¿Cuál es la clave del decrecimiento?
Hay una premisa clara: reduciendo nuestro consumo seremos mucho más felices. La felicidad no depende de él. Cuando publiqué El crecimiento mata y genera crisis terminal en 2009, quise exponer que el decrecimiento no es lo contrario del crecimiento entendido como progreso, sino que aboga por un desarrollo sostenible, por minimizar el impacto social sobre la naturaleza y, en definitiva, por el vivir mejor con menos.
¿Cómo llegó a estos planteamientos?
Empecé a leer a autores como Carlos Taibo, que prologó mi primer libro, y descubrí a los principales teóricos del decrecimiento europeos. Desde entonces me he ido empapando de los movimientos sociales que han surgido en los últimos años, de testimonios personales y de reflexiones surgidas al hilo de nuevas lecturas. Saqué un segundo libro, El decrecimiento feliz y el desarrollo humano (2010), donde abordaba el tema con la premisa de que el crecimiento es la acumulación —por parte de unos pocos— de la riqueza, producida a partir del agotamiento de los recursos del planeta y de la explotación y el empobrecimiento de muchos.
También quise exponer cómo el poder se ha ido apropiando del lenguaje para enmascarar la desigualdad, atribuyéndole a la prosperidad, al progreso o al productivismo una connotación económica que no siempre tiene que ver con el bienestar humano. En el tercer libro, El crecimiento mesurado y transitorio en el Sur (2013), intenté ver cómo encajaban los postulados del decrecimiento en países que están en vías de desarrollo.
¿Qué faltaba entones para ponerse a escribir un nuevo libro?
Necesitaba un cierre de la trilogía, un colofón. Cada libro se basa un poco en el anterior, pero en este último hice memoria de lo que había escrito en los anteriores y de cómo estaba el mundo y me dio por replantearme la palabra decrecimiento.
¿Y qué conclusiones sacó?
Me he dado cuenta de que, a veces, algunos autores decrecentistas hablan sobre el decrecimiento como de una filosofía en busca de público, de audiencia. Les parece un concepto muy ambiguo. Y es cierto, pues no se puede presentar como absoluto un concepto que es contradictorio. Hay dos decrecimientos opuestos y, para que no haya ambigüedad, es preciso ponerles apellidos o sufijos. En efecto, hay un decrecimiento infeliz del 99% de la población, ligado y simultáneo al crecimiento de una oligarquía, del 1% restante, y obtenido, precisamente, a partir de ese decrecimiento infeliz, es decir, del paro, de los recortes para la mayoría... Y hay un decrecimiento muy diferente, el feliz, que consiste en consumir menos, en un desarrollo más humano…
¿Cómo se pasa del uno al otro?
Como trabajador sobre el terreno y uno de los fundadores de la primera asociación ecologista valenciana, creo que la reducción de la producción o el abastecimiento moderado son algunas claves para alcanzar una buena calidad de vida, pero dudo de que hasta ahora hayan ido de la mano: vivimos una realidad acostumbrada al derroche que ahora ha quedado devastada por el desempleo y la incertidumbre.
Todo es cuestión de mesura: cualquier cosa es buena o mala según la medida. Hay medicamentos que se obtienen de venenos letales de serpientes. Y aquí se ha pasado del despilfarro al parón. Nos cambiaron un tarro, feo, de barro, lleno de comida natural, ecológica y saludable, por otro de plástico, bonito, lleno de comida basura industrial, antiecológica e insalubre. Y la gente no ha sabido reaccionar. Hay un decrecimiento feliz, que consiste en ser más frugal y disfrutar de las cosas sencillas, con menos horas de trabajo y menos afán de poseer, y otro infeliz que viene impuesto por la falta de oportunidades y la miseria, que impide una buena calidad de vida y la indispensable conservación de nuestra casa común, la biosfera.
Y tras esta crisis del modelo, ¿hacia dónde vamos?
Hemos llegado a una gran esquilmación de los recursos planetarios en materia y energía, que ya tienen fecha de extinción. Es decir, a algo que los que los decrecentistas llaman colapso. Una situación que deriva en guerras por culpa de la necesidad de materias primas como el gas o el petróleo, en un destrozo del medio ambiente y en los consecuentes problemas de migraciones o cambios climáticos.
¿Qué podemos hacer para evitarlo?
Es el momento de prepararse para la resiliencia, la capacidad de adaptación a un inminente colapso, a unas condiciones adversas a las que llegamos como consecuencia del desgaste de antiguos imperios o del fracaso de las reformas, o más bien contrarreformas. Para afrontar este nuevo marco hace falta seguir una serie de pasos he querido esquematizar en el Manifiesto hacia un decrecimiento feliz.
¿Qué propone en ese manifiesto?
Dice que hay que pasar por una transición de lo material a lo humano, de un patriarcado machista a una relación entre la mujer y el hombre totalmente horizontal (sin patriarcados ni matriarcados, sino todo lo contrario, con apoyo mutuo), de las megaciudades parasitas a la agroecología; de la producción global a la local; o del antropocentrismo al ecocentrismo.
¿Lo ve posible?
En 2007, en Valencia sólo había tres huertos urbanos. En 2013 ya se cultivaban más de 60. Nadamos en una realidad caótica donde los poderes fácticos han movido sus fichas para que continúe el neoliberalismo global. No deja de haber un Pensamiento Único que se antepone a la diversidad cultural y que aún nos hace creer que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, cuando en realidad la inmensa mayoría de la población ha vivido por debajo de unos mínimos de dignidad, con una imposición constante de un decrecimiento infeliz.
La clave es que hay que pasar de ese decrecimiento infeliz, del paro, de los recortes, de una severa miseria, a un decrecimiento feliz que sea equitativo, ausente de despilfarro, de consumismo, de obsolescencia programada, de grandes gastos armamentísticos, de agotamiento de recursos y en el que tengan prioridad los trabajos de los cuidados o del conocimiento.