El espectacular despegue económico de China parece destinado a cambiar para siempre las relaciones entre los países tal y como las hemos conocido hasta el momento. Los precios de las materias primas, los salarios de los trabajadores, los flujos comerciales, los equilibrios geopolíticos, las influencias culturales..., todo parece ir modificándose a medida que va entrando en escena un nuevo poder hasta ahora desconocido.
La llegada de más de mil millones de potenciales consumidores también supondrá un cambio radical para los equilibrios de nuestro planeta. Más y más consumo de energía, alimentos, agua y todo tipo de recursos que son limitados. Aún sin incluir los datos de Hong Kong y Macao, China ya es la principal emisora absoluta de gases de efecto invernadero, aunque su tasa per cápita en este ámbito es todavía muy inferior a la de los países desarrollados e incluso al de algunos en vías de desarrollo.
En 2012, Pekín destinó 50.000 millones de euros al sector de las energías limpias
En los medios de comunicación se describe el crecimiento chino con términos negativos: “voracidad”, “devorar”, “ambición sin límites”, e incluso “conquista” y “colonización”. El incremento de la demanda de materias primeras se percibe como una amenaza para la estabilidad de un planeta finito que no puede albergar un crecimiento ilimitado. Y aunque todo esto sea cierto, se suele olvidar que, por ahora, las sociedades occidentales son todavía las principales consumidoras de recursos no renovables y que, al fin y al cabo, los chinos solo nos están imitando.
Pero cualquier estrategia china de crecimiento pasa por encontrar soluciones para el que es su talón de Aquiles: la inexistencia de reservas energéticas importantes en su territorio, aparte de las minas de carbón, una fuente demasiado ineficaz, contaminante y de escaso recorrido.
Hasta ahora, las autoridades del país han tratado de solventarla mediante una nuclearización masiva y las inversiones en países productores de petróleo, pero en los últimos años su estrategia está cambiando rápidamente. La independencia energética y los crecientes problemas de salud pública que genera la contaminación atmosférica parecen haber hecho modificar las posiciones de los dirigentes asiáticos.
Así, tal vez más por necesidad que por convencimiento, la apuesta china por las energías renovables es mucho más masiva y continuada que en cualquier otro país del mundo. Desde 2011, es el principal inversor global en este sector tras desbancar a los Estados Unidos.
Occidente deja el camino libre
Sólo en 2012, Pekín destinó más de 50.000 millones de euros a incrementar su capacidad productiva y esta cifra viene multiplicándose desde que en 2005 se aprobó una ley de promoción y desarrollo de las energías limpias. Actualmente, China es el primer productor global con más de 100 gigavatios, y se ha convertido en líder en energía eólica y termosolar y el octavo país del ranking en producción eléctrica de origen solar.
El cambio de orientación chino contrasta con la caída de las inversiones en renovables en los países occidentales. El que hasta hace poco era el principal contaminante del mundo, Estados Unidos, parece haber tirado la toalla en este frente –mientras apuesta fuerte por el fracking– y en 2012 su inversión en el sector cayó un 37%.
En Europa, las noticias son aún peores. En España, país que parecía en camino de convertirse en líder en tecnologías eólicas y solares, la llegada de la crisis hizo caer la inversión en un 68%. Y aún queda por evaluar el impacto de las nuevas normas regresivas aprobadas por el Gobierno en 2013. En Italia, el hundimiento ha rondado el 50% y también han descendido las inversiones en países punteros en el sector como Alemania o el Reino Unido.
La reacción china a este panorama no se ha hecho esperar, y asistimos al desembarco de empresas chinas con intención de invertir en empresas europeas de energías renovables. Un informe reciente de Ernst & Young –una de las mayores empresas de auditoría y análisis del mundo– analizaba cómo la nueva oleada de inversiones internacionales del gigante asiático ya no se dirige hacia el acaparamiento de tierras y materias primas en países en vías de desarrollo.
El capital chino adquiere compañías occidentales de tecnología ambiental
Ahora, su principal objetivo son empresas occidentales punteras en desarrollo tecnológico, y la crisis del Viejo Continente les está poniendo las cosas muy fáciles. Las compañías relacionadas con la informática y las energías limpias están entre sus prioridades. Un ejemplo muy revelador: la compra en 2012 de Germany’s Sunways, uno de los principales fabricantes de paneles solares alemanes, por la china LDK Solar, segunda mayor compañía del mundo de este producto. Y otro más conocido: la llegada de la multinacional fotovoltaica Jinko Solar, patrocinadora de la selección alemana de fútbol y el Valencia Fútbol Club.
Estos movimientos de capital no tienen relación alguna con el amor al medio ambiente. Tras ellos subyace el intento de China de acelerar la transferencia tecnológica occidental hacia Oriente, pero llama poderosamente la atención que, mientras los Estados Unidos y Europa olvidan y menosprecian las energías renovables, China tiene mucho más claros sus intereses estratégicos.
Otro de los campos en que se ha notado más el peso de la inversión china en Occidente ha sido en el de la automoción. Hace sólo unas semanas, la compra de parte de la histórica Peugeot por parte de la china Dongfeng sacudía la opinión pública de Francia.
Pero, más allá del golpe emocional que supone que una de las marcas francesas por excelencia pase a depender de capital extranjero, hay un dato aún más relevante en la historia. El principal interés de Dongfeng en Peugeot es su tecnología de híbridos de aire que combina gasolina y aire comprimido en una nueva generación de motores con un consumo mucho menor.
Y no es el único caso. Tras la compra de la sueca Saab por la chino-japonesa NEVS en 2011, la misma se ha convertido en la empresa líder en vehículos eléctricos en Asia. Y en el mismo 2013 se completó la adquisición del fabricante norteamericano de coches eléctricos de lujo Fisker por parte de la china Wanxiang America Corporation.
Mientras en Europa languidecen las iniciativas para extender el uso del coche eléctrico, Pekín pretende convertirse en el líder mundial del sector, invirtiendo en la creación de una red de estaciones de servicio y con planes para lograr que dos millones de coches eléctricos circulen por las carreteras chinas para 2020.
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