Cualquiera que camine por Singapur experimentará una extraña paradoja. Por un lado, esta ciudad-estado pretende ser sostenible, implantar una arquitectura "responsable" y fomentar un turismo no invasivo que respete sus tesoros naturales. Por otro, el consumo es atroz y continuo las 24 horas del día, los residuos no se seleccionan y vigas amontonadas adornan la mayoría de los pocos terrenos todavía sin construir.

El Gobierno de este reducto del capitalismo más salvaje afirma que pretende reducir paulatinamente las emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera hasta intentar dejarlas en cero. Una especie de Ciudad del Vaticano en versión Manhattan. Pero, ¿es posible liderar el desarrollo urbanístico y social sin contaminar?

Singapur busca ser una 'smart city' con un entorno futurista e hipertecnológico

Se necesitan varios factores. Primero, una conciencia ecológica que se empiece a fomentar desde la escuela. Después, mecanismos políticos que faciliten su consecución. Hay que tener en cuenta algunos datos: Singapur es una ciudad-estado de 700 kilómetros cuadrados (la mitad que la provincia de Murcia) y 5,4 millones de habitantes. Hace medio siglo se independizó del Reino Unido adoptando la república como forma de gobierno, aunque a lo largo de su existencia ha sido gobernado por un único partido que impone su forma de ver el mundo.

Su interés en acaparar inversiones extranjeras y convertirse en el centro financiero del sudeste asiático ha llevado a su economía a crecer un 4% de PIB sostenido al año desde principios de siglo. La mitad de su población es extranjera y algunas restricciones son tan severas que incluso la introducción de chicle está penada con cárcel.

Salvando el contexto socioeconómico, Singapur presume de sus rascacielos diseñados por firmas de renombre, sus esculturas de Salvador Dalí o Fernando Botero a pie de calle y su suburbano de tecnología punta. Algo difícil de encontrar en la región. Aparte de la baja tasa de desempleo (un 2,1%, según el Ministerio de Trabajo), la atracción que ejerce sobre los nuevos moradores se centra en su empeño por ser una smart city (ciudad inteligente) que ofrezca a sus ciudadanos un entorno futurista e hipertecnológico donde las operaciones en hospitales las realice un robot o los coches se desplacen sin conductor. Y que eso, aunque muchos lo pongan en cuestión, ayude a hacerla menos dañina para el medio ambiente. "Estamos obsesionados con la eficiencia, con el aprovechamiento de los recursos. Y la tecnología es la herramienta que nos está ayudando a alcanzar nuestros objetivos", afirma el líder del departamento de Inversión en Innovación, Alex Lin.

El jardín vertical más grande del mundo

"Creo que Singapur puede llegar a ser una ciudad con mucha menos carga ecológica que otras de sus dimensiones", resume a EcoAvant.com una arquitecta española que prefiere no facilitar su nombre. Esta residente en el país desde hace cuatro años ve "contradicciones" en la forma de lograr este objetivo. "Se utilizan elementos, como el vidrio, que necesitan un empleo de energía altísimo para mantener los espacios fríos en un clima tan cálido", pone como ejemplo. Los centros comerciales y el metro, además de oficinas y museos, viven en una abismal diferencia térmica con el exterior debido al aire acondicionado.

De momento, según las cifras del Banco Mundial, Singapur pasó de 2,66 toneladas métricas de emisiones per cápita al año en 2010 (medida oficial para las emisiones de CO2 en la atmósfera) a 4,32 en 2011, última fecha de la que se dispone de datos publicados. Ese mismo año, España se situaba en 5,79 toneladas.

Entre 1971 y 2013 el consumo eléctrico familiar se multiplicó por ocho

Una de los proyectos más sonados de los últimos tiempos fue la construcción de los denominados Jardines de la Bahía. Este espacio de 101 hectáreas inaugurado en 2012 se sitúa en la línea de costa, al lado del puerto y del imponente Marina Bay Sands, el hotel de tres torres y 2.500 habitaciones que ha modificado el skyline de la urbe y la ha dotado de un nuevo símbolo. El complejo cuenta con 11 árboles gigantes artificiales que captan la energía solar y un sistema de depuración de agua que les permite autoabastecerse y generar energía para iluminarlo por la noche o trasladarla a otros lugares.

Este paraje ocupa la primera posición en el libro Guinness de los Récords por tener el jardín vertical más grande del mundo. Se trata de The Tree House y ocupa una superficie de 2.289 metros cuadrados a lo largo de 24 pisos en una urbanización residencial. Su diseño permite ahorrar, exponen, hasta 500.000 dólares al año en agua y energía, y además filtra los contaminantes de la atmósfera.

Pese a estos avances, sin embargo, entre 1971 y 2013 el consumo eléctrico familiar se multiplicó por ocho, pasando de 1.155 a 8.840 kilovatios hora (Kwh), más del doble de la media mundial (3.104). Y, paseando por sus animados barrios, no parece que la ciudad-estado vaya en camino de disminuirlo. De ahí que se pueda poner seriamente en cuestión si Singapur es, aparte de inteligente, una ciudad ecológica.