Un año más se repite la misma historia. Tras las doce uvas al son de las campanadas del reloj, la prensa se levantó con importantes noticias sobre tan trascendental cuestión. Este año el foco, además de en la campanada que dio Canal Sur, estuvo en el vestido transparente de una de las presentadoras, Cristina Pedroche, que junto a Fran Blanco condujo el último espacio de 2014 en La Sexta. Sus encantos fueron los protagonistas de numerosos artículos en los medios en los que también se comentaban los modelitos del resto de mujeres que habían retransmitido las campanadas.
“Las mujeres son presentadas en la información como Objeto Observado que Es, siempre sometidas al ojo narrador que las observa […] Sea cual sea su actuación, casi nunca son juzgadas por lo que hacen, sino por lo que son”, explica la periodista Juana Gallego, quien lleva más de 30 años analizando el tratamiento que reciben en los medios, en su último libro De reinas a ciudadanas: los medios de comunicación, ¿motor o rémora para la igualdad?
Los medios de comunicación de masas ofrecen una representación de los géneros dicotomizada y estereotípica en la que la mujer es frecuentemente tratada como un objeto sexual, incluso en los informativos serios, donde las presentadoras suelen ser jóvenes y guapas, con atractivos escotes, mientras sus compañeros masculinos ofrecen una imagen estética mucho menos selectiva. Unos patrones que se repiten en los programas de ficción y en la publicidad.
"Ellas casi nunca son juzgadas por lo que hacen, sino por lo que son", dice Gallego
Las películas de Hollywood reiteran los roles sociales establecidos. Las mujeres con poder son masculinizadas y mostradas como víboras que no conocen el amor y que carecen de familia, porque de lo contrario no habrían podido llegar a donde están, frente a la mayoría de las féminas protagonistas de los filmes, que buscan desesperadamente a su príncipe azul porque sólo junto a él podrán alcanzar la felicidad.
Es el mismo estereotipo en el que viven las princesas Disney, dibujadas para que resulten sexualmente atractivas en películas destinadas a las más pequeñas. La esencia de los films de la factoría de los sueños estadounidense sigue fiel a sus inicios y mantiene su discurso hasta nuestros días. Sin ir más lejos, uno de sus últimos largometrajes, Frozen (2013), sigue contando la típica historia –chica guapa cuyo único objetivo en la vida es encontrar el amor– a pesar del intento por darle un toque más moderno.
Después están los personajes de mujeres malas como el de Lara Croft. “Si pelas un par de capas de la cebolla, descubres que se trata del arquetipo que llamo la muñeca hinchable luchadora, porque incluso aunque actúe basándose en patrones masculinos, en realidad está cosificada y existe para el espectador varón”, afirma la profesora de Ciencias Políticas de la Universidad Occidental College de Los Ángeles Caroline Heleman en el documental Miss Representation (Miss Escaparate), en el que personalidades estadounidenses describen la limitada y estigmatizada visión que los medios ofrecen de las mujeres y cuestionan la escasa participación de éstas en los puestos de poder.
En las series de televisión se siguen idénticas pautas. Carrie Bradshaw, la protagonista de Sexo en Nueva York, y sus amigas se presentan como mujeres modernas y transgresoras, pero en el fondo necesitan a un hombre para sentirse realizadas. Y Carrie Mathison, personaje central de Homeland, es una oficial de operaciones de la CIA que a pesar de su brillantez intelectual y poder requiere de la compañía masculina para lograr estabilidad emocional, sea la de Brody o la de Quinn.
Construyendo la realidad
"No hay ningún país en el mundo donde la televisión exponga a las mujeres, tratadas como objetos más o menos oscuros del deseo, a esta constante humillación mediática. Azafatas, velinas y tronistas a todas las horas del día y de la noche: pechos, muslos y traseros en primer plano, bien visibles, y comportamientos en todo momento seductores”. Con estas duras palabras el periodista Giovanni Valentini describía la televisión italiana en un artículo de opinión publicado en el diario La Repubblica en 2010.
La pequeña pantalla transalpina pasó bruscamente de una larga temporada moralizadora dominada por la Iglesia católica al vulgar, desenfadado y frívolo modelo berlusconiano que se ha consolidado en sus canales. “En un país como Italia, en el que la Iglesia católica ha ejercido siempre una presión muy fuerte y constante en la política interna y en la sociedad civil en general, los productores televisivos debían considerar las opiniones del Vaticano en relación a cómo utilizar el nuevo medio”, explica Vittorio Prada en su libro Videocrazia e teatralizzazione della politica nell’era berlusconiana (Videocracia y teatralización de la política en la era de Berlusconi, en español).
Así, en las primeras emisiones de la cadena pública RAI, dirigida entonces por directivos ligados al partido de Democracia Cristiana influenciados por el papa Pio XII, los presentadores no debían emplear un vocabulario vulgar y las mujeres debían recordar su papel sumiso sin, por supuesto, inducir a la menor tentación.
Pero la censura impuesta por el Vaticano dejó paso al concepto de entretenimiento machista sin mayores pretensiones de un empresario milanés llamado Silvio Berlusconi, quien empezó a hacerse con un gran imperio mediático en los años 80 articulado alrededor de su grupo Fininvest (que a partir de 1995 pasó a llamarse Mediaset). Con la entrada de la televisión privada se comenzó a vulgarizar la figura femenina, un modelo que fue contagiando al resto de canales, incluidos los públicos, tal y como detalla Prada.
La televisión italiana pasó de una etapa moralizadora al frívolo modelo berlusconiano
Frente a la complicidad de muchas mujeres y el silencio de otras, hubo quien se rebeló. “¿Por qué no es posible, simplemente, tener emisiones, como en cualquier otro estado de la Unión Europea, donde el entretenimiento no signifique la humillación de las mujeres?”, se cuestiona la escritora Lorella Zanardo en su libro Il corpo delle donne (El cuerpo de las mujeres). Zanardo, co-autora del documental homónimo, visto por más de cinco millones de personas en Internet, ha lanzado un programa formativo sobre la perspectiva de género en los medios destinado a los niños y adolescentes que hoy en día viven permanentemente conectados a ellos.
Los pequeños, más vulnerables intelectual y emocionalmente, aprenden e interiorizan que lo más importante para las mujeres es su aspecto, sin importar sus logros en cualquier otro terreno. Así, las niñas crecen sometidas a los roles establecidos por una cultura androcéntrica y muchas de ellas se autocosifican.
“Hoy sabemos que los medios de comunicación no son un mero reflejo de la realidad, sino que son auténticos constructores y perpetuadores de la misma. Por ello es tan importante lo que se dice y cómo se dice. Porque, además, son la fuente nutricia de nuestro imaginario colectivo”, explica Gallego en De reinas a ciudadanas.
Gallego argumenta que “los medios proponen una representación de hombres y mujeres claramente asimétrica y desigual” donde abundan modelos de referencia masculinos con los que los niños pueden identificarse y, en cambio, no los hay para las niñas, ya que “de las mujeres que destacan en algo se ofrece una imagen incompleta, distorsionada, peyorativa o sencillamente insultante”, añade.
En un círculo vicioso, esta discriminación se mantiene generación tras generación en unos panoramas político y mediático dominados por los hombres y contribuye a que las mujeres, que crecen bajo la enorme presión de los medios y la publicidad, que ponen el énfasis solamente en la belleza exterior, no alcancen un poder sin el cual no pueden combatir la desigualdad.
"La mejor forma de lograr que la gente te entregue su poder es que crea que no lo tiene", afirma la escritora afroamericana Alice Walker en el documental Miss Escaparate. Aunque los medios traten de convencernos de lo contrario, tenemos una voz. Usémosla.
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