En marzo de 2014, tras una denuncia de Australia, el principal órgano judicial de la Organización de las Naciones Unidas, la Corte Internacional de Justicia (CIJ), emitió un fallo en el que vetaba el permiso especial japonés para cazar ballenas en los mares australes, conocido como JARPA II, así como la concesión de nuevos en virtud de ese programa, al considerar que las cacerías eran en realidad una tapadera para la actividad comercial sin ningún valor científico real.
Tokio desafía a la CIJ con una argucia judicial sentando un peligroso precedente
Debido a la delicada situación en la que se encontraban las poblaciones de ballenas, la Comisión Ballenera Internacional (CBI), creada el 2 de diciembre de 1946, determinó en 1982 el fin de la caza comercial de los grandes cetáceos con una moratoria internacional, firmada también por Japón, que se hizo efectiva en la temporada 1985-1986.
Sólo se permite la captura de estos animales si es con fines científicos, así como la caza de subsistencia de algunos pueblos aborígenes, considerada como parte de la cultura de dichos pueblos, que es permitida en Dinamarca, Rusia, San Vicente y las Granadinas y los Estados Unidos.
Mediante una argucia judicial, Tokio ha desafiado a la CIJ sentando un peligroso precedente. El gobierno japonés presentó a las Naciones Unidas una declaración sobre el reconocimiento de competencias de la corte, en la que excluye cualquier disputa que surja de o en relación con la “investigación, conservación, gestión o explotación de los recursos vivos del mar”, para así evitar recibir más demandas sobre este asunto.
Un negocio a la baja
En un intento de enmascarar su desobediencia a las leyes internacionales, la Agencia de Pesca nipona detalla que para diseñar el nuevo programa de investigación, llamado NEWREP-A, se han tenido en cuenta las preocupaciones y recomendaciones de la CBI y la CIJ. Por ello, reduce el volumen de capturas en dos tercios: dará caza a 333 ballenas minke cada año en lugar de los 1.000 ejemplares anuales del anterior proyecto.
“Con el fin de lograr la conservación de los recursos del océano Antártico, y entender y predecir los efectos de factores como el cambio climático, es un imperativo científico obtener una comprensión exacta de muchos aspectos del ecosistema marino, incluyendo sus animales y su dinámica a través de la obtención, la acumulación y el análisis de datos científicos”, argumenta el programa.
En la propuesta presentada a la CBI, las autoridades japonesas también defienden sus dos programas anteriores, el JARPA y el JARPA II: “Fueron las únicas investigaciones a largo plazo que recogieron información biológica de las ballenas y los datos de su entorno, utilizando enfoques letales y no letales”, afirman.
Mantener la práctica es una defensa ante lo que consideran prejuicios culturales del exterior
A pesar de haber parado durante un año la caza de ballenas en el océano Antártico, la flota ballenera japonesa ha seguido con la campaña en el Pacífico Norte. “En los últimos 20 años, unas 10.000 ballenas han muerto a manos de los balleneros japoneses, supuestamente para fomentar la investigación sobre estos cetáceos”, denuncia la organización ecologista Greenpeace, que junto con otras 15 ONG han enviado una declaración al gobierno nipón para que ponga fin a este nuevo programa de caza.
La carne obtenida en las expediciones se comercializa legalmente en supermercados y restaurantes japoneses, pero la demanda de este producto ha disminuido en los últimos años con lo que el sector, tal y como denuncian las organizaciones conservacionistas, sobrevive únicamente gracias a las subvenciones del Gobierno.
¿Por qué desafía entonces Japón a las Naciones Unidas para mantener la caza? Varios expertos, como el politólogo de la Universidad de California Keiko Hirata, coinciden en apuntar que el mantenimiento de esta práctica es una defensa ante lo que consideran prejuicios culturales del exterior. Mantener su tradición sería por tanto no ceder a la presión internacional. Además, sus detractores no han sido capaces de crear un movimiento social dentro del país lo suficientemente fuerte como para forzar a los políticos a cambiar la legislación.
Las ballenas no sólo se cazan en Japón. Arguyendo razones científicas también se capturan en Noruega e Islandia. Se trata de una amenaza más para los grandes cetáceos, que además sufren otros efectos de la actividad humana como la contaminación de los mares o la disminución del krill. La moratoria permitió recuperar sus poblaciones, pero todavía no están totalmente fuera de peligro.