¿Hasta qué punto puede influir la actual crisis financiera en la crisis ambiental que sufre el planeta?
La crisis financiera puede ayudarnos a abrir los ojos ante la ecológica. La situación abre la posibilidad de empezar a implantar el concepto del decrecimiento. ¡De hecho, ya hay mucha gente que lo está aplicando por necesidad! Me río cuando se habla de brotes verdes: ¡es inconcebible para nadie que tenga dos dedos de frente! De esta coyuntura sólo saldremos modificando sustancialmente nuestro modelo económico. Es posible que el Primer Mundo siga explotando a los países en desarrollo, o que continuemos hipotecando el futuro de las siguientes generaciones, pero con los niveles de consumo que conocíamos no habrá solución.
Pero el decrecimiento, ¿será aceptado de buen grado por las sociedades desarrolladas?
Sería mejor que fuera asumido desde el raciocinio que por obligación, pero en cualquier caso resultará imprescindible. Los cambios deberán ser lentos y progresivos. Y la concienciación será difícil mientras la gente siga sometida al actual sistema informativo, que la mantiene anestesiada y en la ignorancia. No en vano la totalidad de nuestros periódicos son directa o indirectamente propiedad de los bancos.
¿Cómo se tendría que aplicar?
Desde una decisión personal de imponerse la austeridad: yo no puedo asumir que consumo cada día lo mismo que 85 bolivianos. Y que estoy poniendo en riesgo el futuro de mis nietos y biznietos. La propuesta se basa en la redistribución de rentas. Si tengo un sueldo de 100, puedo decidir libremente vivir con 80 y destinar el resto a colectivos desfavorecidos o países en desarrollo, que al prosperar tal vez consuman los productos que yo he dejado de adquirir.
Asimismo, las administraciones públicas deberían promover ese cambio de actitudes. Los políticos tendrían que explicar su necesidad. Es preciso un esfuerzo de pedagogía política. Ha habido casos en los que esa pedagogía ha funcionado, como en el de la exitosa lucha para salvar la capa de ozono.
¿Existe algún ejemplo de su aplicación, a nivel macro o microeconómico?
En el nivel micro funcionan desde hace años bastantes comunas, como la del pueblo castellano de Amayuelas de Abajo (Palencia). Y en los 80, los 35.000 trabajadores de la cooperativa Corporación de Mondragón, en Vizcaya, acordaron rebajarse el sueldo un 15% para salvar 5.000 puestos de trabajo. Actualmente es el primer grupo industrial del País Vasco.
¿Hasta qué nivel deberíamos decrecer?
Yo he hecho un ejercicio teórico basado en la renta per cápita de todos los países del mundo. Busco la media entre la más alta y la más baja, y luego identifico qué país tiene esa renta media. Hace unos años era Portugal. Luego fue Lituania. Hoy es Uruguay. Unos tendríamos que bajar a ese nivel para que otros lo alcanzaran, ¡pero eso no tiene que significar vivir peor!
La existencia de la pobreza y del hambre en el mundo, ¿es consecuencia de la imposibilidad de producir alimentos para los 7.000 millones de seres humanos o de la mala distribución de los mismos?
Sin duda alguna, de la mala distribución. Según todos los informes de la ONU, la FAO y el PMA, la Tierra puede alimentar hasta 10.000 millones de personas. La demografía no me preocupa, no soy maltusiano. Además, estamos asistiendo a la desaceleración del crecimiento de la población mundial. Los expertos dicen que hemos entrado en la tercera etapa de la transición demográfica: tras siglos de crecimiento bajo debido a la elevada mortalidad, la llegada de los avances en higiene y salud hizo que la población creciera exponencialmente. Ahora, disminuye la natalidad debido a cambios socioeconómicos y culturales, sea por convicción o por imposición, como en China. De aumentar un 3,5% anual hemos pasado al 0,5 o 0,6%.
La globalización hace imposible la soberanía alimentaria...
La globalización nos lleva al desastre. El libre mercado a nivel mundial no existe. Es una falacia. Siempre negocian una parte que tiene fuerza y otra que no, y se acrecientan las desigualdades. Y un intercambio más equitativo seguiría causando igualmente una enorme huella ambiental. La soberanía alimentaria es la clave. Requiere la redistribución de la tierra, que los países produzcan alimentos que satisfagan las necesidades de su población (y no monocultivos para la exportación), un cambio en las políticas agrarias de la Unión Europea (que despilfarra subvenciones aquí mientras destruye las economías del mundo en desarrollo) y una inversión en infraestructuras rurales en el Tercer Mundo.
Un libro del que es coautor vincula la devolución de la deuda externa con una deuda ecológica...
España, por ejemplo, tiene la mayor flota pesquera de Europa, y ha estado robando pesca en aguas de Terranova, Irlanda, Noruega... y actualmente lo hace en Angola, Namibia o Mozambique. Eso supone una deuda ecológica que nunca se podrá evaluar y menos restituir. Se trata de magnitudes de muy difícil cuantificación. Y mientras tanto, muchos de esos países tienen con nosotros una asfixiante deuda odiosa.
Usted afirma que con el dinero prestado por los gobiernos desarrollados a los bancos se podría haber eliminado el hambre en el mundo durante 92 años...
Los 4,6 billones de dólares empleados en el rescate del sector financiero son exactamente 92 veces la cifra solicitada por la FAO a los donantes en la cumbre alimentaria de 2008 en Roma, que era de 50.000 millones al año (hoy serían 38.000 millones de euros). Los gobiernos acabaron ofreciendo 5.000 millones de dólares. Y mientras, el hambre mata a 80.000 personas al día. El capitalismo ha asesinado a más gente que el nazismo, y hay que acabar con él.
Pero, ¿existen modelos económicos alternativos? ¿Y son viables?
Alternativas hay, pero no se ponen en práctica. Yo he asistido a diversas ediciones del Foro Social Mundial nacido en 2001 en Porto Alegre (Brasil) y aquello es un verdadero laboratorio de ideas. No son proyectos globales, sino parciales, pero funcionan. Falta la voluntad política, como pudimos comprobar cuando el ministro de Economía laborista británico Gordon Brown propuso aplicar la Tasa Tobin (que gravaría todas las transacciones financieras mundiales). La reducción de la jornada laboral del socialista Lionel Jospin en Francia eliminó 1,6 millones de parados antes de ser anulada. Todos los nuevos sistemas llegan después de una suma de muchos pequeños cambios.