Vivimos inmersos en una doble crisis climática y energética, y las plantas eólicas y solares son necesarias para salir del atolladero. Ahora bien, debemos tener presente que estamos hablando de instalaciones industriales a gran escala, no exentas de contrapartidas ecológicas.

La pregunta que abordaremos aquí no es si debemos usar o no estas energías alternativas, sino cómo optimizar su despliegue desde un punto de vista ecológico y qué situaciones debemos evitar.

 

Pérdidas de biodiversidad

 

En las últimas décadas, se han acelerado las tasas de extinción de especies. Algunas proyecciones consideran que hasta un millón podrían estar en peligro.

Esto se debe, principalmente, a cómo el cambio de uso y la fragmentación del paisaje desembocan en una pérdida de hábitats. Es decir, a cómo se modifica el territorio de los animales y de las plantas cuando lo que era su casa de repente se urbaniza, se industrializa o se usa con fines mineros o agrícolas.

El cambio climático acelera la pérdida de biodiversidad, pero no es el principal causante.

La transformación de un espacio rural o natural en otro industrial es, precisamente, el tipo de degradación ambiental que más favorece la pérdida de especies.

Parque solar en Manacor, Mallorca. Chixoy/Wikimedia Commons

En este escenario, las instalaciones solares y eólicas provocan la fragmentación de los paisajes, interrumpen los corredores ecológicos, aumentan la mortalidad de muchas especies, rompen muchas de las dinámicas e interacciones ecosistémicas y facilitan procesos erosivos y problemas de avenidas.

 

¿Queremos aerogeneradores en el 11 % de la superficie forestal?

 

Este tipo de instalaciones requiere de una gran extensión de terreno. Las plantas fotovoltaicas emplean, de media, 2 hectáreas por megavatio. En el caso de las estaciones eólicas, la proporción asciende hasta las 24 hectáreas por megavatio.

Parque eólico en Lanjarón (Granada). Frobles/Wikimedia Commons, CC BY

En un país como España, con una potencia eléctrica instalada de 125 GW, se requerirían 3 millones de hectáreas con aerogeneradores, lo que representa algo más del 11 % de la superficie forestal nacional.

 

Situaciones beneficiosas para todos

 

La clave yace en no quedarse en el titular, sino en realizar análisis pormenorizados que estudien soluciones particulares para cada caso concreto y que aporten beneficios para todas las partes. En el caso de la energía solar, por ejemplo, podemos lograr situaciones favorables en algunos ambientes áridos.

Se ha documentado cómo la implementación de sistemas agrivoltaicos, que combinan la generación de electricidad con actividades agropecuarias, puede incluso aumentar la productividad agraria. Este es apenas un ejemplo, pero existen muchos más.

Los sistemas agrivotaicos combinan la producción de energía solar con la agricultura. Tobi Kellner/Wikimedia Commons, CC BY

También se pueden tomar medidas complementarias y algunos estudios afirman que las instalaciones solares pueden llegar incluso a favorecer la biodiversidad. Por ejemplo, se pueden instalar estructuras como cursos de agua, implantar vegetación seminatural o estructuras irregulares, que crean hábitats para nuevas especies. Aunque estas medidas, lógicamente, aumentan el coste de la explotación, lo que disminuye su probabilidad de implantación a gran escala.

En cualquier caso, se trata de una cuestión sobre la que todavía se está discutiendo activamente en la literatura científica, y aún estamos lejos del consenso.

 

Inseguridad legislativa

 

En mayor o menor grado, los problemas se pueden corregir con un diseño adecuado. Pero en un escenario de emergencia climática, la rapidez con la que se están desarrollando las plantas solares y eólicas no garantiza esa implantación sostenible.

Escribo estas líneas cuando se planifican instalaciones solares y eólicas en cabeceras de cuencas, en zonas cruciales para las migraciones de aves, sobre suelos fértiles y un largo etcétera. Al mismo tiempo, la normativa de la Unión Europea está relajando cada vez más los requisitos ambientales y sociales de estas instalaciones, con el fin de promoverlas a gran escala.

El Reglamento sobre la Restauración de la Naturaleza europeo, por ejemplo, considera el despliegue de estas renovables como de interés público y permite que su expansión sirva como excusa para no lograr el objetivo de restauración. En otras palabras, la ley permitiría evitar la restauración de zonas degradadas si en ellas se instalan renovables.

La acción climática no se debe demorar. Es cierto que no podemos incurrir en el retardismo, pero la declaración de “emergencia climática” tampoco debería convertirse en una patente de corso.

 

Ecomitos y bulos institucionales

 

El lector que busque saber más sobre este tema a través de internet, se encontrará en primer lugar con páginas de distintas empresas energéticas. La información aportada por estas empresas no siempre es veraz, tal y como explico en el libro Ecomitos: los bulos que agravan la crisis ambiental (Plataforma Actual).

Estudios recientes nos indican que las empresas energéticas no informan sobre los impactos negativos que sus instalaciones renovables ejercen sobre la biodiversidad en un 50 % de los casos. Esta estrategia, basada en la ofuscación y la duda, es reminiscente de las campañas de desinformación que las industrias del tabaco y de los combustibles fósiles han realizado en el pasado.

Por desgracia, el debate actual sobre la energía, al igual que el climático, se basa más en la ideología que en la evidencia. Actualmente, nos encontramos con una guerra entre sectores, dónde cada uno trata de vender lo suyo y pocos miran por el bien común.

Debemos recordar que el enemigo a batir son los combustibles fósiles: ellos son quienes nos están matando a través de la contaminación y los que están cambiando el clima. Cualquier otra opción que no emita, y cuyos impactos negativos podamos controlar, debe ser bienvenida.

En este artículo, solo hemos tratado los efectos directos e inmediatos de la implantación de plantas solares y eólicas sobre la biodiversidad. Pero los impactos ambientales no acaban aquí: estas instalaciones muestran problemas de ecotoxicidad, pueden aumentar el riesgo de incendios, el reciclaje de muchos componentes sigue sin estar resuelto, y la minería requerida para su fabricación es colosal, entre otros problemas.

Por ello, urge cambiar el foco actual, basado en fomentar exclusivamente ciertas energías renovables, por otro más amplio que busque el despliegue de todas las energías limpias. La solar y eólica forman parte de la solución y, aunque debamos potenciarlas en muchos casos, no siempre serán las más adecuadas.