Hogar de la mayor biodiversidad del planeta, la Amazonia es también una bomba de relojería para la aparición o resurgimiento de enfermedades con potencial pandémico. Esto se debe a que la degradación medioambiental y la alteración de los paisajes son factores importantes en este proceso, que se agrava durante los periodos de sequía extrema, como el que afecta actualmente a la región.

En la Amazonia en particular, la pavimentación de la BR-319, que une Porto Velho a Manaus, es una fuente importante de preocupación. Las estimaciones más conservadoras prevén que la deforestación en torno a la carretera podría cuadruplicarse en los próximos 25 años, debido principalmente a la especulación del suelo. Esto se agrava por el hecho de que el 90 % de la zona directamente afectada consiste en áreas de bosque virgen.

La deforestación no es una situación estática, sino dinámica e imprevisible, que provoca la fragmentación de los bosques, aumenta el riesgo de incendios y reduce la biodiversidad de las zonas afectadas. La asociación entre la acción humana en la Amazonia –como la pavimentación de la autopista BR-319 y la explotación ilegal de áreas para la minería–, el cambio climático, la migración desorganizada y el desarrollo social precario crea un entorno favorable para que resurjan enfermedades importantes.

 

Enfermedades conocidas

 

Este proceso puede darse de diferentes maneras. La degradación de las zonas conservadas, el desvío de los ríos y las sequías extremas, por ejemplo, provocan escasez de agua y alimentos. Y esto supone una amenaza directa de malnutrición, que afecta a la salud de las poblaciones locales, dejándolas más vulnerables a las enfermedades conocidas.

La falta de agua potable y la higiene deficiente en condiciones de sequía también aumentan el riesgo de enfermedades transmitidas por agua y alimentos contaminados, como el cólera y la hepatitis, y virus que causan diarreas graves, como el rotavirus. Para empeorar las cosas, la incidencia de enfermedades asociadas a la mala conservación del pescado, como la rabdomiólisis (enfermedad de la orina negra) –que no es infecciosa–, también aumenta durante las sequías extremas.

El calentamiento global es, asimismo, un factor crítico en este proceso, ya que permite que se expanda la presencia de mosquitos que transmiten enfermedades como la malaria y el dengue. Un aumento de apenas unos grados en la temperatura media del planeta puede permitir a estos vectores colonizar zonas que antes les eran inaccesibles, ya que requieren condiciones de temperatura y humedad relativamente altas. En las regiones donde están presentes, la degradación del medio ambiente puede aumentar o disminuir los periodos de precipitaciones, favoreciendo las inundaciones y el mantenimiento de aguas estancadas, y facilitando su proliferación.

No es sorprendente que las enfermedades transmitidas por vectores sean casos clásicos de brotes debidos al desequilibrio medioambiental. La reciente crisis humanitaria de los yanomami, una tragedia causada por la minería ilegal, el acaparamiento de tierras y la falta de acceso a los servicios sanitarios, es un ejemplo de ello. Además de la contaminación del agua y del medio ambiente por el mercurio, las actividades mineras han creado un entorno favorable para la reproducción y propagación de especies de mosquitos del género Anopheles, transmisor del protozoo que causa la malaria.

Esto se debe a que la excavación de barrancos para la extracción de oro y minerales crea charcos de agua que actúan como criaderos artificiales. Además, la actividad minera aumenta la población humana en estas regiones remotas, lo que facilita la propagación de la malaria. En términos numéricos, mientras que entre 2008-2012 alrededor del 20 % de los casos de malaria se produjeron en territorio yanomami, entre 2018-2022 casi el 50 % de los casos afectaron a esta población.

 

Y nuevas enfermedades

 

Pero sin duda, las enfermedades infecciosas, especialmente las zoonóticas (transmitidas de animales a personas), son las más preocupantes. Mientras que algunos patógenos (agentes causantes de enfermedades como virus y bacterias) son capaces de infectar a una o unas pocas especies huésped, otros están más generalizados y pueden, si hay contacto y oportunidad, infectar a una gran variedad de animales. Este tipo de “salto” de un huésped a otro se produce constantemente entre animales en su hábitat natural, por ejemplo, de murciélagos a primates no humanos, pequeños roedores y otros mamíferos. Sin embargo, suele haber un equilibrio en la circulación de estos agentes.

Pero cuando se destruyen los hábitats, por la razón que sea (causada o no por el hombre), las especies locales emigran a zonas más conservadas en busca de alimento y refugio. Y esto puede ocurrir en zonas cercanas a asentamientos humanos, favoreciendo el contacto entre animales salvajes y personas.

 

Imposible de predecir, pero posible de vigilar

 

Por desgracia, prevenir las zoonosis no es tarea fácil. Aunque sabemos que estamos cerca de los límites de una crisis sin retorno, no existe ningún método eficaz que pueda predecir cómo, de dónde o cuál será la próxima enfermedad emergente.

Pero es posible vigilarla. Para ello, vigilamos la circulación de virus y bacterias resistentes en muestras de agua, animales y vectores, así como en seres humanos. Animales centinela como murciélagos, roedores y primates se someten a tecnologías de secuenciación de nueva generación para la detección precoz de agentes circulantes que podrían suponer una amenaza para la salud humana.

Sin embargo, sigue sin ser suficiente. Para ser eficaz, la vigilancia debe ser constante y abarcar los ámbitos local y nacional. Aunque Brasil tiene la capacidad y la infraestructura técnica básica para ello, son pocas las acciones que realmente se ponen en práctica. Además de la vigilancia, necesitamos inversiones en métodos de diagnóstico más rápidos y precisos que puedan marcar la diferencia y ayudar a contener, si no la emergencia, la propagación de una posible nueva enfermedad con potencial pandémico como la covid-19.The Conversation