Mientras los conflictos bélicos, los desastres humanitarios y las revueltas en Hong Kong, Chile, Bolivia o Barcelona nos preocupan, las temperaturas medias de la atmósfera y de los océanos siguen subiendo inexorablemente.
Las consecuencias de este calentamiento global, ya poco o nada gradual, sino acelerado, las registramos con detalle, ocupan portadas en los periódicos y merecen profundos estudios científicos y extensos informes oficiales sobre sus mecanismos y su influencia en el funcionamiento del planeta. Pero la acción concertada de la sociedad no acaba de llegar.
Las temperaturas suben y los eventos climáticos extremos se intensifican. Solo las pólizas de algunos seguros se actualizan al ritmo apropiado, pero las medidas significativas de contención llegan tarde o no llegan.
Como constatación de que el calentamiento global está aquí, Madrid acogerá en diciembre de este año, en muy pocas semanas, la cumbre del clima COP número 25, que debía realizarse en Santiago de Chile y que precisamente las revueltas en aquel país hacen inviable.
Una cumbre del clima compleja y acelerada
Tras casi tres décadas de reuniones de expertos en cambio climático y de líderes mundiales responsables de firmar acuerdos de mitigación y adaptación al cambio climático, tras cinco años del histórico Acuerdo de París negociado por 195 países y en el que 185 acordaron compromisos colectivos y serios para atajar el problema, la Conferencia de las Partes (COP) de las Naciones Unidas es una inesperada y abrupta realidad.
Más de 25.000 personas de fuera de Madrid, cientos de organizaciones, fundaciones, empresas y entidades de todo tipo, miles de activistas y grupos sociales hacen a toda prisa una agenda endiablada y densa sobre un tema aún más endiablado y denso.
En la COP 21 de París se fijaron tres objetivos claros, profundos y necesarios: mantener la subida media de la temperatura atmosférica por debajo de los dos grados en relación a la era preindustrial, promover la resiliencia mundial ante el cambio climático manteniendo actividades clave, como la producción de alimentos, con bajas emisiones de gases de efecto invernadero; y acomodar la inversión y las corrientes financieras para hacer frente a este inmenso desafío.
El último coletazo del negacionismo Trump
Con el ambiente caldeado por el cambio climático, por la actualidad y por la llegada urgente e inesperada de la COP a Madrid, Donald Trump, presidente de la segunda nación con mayor responsabilidad sobre el cambio climático, confirma su retirada del Acuerdo de París.
Por fortuna, el anuncio es un brindis al sol, ya que no será oficial hasta la COP25 y no tendrá efecto hasta después de que acabe el mandato de Trump en 2020. Por fortuna, no tuvo efecto cascada en su día al no arrastrar a ningún otro país en su retirada, ni lo está teniendo ahora.
Por fortuna, en su propio país, un centenar de empresas, entre las que se encuentran algunas de las mayores del mundo, y varios de los principales Estados, como California, que representa por sí sola la sexta economía mundial, no le hacen ningún caso y mantienen los compromisos. Pero indudablemente, la retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París no es una buena noticia.
Los portavoces del Gobierno estadounidense han querido justificar la injustificable retirada aduciendo a que los compromisos no eran realistas y que Estados Unidos seguirá su propia senda de mitigación y adaptación al cambio climático.
Lo que todos sabemos es que Trump no solo busca contentar a un sector muy influyente de su electorado, sino que pretende mantener e incluso reforzar las bases clásicas de la economía estadounidense que se apoyan en actividades muy intensivas en carbono. Pero las cuentas no salen, las inversiones previstas no serán rentables en el medio plazo por la desvalorización de este tipo de actividades, y la realidad golpea con dureza a esta visión simplista de cómo “hacer América grande otra vez” (como si toda América fuera Estados Unidos de América).
“América” está perdiendo la oportunidad de liderar la transición económica y energética que demanda los nuevos tiempos. Se la cede ni más ni menos que a China, posiblemente uno de los mayores errores históricos que podrá cometer como país ante desafíos de la envergadura del cambio climático. Numerosos expertos hablan de que este es el momento más oscuro de la diplomacia norteamericana.
Las críticas son casi unánimes, no solo por los ambientalistas y por los adversarios políticos de Trump, sino por parte de todos los países del mundo, incluyendo Rusia: Dmitry Peskov, portavoz del Kremlin lamenta la decisión y reconoce que será difícil hablar de acuerdo climático sin EE UU. Los cinco efectos que la BBC destacó hace dos años cuando Trump anunció su promesa electoral se están cumpliendo.
Un amplio abanico de negacionistas
Debemos sobrevivir a la existencia de varios tipos de negacionistas del cambio climático en este escenario internacional convulso. Tenemos a los más extremos, como Trump y alguno de sus mandatarios, que, por pura definición estadística, son escasos, aunque su influencia es grande.
Tenemos a un segundo grupo, el de aquellos interesados en mantener sus actividades económicas sin alejarse de la senda tradicional de emisiones. Este grupo suele comprender sobradamente el cambio climático, sus causas y sus consecuencias, pero prefiere mirar al corto plazo y engañarse con un reflotamiento puntual de la economía y posponer unos años o apenas unos meses la crisis económica que sobrevuela a muchos países incluyendo el nuestro.
Finalmente tenemos un tercero, más difuso y posiblemente extenso. Es el de las personas que quieren dudar, que buscan fuentes “alternativas” de información que les digan lo que necesitan escuchar, que el cambio climático es una exageración.
El Panel Intergubernamental de Cambio Cimático (IPCC, por sus siglas en inglés) reúne a varios miles de los mejores científicos del mundo, agrupados a su vez en equipos de trabajo para abordar cada una de las temáticas relacionadas con el clima, sus consecuencias y las acciones necesarias para revertir las tendencias y adaptarse a lo que no se pueda revertir.
El IPCC no gana nada diciendo lo que no es. Sus informes están en varios formatos e idiomas disponibles para todos, resumiendo el mejor conocimiento que se tiene del tema.
No hay margen para negar nada. Hay algo de tiempo, no mucho, para ponerse manos a la obra y organizar respuestas, desde lo local a lo global, que estén a la medida del desafío. La COP25 ya está aquí, como el cambio climático. Dejemos de entretenernos con otros planes mientras todo esto pasa.