A la mayoría de la gente los conceptos de efecto invernadero y gases de efecto invernadero nos resultan familiares, ya que aparecen a menudo en las noticias y los debates. Y sin embargo, cuando nos paramos a pensar qué implicaciones tienen, surgen interrogantes.

Sabemos que la vida en nuestro planeta depende de la energía que recibe del sol, que llega a la tierra pasando por la atmósfera. Hemos visto los esquemas con flechas que muestran cómo la energía rebota —se vuelve a irradiar desde la superficie en forma de calor, como ondas infrarrojas— . Luego los gases de efecto invernadero atrapan la mayor parte de ese calor, en un proceso natural y necesario que nos ha proporcionado un clima estable durante miles de años.

Los gases de efecto invernadero atrapan la mayor parte de ese calor, en un proceso natural y necesario que nos ha proporcionado un clima estable durante miles de años

El problema es que los humanos estamos alterando el equilibrio de este sistema; estamos aumentando la concentración de estos gases, que ahora atrapan demasiado calor, cambiando el clima. O mejor dicho, parte del problema es ese aumento de gases de efecto invernadero.

 

¿Cuánto calor se irradia desde el suelo?

 

De la otra parte se habla bastante menos, a pesar de su importancia fundamental: ¿Cuánto calor se irradia desde el suelo?, para luego quedar atrapado en la atmósfera.Y eso depende de cómo gestionamos el suelo, de cómo organizamos el territorio. Por ejemplo, andando descalza sobre la arena o el asfalto un día soleado de agosto, una se quema los pies — y en países aún más expuestos a dramáticas olas de calor, hasta se puede freír un huevo encima del firme de la calle— .

Mientras que en un bosque, un parque u otro sitio con vegetación las temperaturas no llegan a los mismo extremos — y no solo por la sombra, sino porque las plantas utilizan parte de la energía del sol para la fotosíntesis (de hecho, se puede comprobar la eficacia de la fotosíntesis tocando las hojas, que cuánto más eficaces son en su aprovechamiento de la energía solar, más frías están) y también para transpirar agua del suelo, emitiendo vapor de agua.

Estos procesos sirven para enfriar el ambiente, ya que la energía utilizada no se transforma en calor.

 

Degradación de los bosques y las tierras de cultivo

 

Como todo está relacionado, esto también tiene que ver con el carbono: sobra CO2 en la atmósfera, y falta carbono — es decir, materia orgánica— en el suelo. Porque el exceso del CO2 no viene solo de la quema de combustibles fósiles, sino también de la destrucción o degradación de los bosques, las praderas, las tierras de cultivo…

Campo en primavera en Navaluenga, Ávila. Procurando que el suelo siempre esté cubierto de vegetación, aumentamos su fertilidad natural a la vez que evitamos se se caliente en exceso. Foto: Lena Petterson

Igual que hay una retroalimentación negativa, puede haber una positiva, un círculo virtuoso

Estamos rompiendo los equilibrios y los ciclos de nuestro planeta: el ciclo del agua, el ciclo del carbono, del nitrógeno, del fósforo. Es un círculo vicioso. Sin embargo, igual que hay una retroalimentación negativa, puede haber una positiva, un círculo virtuoso. El suelo es un buen punto de comienzo. De hecho, hay cada vez más científicos, científicas (y agricultores y agricultoras, aunque en España están todavía en clara minoría) que están convencidos de que la única forma de evitar una catástrofe climática es regenerar el suelo, fomentar la vegetación y restaurar el ciclo hidrológico — que son tres aspectos de un mismo proceso— .

Uno de esos científicos es Walter Jehne (1), un microbiólogo y experto en cambio climático australiano, que lleva más de 50 años estudiando estos temas. En varias charlas y entrevistas Jehne explica porqué es un error solo centrarnos en reducir el uso de combustibles fósiles.

La razón principal es porque es demasiado lento: ya que los océanos han absorbido gran parte del exceso de CO2, y la mayor parte (más del 90%) del calor adicional, aunque conseguimos reducir nuestras emisiones tardaremos cientos de años en bajar la concentración del CO2 en la atmósfera, porque para equilibrar los océanos soltarán parte de su exceso. Así que, por muy necesaria que sea, no basta con hacer una transición a energías renovables, sino que hay que cambiar urgentemente la forma de producir alimentos y la forma de tratar la naturaleza en general.

 

La fertilidad natural del suelo vivo

 

Para hacer esto tenemos que entender algo sobre la fertilidad natural del suelo, como funciona un suelo vivo, y entender que igual que las plantas necesitan suelo, el suelo necesita plantas. Y que, tanto en las plantas, como en el suelo, hay un sinfín de microorganismos interactuando; son necesarios si no queremos depender completamente de los productos químicos que nos vende la agroindustria.

Estamos rompiendo los equilibrios y los ciclos de nuestro planeta: el ciclo del agua, el ciclo del carbono, del nitrógeno, del fósforo. Es un círculo vicioso. Sin embargo, igual que hay una retroalimentación negativa, puede haber una positiva, un círculo virtuoso.

Estos microorganismos –— bacterias, hongos, y otros que viven sobre todo en, o, alrededor de las raíces de las plantas— protegen contra los patógenos, forman agregados (grumos) que dan una estructura al suelo que le permite almacenar agua, hacen disponibles los nutrientes presentes en el suelo a la vez que seleccionan los que son necesarios y evitan las sustancias tóxicas. Funcionan como una membrana que nutre la planta de forma inteligente y selectiva. A cambio, reciben hidratos de carbono y proteínas segregados por las raíces de las plantas, que sacrifican una parte sustancial de sus nutrientes creados por la fotosíntesis.

Esta vía, que Christine Jones (2), otra científica australiana, llama: la vía líquida del carbono, constituye la forma principal de capturar y almacenar CO2 de las plantas y aumentar la fertilidad natural del suelo —más importante y estable que la descomposición de la materia orgánica muerta en la superficie—.

 

Para evitar una catástrofe climática tenemos que regenerar el suelo, fomentar la vegetación y restaurar los ciclos del agua. Foto: Lena Pettersson.

En sus charlas suele explicar una forma sencilla de comprobar si existe esta simbiosis entre la planta y los microorganismos del suelo: si al sacar la planta, las raíces están limpias, sin tierra pegada, no ha habido comunicación; si, al contrario, están cubiertas de pequeños agregados (grumos), sabemos que “hablan”, y que se benefician mutuamente.

 

Hongos microrrizas

 

Unos de los organismos beneficiosos que más interés han despertado en los últimos años son los hongos micorrizas, que entran en simbiosis con las plantas y con sus largas hifas llegan mucho más lejos, y a espacios mucho más pequeños que las raíces, para extraer nutrientes y encontrar agua. Las micorrizas también crean “redes solidarias” entre varias plantas para compartir información, agua, y nutrientes.

Estos microorganismos, que se pueden ver como la “inteligencia” del tremendamente complejo ecosistema de suelo-plantas (más insectos, pájaros, herbívoros…), son los que la agricultura química —la “convencional”, o “industrial”— quieren eliminar, a pesar de que la absoluta mayoría son beneficiosos, y que sólo un porcentaje muy pequeño son dañinos.

Como dice Jehne en una entrevista de la revista ACRES en 2019: “Una vez que hayamos matado ese interfaz microbial con biocidas, laboreo y fertilizantes excesivos, entonces las plantas dependen exclusivamente de sus raíces (mucho más pequeñas) para absorber nutrientes.

Y sin las micorrizas, las plantas no disponen de un sistema de control de calidad que distingan entre los nutrientes y las toxinas para un crecimiento saludable de la planta, y para la salud humana. Sus raíces simplemente absorben agua con sustancias solubles. En la práctica, estas plantas crecen de manera hidropónica.”

Cada vez más científicos, científicas (y agricultores y agricultoras) están convencidos de que la única forma de evitar una catástrofe climática es regenerar el suelo, fomentar la vegetación y restaurar el ciclo hidrológico

Esto podría explicar el hecho de que el valor nutricional de la mayoría de las frutas y hortalizas haya disminuido. Hay estudios que indican que muchas de las que se han cultivado de forma industrial sólo contienen una tercera parte o la mitad de varios minerales como magnesio, zinc o hierro, en comparación con las de antes de la segunda guerra mundial.

 

Principios de la agricultura regenerativa

 

Así que el suelo vivo nutre las plantas, y las plantas nutren la vida en el suelo. Por este motivo, y para que no creamos que esas superficies de tierra desnuda que se cuece en verano, se hiela en invierno, se pierde con las lluvias torrenciales, pierde materia orgánica, se compacta y que irradia un exceso de calor (que luego el CO2, el vapor de agua, el metano y el óxido nitroso atrapan) no se puede recuperar, los principios de la agricultura regenerativa son:

  • Tener el suelo siempre cubierto, el tiempo máximo posible con plantas verdes.
  • Minimizar el laboreo
  • Evitar o minimizar el uso de biocidas.
  • Cultivar una diversidad de plantas.

De esta forma, se restablecería un suelo esponjoso, en el que pueda infiltrarse el agua, lo que constituye una condición indispensable para restaurar el ciclo hidrológico. En general, se suele hablar del impacto del cambio climático sobre este ciclo, y sobre los recursos hídricos, pero Jehne hace mucho hincapié en cómo nuestra gestión del suelo y del agua puede limitar o exacerbar el calentamiento global.

Un enfoque parecido tiene el documento Water for climate healing – A new water paradigm presentado por la República Eslovaca en la Conferencia sobre el Agua de la ONU (3) en marzo del 2023. Este documento explica que el cambio climático se ha intensificado debido a la degradación del suelo y de las cuencas hidrográficas, y que el uso que hacemos de la tierra modifica la hidrología: la conversión de terrenos naturales a suelo agrícola o urbano reduce la infiltración del agua y empeora su calidad, además de aumentar el calentamiento y la erosión. Las olas de calor se hacen más frecuentes e intensas cuando un paisaje se reseca, se drenan los humedales, y se talan los bosques.

Viña sin arar en El Tiemblo, Ávila. Matar la vida en el suelo con biocidas y laboreo excesivo degrada la tierra a la vez que agrava el cambio climático. Foto.: Lena Petterson.

 

Restauración de los ciclos cortos del agua

 

Las recomendaciones se centran en la restauración de los ciclos cortos de agua. Estos reciclan el agua de la evapotranspiración gracias a la vegetación y la humedad almacenada en el suelo, y moderan el tiempo atmosférico en cada cuenca hidrográfica. Su poder depende del uso de la tierra: en territorios donde el suelo está sellado o degradado prácticamente este ciclo corto no existe. La acción necesaria sería entonces rediseñar el territorio buscando que la mayor parte esté cubierto de vegetación, a la vez que se regenere la tierra, para así asegurarse de que cada gota de lluvia que caiga se aproveche.

Las plantas son pieza clave en este proceso: son las que almacenan y transpiran el agua necesaria para enfriar el ambiente, mantener las precipitaciones locales y moderar las diferencias de temperatura. Además son las que nutren los microorganismo del suelo, para que la fotosíntesis –que es el motor de todo este proceso– funcione con máxima eficacia. En cambio, una superficie seca e impenetrable se sobrecalienta, reirradia la mayor parte de la energía solar entrante en forma de calor, calentado el aire que a su vez absorbe la humedad que hay alrededor, y así impulsa un círculo vicioso.

Así que para cambiar esto, y entrar en un círculo virtuoso, el nuevo paradigma del agua propone reforestar, transitar a una agricultura regenerativa, restaurar la vegetación de las riberas, y rediseñar las ciudades para aprovechar las aguas de lluvia, incorporando espacios verdes y así evitar las islas de calor. Y sobre todo: entender que en esta era del Antropoceno hemos alterado peligrosamente la capacidad de autorregulación de los sistemas naturales planetarios, pero que podemos tener un papel vital en la restauración del funcionamiento de esos sistemas.

Referencias
  • (1) Walter Jehne, un microbiólogo y experto en cambio climático. Interview: Supporting the soil carbon sponge (2019).
  • (2) Christine Jones. La vía de carbono líquido, Extracto de Australian Farm Journal del 3 julio 2008.
  • (3) Documento Naciones Unidas: Water for climate healing – A new water paradigm, Ministry of Agiculture and Rural development of the Slovac Republic (2023).