Lograr la salud de todos los suelos europeos para 2050 es el reto que se marca la Ley de Monitorización del Suelo, una directiva propuesta por la Comisión Europea en julio de 2023. El Parlamento Europeo adoptó el pasado 11 de marzo su proyecto de posición sobre dicha regulación destinada a promover su conservación y restauración.
A falta del acuerdo definitivo, por fin parece que se está empezando a tomar realmente en serio preservar la salud del suelo como uno de los grandes retos de nuestra sociedad. El ambicioso objetivo se abordará estableciendo un marco de vigilancia sólido y coherente para todo el territorio de la Unión Europea.
Para aquellos que estudiamos el suelo esto supone una grata noticia. Para el público en general, sin embargo, el tema sigue siendo un gran desconocido.
El sustrato que nos sostiene
El suelo es esa finísima capa de la litosfera (1 metro, más o menos) que sustenta toda la vida del ámbito terrestre del planeta. Es el sustrato donde crecen todas las plantas que conforman la base de la pirámide trófica, en la cual los humanos ocupamos la cúspide.
Es, además, el intermediario entre el mundo inerte mineral, la atmósfera (la capa gaseosa que rodea a la tierra) y la biosfera, responsable de que los tres conecten y la vida sea tal y como la conocemos.
Actúa, también, como refugio para una gran parte de la biodiversidad del planeta y es uno de nuestros grandes aliados en la lucha contra el cambio climático, ya que se trata del segundo mayor sumidero de carbono después de los océanos, con un enorme potencial para seguir secuestrándolo.
¿Porque es tan importante conservarlo?
A día de hoy, más del 60 % de los suelos europeos son insalubres. En las últimas décadas, el crecimiento demográfico de la población mundial, la gestión insostenible de la tierra, el cambio climático y los fenómenos meteorológicos extremos han acelerado su degradación.
Este panorama supone para la biosfera una pérdida gradual de la capacidad de producir alimentos, piensos y fibra. Asimismo, se ven mermados otros servicios directamente suministrados por el suelo, como el del ciclado de nutrientes, secuestro de carbono, control de plagas o regulación del ciclo del agua. Algo que le cuesta a la Unión Europea al menos 50 mil millones de euros al año.
El problema es que, a pesar de su importancia, se trata de un recurso frágil y prácticamente no renovable, ya que su proceso de recuperación es muy lento. Una vez degradado, necesita siglos para poder recuperarse. Por eso, conservarlo es mucho más rentable que restaurarlo.
¿A que retos se enfrenta la ciencia?
Nos enfrentamos a una enorme caja negra que necesitamos desentrañar si queremos alcanzar los ambiciosos objetivos previstos en la Ley de Monitorización del Suelo. No estamos ante un sistema fácil de estudiar, sino ante una matriz física tridimensional de gran complejidad biológica y química y de alta heterogeneidad espacial, donde conviven miles de especies representando todos los reinos de la vida.
A esta complejidad se unen las dificultades logísticas en el estudio de estos ecosistemas subterráneos. Estas solo pueden salvarse mediante el uso combinado de diferentes metodologías (observacionales, experimentales, modelos, inventarios), lo que requiere mucho esfuerzo y colaboración interdisciplinar e internacional.
Por otra parte, todavía debemos aprender más sobre su funcionamiento para predecir respuestas futuras al cambio global. Los modelos de predicción actuales representan el suelo de una manera muy simplista desde el punto de vista biológico. Para integrar su complejidad de forma realista, necesitamos más datos, teniendo en cuenta la heterogeneidad de este sistema.
Otro reto está en generar indicadores universales de degradación, más allá de los que ya se han propuesto, como la relación entre carbono y arcilla. De nuevo, se necesita investigación para desarrollar indicadores fiables que puedan ser utilizados en la toma de decisiones.
Por último, es urgente estudiar y diseñar estrategias para asistir al suelo y acelerar su recuperación. Todo un desafío para la ciencia, si tenemos en cuenta que el proceso de formación de un suelo (pedogénesis) lleva desde siglos a milenios.