos hielo en el Ártico. “Y están llegando nuevos patógenos emergentes que pueden causar enfermedades en la región que nunca estuvieron antes allí”, advierte.
Los grandes perjudicados podrían ser los inuit, que acostumbran a comer carne de beluga, y muchas veces cruda o poco cocinada. Los investigadores, que llevaban 14 años analizando muestras de carne consumida por los esquimales, ya han alertado del peligro de que si lo siguen haciendo así pueden contraer la toxoplasmosis. La única manera de evitar el riesgo es hervir o congelar la carne. Cuanto más tiempo pase a una temperatura superior a los cero grados, mayor es el peligro de contagio.
En 2012, el mismo equipo dirigido por el doctor Grigg ya había descubierto que una nueva cepa de otro parásito, del genero Sarcocystis, fue la responsable de la muerte de 406 focas grises en el Atlántico Norte, una zona donde jamás había estado con anterioridad. La llamaron Sarcocystis pinnipedi y constituye ahora una seria amenaza para focas, leones marinos y osos polares y pardos en todo el Ártico americano.
La observación del estado de salud y la evolución de las poblaciones de los cetáceos marinos, debido a su situación en la cúspide de la cadena trófica y su longevidad, es uno de los indicadores que más están ayudando a los científicos a evaluar el alcance del calentamiento global en la zona. “Son centinelas del ecosistema”, según los define Sue Moore, oceanógrafa de la Agencia Nacional del Océano y la Atmósfera y colabora del equipo de la Universidad de la Columbia Británica.