¿Quién decide qué comemos?
Unas pocas multinacionales que controlan cada tramo de la cadena agroalimentaria: desde las semillas, pasando por la transformación de los alimentos, hasta su distribución y comercialización. A partir de la llamada revolución verde, a lo largo de los años 50 y 60, vimos cómo se llevaron a cabo unas políticas llamadas de modernización de la agricultura que sirvieron para dejarla en manos de estas empresas y hacer que el campesinado dependiera de ellas, con el argumento de que así se producirían más alimentos. Así, le quitaron al agricultor la capacidad para poder decidir qué cultivaba y controlar su producción, y se cedió la misma a las empresas.
Las semillas se han convertido en un negocio en manos de compañías como Monsanto, DuPont, Sygenta o Pioneer. Y, en el caso de los supermercados, es todavía más evidente. En el Estado español, siete empresas controlan el 75% de la distribución: determinan qué compramos, qué comemos y qué precio pagamos por lo que consumimos. Y tienen esta influencia tan grande sobre nosotros como consumidores, pero también sobre los campesinos, que para conectar con nosotros tienen que pasar cada vez más por los canales de la gran distribución, con todos los condicionantes que les imponen.
¿Qué siete empresas controlan el 75% de la distribución?
Carrefour, Mercadona, Eroski, Alcampo, El Corte Inglés y las dos principales centrales de compra, que aglutinan a otras cadenas: Euromadi e IFA.
Frente a ello emerge el concepto de soberanía alimentaria. ¿Qué es lo que reclama?
Implica un planteamiento totalmente antagónico al dominante. Reivindica el derecho de los pueblos, de la gente, de las comunidades, a decidir sobre aquello que se produce y que comemos. La demanda surge precisamente para hacer frente al control de unas pocas multinacionales que anteponen sus intereses particulares a las necesidades de la población. La búsqueda del lucro a toda costa de las mismas es la que explica que hoy el sistema produzca más alimentos que nunca en la historia y que, a pesar de ello, genere hambre; que nos acabemos alimentando de productos que vienen desde la otra punta del mundo; que se pierda diversidad agrícola y que desaparezca el campesinado…
¿Cuál es la alimentación del futuro que impulsan las grandes multinacionales que controlan el sector?
Buscan una alimentación más uniforme. Es decir, que comamos lo mismo en todo el mundo. La propia FAO reconoce que cada vez se producen menos variedades de fruta y verdura: en concreto, durante los últimos 100 años ha desaparecido el 75% de estos alimentos. Lo vemos claramente a la hora de comprar en el supermercado, donde existe una gran diversidad de alimentos para escoger, pero hay las mismas marcas en un establecimiento y en otro. Esta uniformidad también tiene un impacto sobre nuestra salud porque, si nuestra alimentación depende de unas pocas variedades agrícolas y ganaderas, ¿qué pasaría si a éstas las afectase una plaga o una enfermedad? En España, por ejemplo, el 98% de las vacas lecheras son de una misma raza, la frisona, que es la que se demostró más productiva. Es la lógica del modelo: promover las variedades que se adaptan más, los alimentos que puedan resistir miles de kilómetros y llegar a nuestra casa en perfecto estado...
Y los transgénicos…
Hay una apuesta clara de la industria por los mismos, y por un modelo agrícola adicto a los fitosanitarios y a los pesticidas químicos que tiene un impacto muy negativo sobre el medio ambiente, además de plantear claros interrogantes sobre su efecto en nuestra salud. Hay informes como el del doctor Gilles-Éric Séralini que han demostrado en ratas de laboratorio el impacto de los transgénicos en la generación de tumores cancerígenos y, por tanto, creo que hay suficientes elementos encima de la mesa para que prime el principio de precaución, que de hecho es el que se aplica en la mayor parte de países de la Unión Europea donde los transgénicos están prohibidos. No en el Estado español puesto que es el único de la UE que cultiva maíz transgénico a gran escala, el MON810 de Monsanto, en concreto en Cataluña y Aragón. El problema es que consumimos transgénicos de manera indirecta a través de la carne y derivados porque todo el pienso que alimenta a los animales es transgénico.
¿Qué alternativas hay al modelo dominante?
Vivimos en una sociedad donde tendemos a menospreciar lo que consumimos, en la que no se valora la alimentación y en la que se promueve lo bueno, bonito, barato y rápido. Por tanto, en primer lugar, tendríamos que preguntarnos qué hay detrás de lo que comemos, revalorizar la alimentación y a quienes producen los alimentos, a los campesinos, que en general han sido estigmatizados como ignorantes para justificar que se dejen las decisiones en manos de unas empresas que acaban haciendo negocio con nuestro derecho a alimentarnos de manera sana y saludable.
Tras tomar conciencia, debemos preguntarnos, ser críticos e intentar ver más allá del discurso hegemónico que nos dice que esta agricultura es la mejor, que los transgénicos son la solución al hambre en el mundo. Y si consideramos que hace falta alimentarnos de otra manera, hay que pasar a la acción, y esto implica apostar por un consumo de alimentos de proximidad, de temporada, ecológicos, formar parte de iniciativas colectivas que promuevan estas prácticas, como grupos y cooperativas de consumo, e ir a comprar directamente a los agricultores.
¿Está el consumidor preparado para el cambio? y ¿se ha iniciado ya?
Los horarios laborales son a menudo incompatibles con la vida personal y familiar y hacen difícil dedicar tiempo a cocinar, a alimentarnos bien. Pero, en definitiva, también es una cuestión de prioridades. Muchas veces se critica la agricultura ecológica por ser cara cuando en realidad todo depende del lugar en el que compres los alimentos, porque en un grupo o cooperativa de consumo no son tan caros. Y, en cambio, no tenemos en cuenta este argumento cuando tenemos que renovar el vestuario o comprar un nuevo gadget tecnológico. Creo que, poco a poco, las cosas están empezando a cambiar, aunque hay que pasar de este interés individual por comer sano a otro más colectivo y político.
¿Qué papel tiene la crisis ecológica y climática en los movimientos sociales actuales?
El movimiento social más importante de los últimos años, y que ha significado un punto de inflexión en el contexto político y social, fue el del 15-M, que emergió el 15 de mayo de 2011 con la ocupación de varias plazas por todo el Estado y que nos devolvió la confianza en el nosotros, en que la acción colectiva puede cambiar las cosas. Y que integró algunos elementos de crítica al insostenible modelo de producción actual.
Pero es cierto que, hoy, la agenda ecológica y medioambiental prácticamente no tiene presencia en buena parte de los movimientos sociales más importantes de nuestro entorno. Esto se debe a la ofensiva de recortes contra nuestros derechos: la crisis económica y social es tan profunda que se acaba priorizando la cobertura de una serie de necesidades básicas como no perder el trabajo, no perder la vivienda, que no recorten la sanidad y la educación. Los temas más generales, como los medioambientales, no se perciben como inmediatos y parece que quedan muy, muy lejos cuando, en realidad, la crisis climática es el elemento diferencial de esta crisis múltiple del sistema capitalista con relación a otras anteriores. Porque es justamente la que pone de manifiesto que, o cambiamos el modelo de producción, distribución y consumo, o las perspectivas de futuro son muy negativas, ya que éste no tiene en cuenta los límites del planeta.
¿Ayuda la economía verde a aplacar la movilización?
Ante la crisis ecológica y climática hay una ofensiva por parte del capital y de las grandes multinacionales para abordar el problema desde un punto de vista tecnológico, y se dan soluciones técnicas a un problema que en definitiva es político. El capital acaba mercantilizando las emisiones de gases de efecto invernadero a través de los mercados de carbono, nos dice que hace falta producir petróleo verde y, por tanto, apostar por los agro o biocombustibles… El capitalismo se viste de verde y nos quiere hacer creer que la tecnología nos permitirá evitar este precipicio al que nos abocamos, cuando en realidad es todo lo contrario.
¿Qué podemos hacer para no caer en él?
En primer lugar, sería importante que los movimientos sociales incorporasen a su agenda los temas que tienen que ver con la crisis ecológica y alimentaria. Y, más allá de esto, hacen falta cambios políticos. En general, el discurso de las instituciones hace caer la responsabilidad sobre el consumo, el reciclaje, sobre el individuo. Lo vemos en una campaña tras otra de concienciación en los medios de comunicación, cuando el problema es del modelo. No tiene sentido que para salir de la crisis lo que se haga es subvencionar la industria del automóvil cuando eso generará más impacto medioambiental: habría que apostar por el transporte público. Pero vemos como en un contexto de crisis económica se apuesta por la industria mientras se encarece de una manera cada vez más aberrante el precio del transporte colectivo. Todo esto nos muestra como crisis económica y ecológica están íntimamente ligadas y que aquellos que están en las instituciones básicamente buscan hacer negocio beneficiando al sector privado.
Muchos tachan sus ideales de utópicos…
Muchas veces, a todos aquellos que quieren cambiar las cosas les llaman utópicos, pero tal vez es más utópico pensar que los que nos han conducido a esta crisis nos sacarán, que la banca que nos ha llevado a la bancarrota colectiva renunciará a sus privilegios para sacarnos de ella. Los que hacen negocio con esta situación de empobrecimiento generalizado no renunciarán a una serie de políticas económicas y sociales que les están proporcionando grandes beneficios.
¿Es optimista respecto al futuro?
Sí, y creo que hace falta serlo. Y ser optimista no quiere decir ser naíf. Hace falta analizar la crisis: quién sale ganando, cuál es la gran mayoría que sale perdiendo y, a partir de entonces, ver qué podemos hacer. Es necesario que nos organicemos, plantear alternativas desde la base y, en definitiva, proponer alternativas políticas para desafiar a aquellos que desde hace muchos años utilizan la política como una profesión en función de sus intereses. Hay que ser optimista porque la resignación, la apatía y el miedo es justamente lo que busca el sistema… Es imprescindible la confianza en el nosotros, no resignarnos, perder el miedo y, sobre todo, actuar colectivamente: cada uno, por nuestra cuenta, no podremos cambiar nada pero, como se decía en el programa de televisión La Bola de Cristal, “si solo no puedes, con amigos, sí”. Es justamente uno de los leitmotiv que deberíamos tener presente en esta crisis.
Comentarios (1)