Los bosques tropicales de Sudamérica pierden su capacidad de absorber carbono de la atmósfera cuando las condiciones se vuelven excepcionalmente cálidas y secas, como las que provoca El Niño, según una nueva investigación de la Universidad de Leeds (Reino Unido), publicada en la revista Nature Climate Change (1).

Durante mucho tiempo, los bosques tropicales han actuado como sumideros de carbono, absorbiendo más carbono del aire del que liberan en él, un proceso que ha moderado el impacto del cambio climático, pero la nueva investigación ha descubierto que en 2015-2016, cuando el fenómeno climático de El Niño provocó sequías y las temperaturas más altas jamás registradas, los bosques sudamericanos fueron incapaces de actuar como sumideros de carbono.

El Niño se produce cuando las temperaturas de la superficie del mar en el Océano Pacífico aumentan bruscamente, desencadenando un cambio importante en el sistema climático mundial. En 2015-2016, el resultado fue un clima excepcionalmente cálido en América del Sur. Ahora se está produciendo un fenómeno similar.

La doctora Amy Bennett, investigadora en la Facultad de Geografía de la Universidad de Leeds, explica que "los bosques tropicales del Amazonas han desempeñado un papel clave en la ralentización de la acumulación de dióxido de carbono en la atmósfera. Los científicos saben que los árboles de la Amazonia son sensibles a los cambios de temperatura y a la disponibilidad de agua, pero desconocemos cómo podría cambiar el cambio climático en el futuro en cada uno de los bosques", añade.

"Investigar lo que ocurrió en el Amazonas durante este enorme evento de El Niño nos dio una ventana hacia el futuro al mostrar cómo el clima cálido y seco sin precedentes impacta en los bosques", explica.

 

Registros directos, árbol por árbol

 

El estudio unió las redes de investigación RAINFOR y PPBio, con docenas de subvenciones a corto plazo que permitieron a más de 100 científicos medir los bosques durante décadas en 123 parcelas experimentales.

Las parcelas abarcan bosques amazónicos y atlánticos, así como bosques más secos de la América del Sur tropical.

Estos registros directos, árbol por árbol, mostraron que la mayoría de los bosques habían actuado como sumideros de carbono durante la mayor parte de los últimos 30 años, con un crecimiento arbóreo superior a la mortalidad. Cuando se produjo El Niño de 2015-2016, el sumidero dejó de funcionar. Esto se debió a que la muerte de árboles aumentó con el calor y la sequía.

La profesora Beatriz Marimon, de la Universidad Estatal de Mato Grosso (Brasil), añade que "en el sudeste de la Amazonia, en el límite de la selva tropical, los árboles pueden haber pasado de almacenar carbono a emitirlo. Mientras que las tasas de crecimiento de los árboles resistieron las temperaturas más altas, la mortalidad de los árboles se disparó cuando llegó este extremo climático", afirma.

De las 123 parcelas estudiadas, 119 experimentaron un aumento medio mensual de la temperatura de 0,5 grados centígrados. 99 de las parcelas también sufrieron déficit hídrico. Donde hacía más calor, también estaba más seco.

 

"La sequía más calurosa de la historia"

 

Antes de El Niño, los investigadores calcularon que las parcelas almacenaban y secuestraban alrededor de un tercio de tonelada de carbono por hectárea y año. Esta cifra se redujo a cero con las condiciones más cálidas y secas de El Niño El cambio se debió a la pérdida de biomasa por la muerte de los árboles.

Los investigadores señalan que el mayor impacto relativo del fenómeno de El Niño se produjo en bosques donde el clima a largo plazo ya era relativamente seco.

Se esperaba que los bosques más húmedos fueran los más vulnerables al clima extremadamente seco, ya que estarían menos adaptados a tales condiciones. Sin embargo, ocurrió lo contrario. Por el contrario, los bosques más acostumbrados a un clima más seco en la periferia seca del bioma del bosque tropical resultaron ser los más vulnerables a la sequía. Esto sugería que algunos árboles ya estaban operando al límite de las condiciones tolerables.

Para el profesor Oliver Phillips, ecólogo de la Universidad de Leeds que supervisó la investigación y dirige la iniciativa mundial ForestPlots, los resultados ofrecían esperanzas sobre la capacidad de recuperación de la naturaleza tropical sudamericana.

"La perspectiva completa de 30 años que ofrece nuestro variado equipo muestra que este El Niño no tuvo un efecto peor en los bosques intactos que las sequías anteriores --prosigue--. Sin embargo, ésta ha sido la sequía más calurosa de la historia".

 

Medidas para protegerlos

 

Según añade, "donde aumentó la mortalidad de los árboles fue en las zonas más secas de la periferia amazónica, donde los bosques ya estaban fragmentados. Conociendo estos riesgos, los conservacionistas y gestores de recursos pueden tomar medidas para protegerlos. A través de la compleja dinámica que se produce en los entornos forestales, el desbroce de tierras hace que el entorno sea más seco y caluroso, lo que somete a un mayor estrés a los árboles que quedan".

"Por eso, el gran reto es mantener los bosques en pie --advierte--. Si lo conseguimos, nuestros datos sobre el terreno demuestran que pueden seguir ayudando a retener carbono y frenar el cambio climático".

Referencias