La tercera parte de las tierras del planeta está en riesgo de desertificación. El porcentaje de tierras áridas en los países europeos del área mediterránea es del 33,8 %, no obstante el 70 % de las tierras áridas a nivel mundial se concentran en África y Asia. En España, el 74 % del territorio es susceptible de sufrir desertificación por encontrarse en zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas. Además, este problema se verá seguramente agravado por la incidencia del cambio climático.

La desertificación es uno de los principales problemas ambientales que afectan al planeta: disminuye la productividad agrícola y ganadera, así como el valor de los recursos naturales y tiene graves consecuencias socioeconómicas.

 

¿Qué es la desertificación?

 

La Convención de Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación la define como la degradación de las tierras de zonas áridas, semiáridas y subhúmedas secas resultante de diversos factores, como las variaciones climáticas y las actividades humanas. Este último punto, la acción humana, es clave para diferenciar la desertificación de la desertización, en ocasiones confundida.

De la anterior definición se pueden extraer dos conclusiones a tener en cuenta: que el proceso de desertificación se da en determinadas zonas y que está definido por la acción del clima (sequías, lluvias intensas, aridez,…), del ser humano (incendios, deforestación, determinadas prácticas agrícolas…) y de las características geomorfológicas del terreno (fuertes pendientes, litologías blandas, erosionabilidad del suelo…).

Se han identificado 6 principales escenarios de desertificación: cultivos de secano afectados por la erosión, tierras agrícolas abandonadas, cultivos de regadío mal planificados, tierras con sobrepastoreo, eriales y matorrales degradados y bosques mal gestionados.

 

¿Puede revertirse?

 

En un sentido simplista, se puede entender que, si se actúa sobre estos factores, se puede revertir la degradación del suelo. Sin embargo, la desertificación es un proceso complejo y multifactorial, y no existe una receta para que un suelo vuelva a su estado original una vez que es demasiado árido. Asimismo, las intervenciones para la rehabilitación de las zonas desertificadas son económicamente costosas y ofrecen resultados limitados.

El proceso de recuperación del suelo es lento, se necesitan cientos de años para recuperar un centímetro de suelo. Por tanto, los esfuerzos deben dirigirse a prevenir y mitigar su degradación antes de que el proceso alcance un límite irreversible. La clave es identificar soluciones adaptadas a las condiciones locales, llevarlas a cabo de forma coordinada entre las partes implicadas y realizar un seguimiento para valorar el efecto de las mismas.

 

Responsabilidad de todos

 

En esta lucha contra la desertificación, íntimamente ligada a la mitigación y adaptación al cambio climático, la preservación de la biodiversidad y el mantenimiento de la productividad del suelo, todos desempeñamos un papel importante y debemos formar parte activa de la solución.

Dentro del Pacto Verde Europeo existe una estrategia temática para la protección del suelo de la Unión Europea para, entre otro objetivos, abordar la creciente amenaza de la desertificación y lograr la neutralidad de la degradación de la tierra para 2030. Asimismo, se pueden implementar acciones a través de estrategias nacionales de lucha contra la desertificación que activen políticas que permitan combatir la amenaza creciente que supone este proceso, a través de las ayudas al desarrollo rural encuadradas en el segundo pilar de la Política Agraria Común y estableciendo unos correctos usos del suelo que tengan en cuenta la aptitud de estos para acoger las distintas actividades, entre otras vías.

Es necesario coordinar las medidas a implementar con las políticas e instrumentos sectoriales e intersectoriales, así como fomentar la transferencia de conocimiento para lograr una mayor y mejor divulgación de las acciones llevadas a cabo.

El colectivo agrícola y ganadero puede apostar por la agroecología y mostrar un compromiso activo. Más específicamente, se recomienda implantar en las explotaciones prácticas sostenibles que minimicen la compactación, erosión y salinización y sodificación de los suelos, la contaminación de los acuíferos y la pérdida de biodiversidad y servicios ecosistémicos, entre otros.

Asimismo, en este campo, cabe destacar las siguientes técnicas de producción agrícola: la producción ecológica, la agricultura de conservación y la agricultura regenerativa, esenciales en la protección del suelo agrario.

Por último, y no menos importante, los ciudadanos somos un elemento clave en esta lucha apoyando los productos obtenidos a través de prácticas sostenibles y siguiendo las directrices establecidas.

 

Proceso de restauración del suelo

 

En relación a la acciones para restaurar los terrenos que se han vuelto demasiado áridos cabe señalar las siguientes:

  • Implementar medidas que frenen la erosión. Pueden ser lineales, con diques forestales en cauces, barrancos y cárcavas o mediante el uso de cortavientos en tierras de cultivo (plantaciones lineales de árboles); o de superficie, con medidas biológicas (repoblación forestal, abonado orgánico, cubiertas vegetales, rotación y combinación de cultivos,…) y físicas (bancales o aterrazados, cultivo a nivel, laboreo de conservación…).

  • Hacer un uso racionalizado del agua y prevenir su contaminación.

  • Preservar la vegetación natural y la biodiversidad presente en el agroecosistema, clave para el mantenimiento de los servicios ecosistémicos que aumentan la resiliencia del mismo.

La desertificación implica una disminución irreversible a escala temporal humana de los niveles de productividad de los ecosistemas terrestres. Se debe avanzar hacia la neutralidad en la degradación del suelo, aunando los esfuerzos en la prevención y mitigación.