¿Qué opinión le merece la información medioambiental que se hace en este momento en el país?
Hace ya algún tiempo que dejó de ser una sección menor, medio olvidada, de la agenda mediática para pasar a convertirse en un tema transversal que afecta a todo: la sociedad, la política, la economía... Si nos fijamos, veremos que está presente en todas las secciones de los medios generalistas. Incluso en deportes, gastronomía, cultura, etc. Ya es habitual que se tenga presente un enfoque ambiental de las cuestiones que se abordan. Es normal, ya que es un tema que preocupa a la gente. No es que los medios hayan modelado la sociedad, sino que se han adaptado a ésta. Y no sólo los medios. También las grandes empresas: en sus planes y estrategias de comunicación, pero a veces incluso en las de producción, tienen en cuenta la cuestión ambiental, ya que se han dado cuenta de que no hacerlo afectaría a sus ventas.
Pero, leyendo muchas informaciones ambientales, uno tiene la sensación de que, frente la magnitud de los problemas planteados, muchas veces se quedan en la anécdota, sin entrar a cuestionar a fondo si el actual modelo social y económico de crecimiento infinito es compatible con el planeta.
Sí, éste es un problema que tenemos. Muchas veces la noticia se queda en el tópico, en un acercamiento muy superficial a una problemática o, incluso peor, en maquillar de verdes cosas que realmente no lo son. En este punto, los informadores ambientales tienen mucho que decir. Es necesaria una formación específica y periodistas especializados y también más medios para éstos, para que tengan tiempo para elaborar los temas, para contrastar y cuestionar.
Uno de los temas fundamentales de la información ambiental es el cambio climático, y hay estudios que alertan sobre lo mal que se informa del mismo. Algunos de los fallos más comunes serían la falta de continuidad en la cobertura, olvido de las causas y responsables, catastrofismo...
Si hablamos de malas prácticas en la cobertura del cambio climático deberíamos, primero, referirnos a la peor de todas, que es el negacionismo. Hoy ya no tiene sentido negar que la acción humana se encuentra detrás del calentamiento global, porque es una evidencia científica pero, a veces, debido al criterio periodístico de ofrecer las dos versiones, de dar voz a todas las partes, aún se publican opiniones que rechazan su existencia. Por suerte España no es Estados Unidos y esto resulta anecdótico y excepcional.
Están mucho más extendidos la redundancia y el catastrofismo. Podemos publicar que “el Ártico se derrite” y es verdad, pero el problema aparece cuando lo publicamos una y otra vez y nada cambia. Entonces existe el riesgo de que en el espectador o lector medio se genere una cierta apatía hacia un tema que le parece lejano e inabarcable, además de repetitivo e inevitable.
Para evitarlo, el trabajo del periodista ambiental debe ser acercarle el tema al lector, hacérselo próximo. En vez de limitarse a repetir las grandes cifras globales, hay que hablar de la relación entre la sequía y el cambio climático, de las modificaciones en los períodos de cosechas o en las floraciones de las plantas o de que se han encontrado aves saharianas anidando en Alicante. Y, finalmente, aportar soluciones, hacer ver que todos podemos hacer algo y traducir las grandes estadísticas globales en cosas concretas, cotidianas.
A menudo, las noticias ambientales chocan con intereses políticos o económicos. ¿Qué tipo de presiones padecen los periodistas en este sentido, si es que las hay?
Ahora mismo el problema principal no viene tanto de las presiones sino de la sobreinformación. Información que, además, viene ya elaborada y empaquetada de forma interesada. El interés por el medio ambiente nace del movimiento ecologista, de forma muy reivindicativa y outsider, pero ahora en gran parte se ha institucionalizado. El medio ambiente se ha introducido en las legislaciones y ha sido absorbido por los departamentos de marketing de las grandes corporaciones, que entienden que el medio ambiente vende.
Esto tiene una parte positiva, como las inversiones en mejoras medioambientales en las empresas que a veces incluso van más allá de sus estrictas obligaciones legales, inimaginables hace 20 o 30 años. Pero, para los periodistas ambientales, obligados a trabajar sin tiempo y precariamente, la existencia de grandes gabinetes de comunicación, dotados de muchos más medios, que te bombardean con piezas ya elaboradas y acompañadas de muy buen material gráfico, es una continua tentación que lleva a limitarse a publicar esta versión de los hechos. Ante esta realidad, hemos de conservar más que nunca nuestro espíritu crítico, cuestionar las fuentes y contrastar las informaciones.
Hablando de fuentes, ¿cuáles son las más útiles?
Las más fáciles, como comentaba, son los gabinetes de comunicación de empresas e instituciones. Después está el movimiento ecologista, al que hay que tener siempre en cuenta y por el que es fácil sentir simpatía pero del que no hay que olvidar que también es una parte interesada y que también puede, si no mentir, al menos exagerar o difuminar las partes de la historia que les convengan. Hay que contrastar siempre y cuestionar también a los que nos caen bien. Personalmente, creo indispensable trabajar con los científicos y los expertos. Arquitectos, químicos, biólogos, meteorólogos... que son quienes trabajan sobre el terreno y conocen los problemas de primera mano y tratan de resolverlos.
Finalmente, ante la incorporación del medio ambiente a los medios generalistas ¿qué espacio quedará para los especializados?
Es fácil que los medios generalistas se queden en los tópicos y ofrezcan a menudo una información sesgada o que no llega hasta el fondo de los problemas, ni que sea por cuestiones de espacio y tiempo. Por ello, el trabajo de los medios especializados es fundamental.