De la misma forma que ha multiplicado e intensificado los huracanes que han devastado este otoño el Caribe, el cambio climático está alumbrando una nueva clase de incendios forestales de especial virulencia, como los registrados hasta hace pocos días en Portugal y Galicia, los que han sembrado la destrucción en California durante las últimas semanas o los que afectaron a diversas regiones del centro y sur de Chile a principios de año.
La acumulación de larguísimas temporadas de temperaturas por encima de lo que hasta ahora era normal, y de la consiguiente sequía, convierte la vegetación en un combustible que arde con una intensidad desconocida por los especialistas que se enfrentan a los fuegos. Ya hubo precedentes: en Grecia en 2007, en Australia en 2009 o en el oeste de Canadá en 2016.
Favorece el fuego el crecimiento sin control de los bosques desde los años 70
"Los incendios forestales, tal y como los hemos conocido (frecuencia, estacionalidad, severidad, etc.), están sufriendo un profundo cambio motivado por la expansión de las masas forestales y su interacción con la población, pero también por la variación de las condiciones meteorológicas que los gobiernan, innegablemente afectadas por el denominado cambio climático", opina Raúl Quílez, técnico forestal del Consorcio de Incendios de Valencia, que se está doctorando con una tesis sobre este tema.
"Los escenarios de cambio climático nos auguran una disminución de precipitación en primavera y una entrada más temprana de las olas de calor, lo que contribuirá a que las campañas de mayor riesgo de incendio comiencen antes en primavera, y que las condiciones ambientales impliquen un comportamiento del fuego más virulento e intenso, limitando mucho la eficacia de los medios de extinción en su control", augura.
Hasta ahora se hablaba de incendios de quinta generación, "grandes incendios forestales que se generan simultáneamente en una amplia zona, que amenazan la población y que superan el límite de capacidad de extinción de los bomberos". "Sólo suponen el 0,2% del total de los que se registran cada año pero son los responsables del 80% de la superficie quemada y de los peores episodios de peligro para las personas", viene advirtiendo desde hace años la Fundación Pau Costa, especializada en el estudio de la ecología del fuego y la gestión de incendios. La entidad lleva el nombre de un experto de los bomberos catalanes que falleció en el incendio de Horta de Sant Joan (Tarragona) en 2009.
Modelos obsoletos
Pero ahora podríamos estar ante una nueva generación de fuegos, todavía más devastadores y difíciles de combatir. "Hemos ido aumentando la nomenclatura: el incendio, el gran incendio, el muy gran incendio, el súper incendio, el megaincendio, hasta llegar a los de sexta generación, los de ahora, en los que las continuidades de combustión cada vez son más grandes porque se están perdiendo las discontinuidades anteriores del paisaje mediterráneo y en los que además complica mucho la extinción la existencia de urbanizaciones dentro de los bosques", explica Juan Sánchez Ruiz, director del Centro Operativo Regional (COR) del plan Infoca en Andalucía.
En ellos se combinan "el abandono de muchos cultivos, que ha hecho que el bosque haya crecido mucho desde los años 70, con más árboles y más continuidad, y un calentamiento global con extremos más altos de temperatura", detalla las razones este especialista.
Otros expertos apuntan a que las masas forestales no han tenido tiempo de adaptarse a unas nuevas condiciones ambientales que están cambiando muy rápidamente: "Los bosques están viejos, fuera de su entorno, que es en el que nacieron, y necesitan adaptarse al clima en el que viven, que muta a toda velocidad por el cambio climático. Eso sólo se consigue con perturbaciones que les ayuden a evolucionar: vientos, nieve, sequía, plagas o incendios", apunta Marc Castellnou, inspector de los Bomberos de la Generalitat de Cataluña y jefe del Grupo de Actuaciones Forestales (GRAF), una unidad altamente especializada en la lucha contra esta clase de siniestros.
España destina 2.000 millones de euros al año a la extinción, y Portugal sólo 100
Castellnou opina que las nuevas condiciones climáticas están modificando la forma en que arde la vegetación, lo que ha dejado obsoletos los modelos matemáticos de predicción y propagación del fuego vigentes hasta ahora, y defiende que tal vez tendremos que "aprender a convivir" con los incendios dejando que en algunos casos sean las llamas las que hagan aprender a los bosques la dura lección de que tienen que adaptarse al cambio climático, dejando actuar selectivamente pequeños siniestros para que modelen el paisaje previniendo fuegos de mayores dimensiones.
"No estamos preparados para afrontar esta nueva generación de incendios", admite, "estamos capacitados para tratar fuegos que ocurren en las copas de los árboles, pero incendios como los de Portugal son explosivos y queman matorrales con una virulencia y una intensidad que nuestros modelos no pueden predecir”. "Los modelos que empleábamos estaban pensados para una climatología determinada y ahora los tenemos que recalibrar con nuevos datos", revela.
En cualquier caso nada puede ser más eficaz que la prevención, y la falta de la misma explica la fuerza letal de los incendios que este año han reducido a cenizas el 5% de la superficie de Portugal y han costado la vida a un centenar de personas. “Portugal combate los incendios con bomberos voluntarios, y España con profesionalismo y conocimientos”, señala el ingeniero forestal y profesor luso Paulo Fernandes. “España destina unos 2.000 millones de euros anuales solo a la extinción. En Portugal son 100 millones. Y en nuestro país apenas llegan a 2.000 los bomberos profesionales, mientras en España son 20.000", denuncia.
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