Los bisontes que un día cubrían las inmensas superficies de las grandes praderas del oeste norteamericano llegaron a estar a finales del siglo XIX al borde de la desaparición. Hoy, su número se ha recuperado, y aunque no están ya en peligro, pocos de ellos son genéticamente puros y vagan libremente en estado salvaje. La mayoría forman parte de rebaños ganaderos. Diversas iniciativas tratan de devolverles el papel ecológico que un día tuvieron y para financiarse proponen adoptar a uno o varios de estos grandes bóvidos.
Cuando los primeros colonos –o invasores– de origen europeo llegaron a las grandes praderas del Medio Oeste norteamericano entre los siglos XVII y XVIII, las encontraron cubiertas por millones de bisontes –los animales a los que en los westerns se llama búfalos–. Los expertos creen que había de 30 a 60 millones de ejemplares antes de que Colón desembarcara por primera vez en las Bahamas creyendo que estaba en Asia. Los pueblos indígenas se alimentaban, vestían y calentaban gracias a ellos, pero los hacían objeto de una caza que, a la luz, de estas cifras, resultaba más que sostenible.
Nada que ver con lo que sucedió a continuación. Los recién llegados cazaron a este rumiante con tal saña de tal manera que, hacia 1890, apenas quedaban 750 ejemplares en libertad. La especie se salvó de la extinción gracias en parte al rebaño que se exhibía en el zoo del Bronx, en Nueva York, que sirvió para ayudar a repoblar las tierras del Parque Nacional Yellowstone, el primer espacio natural protegido del mundo, creado en 1872 y donde había sobrevivido una pequeña población salvaje. Los pueblos nativos que vivían del bisonte sufrieron una suerte semejante.
De decenas de millones de ejemplares, en dos siglos quedaban sólo 750 en libertad
El Bison bison es el mayor animal terrestre de la América del Norte, un enorme bóvido cubierto por un espeso pelaje que puede llegar a medir 1,80 metros de alto, tres de largo y pesar hasta 1.300 kilos. Su piel y su carne fueron las causas de su persecución durante la colonización de aquellas tierras por parte de cientos de miles de norteamericanos de origen europeo que desplazaron la frontera occidental de Estados Unidos durante el siglo XIX. Pero también murieron millares a manos de tiradores que se limitaban a disparar por placer y abandonaban los enormes cuerpos pudriéndose sobre el mar de hierba.
Siglo y medio más tarde, las poblaciones de bisontes americanas se han recuperado y este herbívoro se ha alejado, esperemos que definitivamente, de la lista de animales que el ser humano ha borrado de la faz de la Tierra. Las dos subespecies americanas, bisonte de planicie (B. b. bison) y bisonte de bosque (B. b. athabascae), aparecen en la Lista Roja de especies amenazadas de la UICN como “casi amenazadas”. Aunque sus efectivos son, por lo menos, doscientas veces menores que hace 300 años: se calcula que hoy pastan por tierras estadounidenses, canadienses y del norte mexicano unos 350.000 de estos imponentes rumiantes.
Mucho peor ha sido el destino de los algo más pequeños y desconocidos bisontes europeos (Bison bonasus), los herederos de aquellos gigantes que fueron retratados por nuestros antepasados de hace 20.000 años en las paredes de las cuevas de Altamira o Lascaux. Dos de las tres subespecies descritas por la ciencia se extinguieron entre 1790 y 1930. El gobierno polaco reintrodujo a los últimos 12 ejemplares en el Bosque de Białowieża, que lograron reproducirse hasta dar lugar a los más de 600 ejemplares que hay actualmente en distintos parques nacionales polacos y de algunos países de la Europa del Este en régimen de semilibertad.
Un icono del Oeste
Pero, pese a su notable recuperación demográfica, los esfuerzos por devolver al bisonte a sus hábitats originales en América del Norte se encuentran todavía frente a grandes escollos. La inmensa mayoría de los bisontes están confinados en rebaños comerciales y apenas unos 20.000 genéticamente puros subsisten en un puñado pequeñas reservas, no vagan como antaño libremente por las infinitas praderas del Far West, del que llegaron a ser uno de los iconos. Y, debido a esta gran fragmentación, su capital genético se está resintiendo. Por si fuera poco, desde hace años, su número no aumenta.
Numerosos grupos conservacionistas quisieran volver a ver las llanuras infinitas de hierba atravesadas por cerradas formaciones de bisontes en emigración, con su papel ecológico en el ecosistema plenamente recuperado. Sin embargo, las autoridades locales de estados como Montana se oponen.
“A pesar de todo lo que se ha hecho durante el siglo XX por salvar al bisonte de la extinción, aún queda mucho por hacer para recuperar las manadas de conservación en todo el vasto territorio geográfico que es su hábitat original”, señala Cormack Gates, coeditor del estudio El bisonte americano: directrices para el análisis de la situación y la conservación 2010 de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), en la que es el codirector del Grupo Especializado en Bisontes.
Apenas 20.000 de los 350.000 bóvidos que hay ahora son genéticamente puros
“El esfuerzo por recuperar el bisonte en las llanuras es uno de los proyectos más ambiciosos y complejos de conservación de especies de Norteamérica, y su éxito depende de las leyes locales y nacionales que se promulguen, así como de un potente flujo de financiación, y del cambio de actitud del público en general hacia este animal”, opina Simon Stuart, director de la Comisión para la Supervivencia de las Especies de la UICN.
Diversos proyectos en marcha para la creación de nuevas manadas de bisontes salvajes en las grandes praderas se encuentran con escollos legislativos y con la oposición de los particulares propietarios de los terrenos. La lucha entre partidarios y enemigos del bisonte se centra en Montana, un estado en el que se han aprobado diversas leyes contra la reintroducción a las que se opusieron las 50.000 firmas recogidas por los defensores de la misma.
En 2012, con la colaboración de grupos nativos y el Fondo Mundial para la Naturaleza (de sus siglas en inglés WWF) se liberaron 60 bisontes salvajes en la Reserva de Fort Peck, en Montana. Y, tras una ardua batalla legal, el Tribunal Supremo de Montana dictaminó que otros 34 bisontes salvajes podrían regresar a su hábitat histórico en la de Fort Belknap. Donaciones de ejemplares estadounidenses en 2009 permitieron devolver al bisonte a las planicies del norte de México. La Reserva de la Biosfera de Janos, en el estado de Chihuahua, ha visto nacer ya a varias decenas de terneros.
Organizaciones como la National Wildlife Federation o Defenders of Wildlife están al frente de la lucha por el regreso del bisonte a las llanuras. Uno de sus objetivos ahora es devolverlo al Charles M. Russell National Wildlife Refuge. Pero necesitan apoyo. Especialmente, financiero. Para ello han puesto en marcha la campaña Adopta un bisonte, en la que, por 20 dólares (18,40 euros) se puede apadrinar simbólicamente a un ejemplar, por 30 (27,60 euros) a una familia y por 50 (46 euros) a una manada entera. El dinero se destina a recuperar sus hábitats y luchar por evitar la cacería de los ejemplares que salen de los límites de Yellowstone, además de a tareas de sensibilización.
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