Por ahora todavía los situamos muy lejos, en los remotos atolones de Fiji o Tuvalu, o lo más cerca en el Sahel africano, pero España podría ser el primer país de Europa en tener sus propios desplazados climáticos. La desertificación avanza de forma inexorable por el sureste peninsular, impulsada por el uso abusivo e irracional del agua en unas tierras tradicionalmente secas, y decenas de miles de personas, tal vez cientos de miles, podrían verse obligadas a emigrar en las próximas décadas por no poder seguir desarrollando las actividades de las que vivían.
El peligro acecha a toda la península de aquí a final de siglo, pero a corto plazo las zonas más amenazadas son las provincias de Almería, Granada, Murcia y parte de las de Málaga y Alicante. Un poco más adelante, la aridez avanzará por la gran llanura manchega. Las mencionadas zonas costeras viven principalmente del turismo veraniego masivo y de la agricultura intensiva de regadío. Una y otra industria podrían enfrentarse al problema de la falta de un agua que han derrochado durante demasiado tiempo como si nunca se fuese a acabar.
Unas 400.000 personas viven de la agricultura intensiva solamente en Andalucía
Solamente del regadío y solamente en Andalucía, viven unas 400.000 personas. Y sin agua, no podrán cultivar ni vivir. El Gobierno andaluz ya trabaja en una estrategia de adaptación al calentamiento global en cuyos documentos advierte de un desplazamiento progresivo de los cultivos hacia el norte, y de un “grave riesgo de abandono de tierras”. En Murcia, el sindicato agrario Asaja denuncia que entre la crisis económica y la sequía han conseguido que en zonas como la de Lorca se hayan dejado de explotar una quinta parte de las parcelas.
La presión de los agricultores por hallar más y más fuentes de suministro ha agravado una desertización de unas tierras de recursos hídricos escasos y acostumbradas desde siempre a las largas sequías. "El sistema ecológico da para lo que da y el modelo está al límite", diagnostica Jaime Martínez Valderrama, investigador de la Estación Experimental de Zonas Áridas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), quien denuncia la presión excesiva sobre los acuíferos de la zona, que las nuevas tecnologías han permitido perforar y explotar hasta niveles antes inimaginables.
Sale tres veces más agua de la que entra
En Almería, los invernaderos de El Ejido absorben el 90% del consumo de agua de la zona y en Tabernas la explotación del acuífero del río Aguas ha superado en un 300% su capacidad de recarga, lo que lo convierte en el más castigado del país. En la comarca malagueña de la Axarquía, la fiebre de los cultivos tropicales, como mangos o aguacates, está acabando a marchas forzadas con todas las reservas. Ecologistas en Acción deja muy claro que "o se paraliza la 'burbuja' o se alcanzará el colapso hídrico y, con él, la ruina de quienes invirtieron".
Escasez de agua, salinización creciente de la que todavía queda, contaminación de suelos por pesticidas y pérdida de áreas naturales ponen cada día más cerca de abismo estos modelos de cultivo de regadío, y a quienes viven de ellos. Por supuesto, los más perjudicados serán los temporeros. Los grandes propietarios se limitarán a buscar lugares mejores para seguir con su actividad. Pero unos y otros tendrán que cambiar de lugar de residencia.
Un estudio oficial auguraba que el 80% del país podría ser desierto a final de siglo
De hecho, la agricultura intensiva del sur de España será víctima de un problema que ella misma ha contribuido a crear: sus emisiones de gases de efecto invernadero por el uso intensivo de fertilizantes nitrogenados y combustibles fósiles han contribuido enormemente a hacer subir los termómetros en las últimas décadas, según los informes de la Agencia Europea del Medio Ambiente que achaca a la agricultura el 10% de las emisiones globales del continente.
Un análisis del Ministerio de Medio Ambiente de 2016, titulado Impactos del cambio climático en los procesos de desertificación en España auguraba que el 80% del territorio español podría convertirse en desierto a finales de siglo. Según sus previsiones, al ritmo actual de pérdida de suelo fértil y con las previsiones climáticas disponibles (más calor, menos precipitaciones y más y más prolongadas sequías), la España húmeda, que ocupaba un 39% de la superficie peninsular entre 1971 y el año 2000, podría reducirse a un 20% al terminar el siglo XXI.
La ONU calcula que ya hay más de 64 millones de refugiados climáticos en el mundo, y, al paso que vamos, según sus previsiones, en un par de décadas la cifra podría alcanzar los 1.000 millones. Cientos de miles de ellos podrían ser españoles si no se cambia a tiempo un modelo de desarrollo agrícola y turístico que es indudablemente no sostenible. Ya hace mucho tiempo que sabemos que, como afirma el refranero, no es más que “pan para hoy y hambre para mañana”. Y sed, cabría añadir.
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