Una especie se considera nativa en un territorio cuando su presencia en él, pasada o actual, no se debe a la acción directa del ser humano, e introducida (o no nativa o alóctona) cuando es la gente la que ha propiciado esa presencia. Sin embargo, hay diferentes fuentes de incertidumbre en estas definiciones.

Por ejemplo, puede generar dudas qué es y qué no una “influencia humana” en la presencia de una especie en un lugar. Suele considerarse que ésta existe cuando ha habido un transporte activo de la especie, voluntario o no, que le permitió salvar barreras geográficas de otra forma insuperables. Pero la influencia humana también ha modificado el clima y la estructura de los paisajes, lo que afecta a la probabilidad de que ciertas especies transiten por ellos y se establezcan en nuevas áreas.

 

El ejemplo de las ratas

 

Las ratas del género Rattus son especies sin ninguna duda introducidas en muchas islas. A ellas llegaron transportadas involuntariamente como polizones o a propósito, como las Rattus exulans, que viajaron en embarcaciones polinesias por todo el Pacífico.

Sin embargo, la expansión de la ratas negra (Rattus rattus) y parda (Rattus norvegicus) por Eurasia habría estado propiciada por su asociación con poblaciones humanas. Aunque sea debatible, en este último caso no estaríamos hablando de especies introducidas, pues no hay un transporte propiciado por el ser humano.

Casos similares son la presencia en la península ibérica de la tórtola turca (Streptopelia decaocto) o, más recientemente, del chacal dorado (Canis aureus).

 

Especies nativas que son introducidas (y al revés)

 

Otra fuente de incertidumbre está asociada a introducciones que se produjeron hace mucho tiempo y no han dejado rastro documental. Se genera así un escenario brumoso y dado al equívoco, en el que especies introducidas se perciben como nativas, mientras otras que en realidad sí son nativas se tratan como si no lo fuesen. En estos casos, los trabajos científicos suelen deshacer los entuertos.

Por ejemplo, los rabilargos (córvidos del género Cyanopica) tienen una distribución muy llamativa, con poblaciones en la península ibérica y el este de Asia. Tradicionalmente se había pensado que la especie habría sido introducida en la península a través de las rutas comerciales portuguesas con oriente.

Sin embargo, a finales de los años 90 se identificaron en Gibraltar huesos de rabilargo con una antigüedad de unos 40 000 años, y mas tarde se demostró que los rabilargos ibéricos llevan más de un millón de años separados de los asiáticos. Es tanto tiempo que estas aves no solo son nativas de la península, sino que son una especie diferente de la oriental.

Rabilargo oriental (Cyanopica cyanus). Philipp Franz von Siebold (Fauna Japonica, 1842)

 

Un caso similar es el del algarrobo (Ceratonia siliqua), cuya distribución por todo el Mediterráneo se consideraba el resultado de la domesticación de la especie en su orilla oriental, o incluso en la península arábiga. Pero hoy sabemos que su presencia en el Mediterráneo occidental es anterior a la domesticación de la especie, por lo que estaríamos también ante una especie nativa.

En el extremo contrario nos encontramos con la tenca (Tinca tinca), un pez considerado nativo en España porque “existen datos de su presencia en yacimientos arqueológicos de la edad de bronce”, a pesar de que biogeográficamente tenga mucho más sentido que fuese una especie introducida.

Un análisis crítico de la información arqueológica muestra que fue un solo hueso el asignado a la tenca (entre cientos de huesos en ese yacimiento granadino, e infinidad de huesos de peces estudiados en la península), identificado por un investigador que no estaba familiarizado con la fauna ibérica de peces (de hecho, erró en las otras dos especies que nombró). Al no revisarse la información original, la idea errónea del carácter nativo de la tenca en España se fue transmitiendo en forma de leyenda urbana.

Tenca (Tinca tinca). Ilustración de Eleazar Albin en la obra de J. Goodwin A Treatise on Fish and Fish-Ponds (1832)

 

Lo nativo es binario; lo invasor, no

 

El hecho de que pueda ser difícil discernir si una especie es nativa no debe ser excusa para restar importancia a ese concepto.

Los ejemplos citados muestran que en la mayoría de los casos es posible resolver las dudas. Pero, sobre todo, en el término “especie introducida” hay más incertidumbre en la parte de “especie” que en la de “introducida”. Determinar si un conjunto de poblaciones constituye una especie es uno de los asuntos más espinosos en biología, sin visos de llegar a consensos.

En un artículo recién publicado en la revista Biological Conservation (1) defendemos que el carácter nativo o introducido es una propiedad intrínseca de una especie en un lugar (no hay que olvidar que todas las especies son nativas en alguna parte). Ni el hecho de que tengamos o hayamos tenido dudas, ni el paso del tiempo, afectan al hecho de que una especie sea o no nativa. Es una propiedad binaria y no se pierde.

En otras palabras: si una especie fue introducida en el pasado, nunca se convertirá en una especie nativa, a pesar de que se la quiera catalogar como tal.

Esto no significa que tengamos que actuar de la misma forma ante cualquier especie introducida. Las decisiones de gestión de las invasiones biológicas tienen más que ver con su capacidad de expansión, de alcanzar altas abundancias o de generar impactos de diversa naturaleza, que difícilmente puede definirse en términos binarios.

En la cuantificación del carácter invasor de una especie y en la priorización de su gestión entran en juego muchos factores, tanto naturales (variaciones espaciales o ambientales) como sociales (afecciones a actividades económicas, imagen social de las especies).

Ante la diversidad de contextos, las estrategias simples y rígidas tienden a no ser eficaces en la gestión de las invasiones biológicas.

Cangrejo italiano (Austropotamobius fulcisianus) en un bodegón del pintor valenciano José María Estrada (1864). José María Estrada/Museo del Prado.

 

La respuesta depende del cangrejo

 

En España ha habido hasta 10 especies de cangrejo de río y ninguna de ellas es nativa. En nuestro artículo usamos este grupo como ejemplo de la diversidad de medidas de gestión que se deben aplicar a un grupo de especies que tiene en común haber sido introducidas.

La primera de las especies en ser introducidas, allá por el siglo XVI, fue el cangrejo italiano (Austropotamobius fulcisianus), al que hemos terminado llamando cangrejo autóctono sin serlo. A través de múltiples introducciones, se convirtió en una especie invasora muy exitosa. La irrupción de la enfermedad conocida como peste del cangrejo en los años 70 cambió el panorama y lo llevó casi a la desaparición. Hoy la especie se gestiona como una especie amenazada, que se protege, se cría y se suelta en numerosas localidades. Si bien esta estrategia puede no tener sentido al no ser una especie nativa, sí está claro que tampoco habría que emprender acción alguna en detrimento de unas poblaciones ya muy mermadas.

En el extremo opuesto estarían los casos de las especies de cangrejo recientemente detectadas y con un conocido potencial invasor. El cangrejo partenogenético Procambarus virginalis, que ya ha aparecido en Asturias y Tenerife, debería recibir una especial atención. Con estas especies debe prohibirse y controlarse la posesión y el transporte. La prioridad debe ser la erradicación y, si ésta fallase, la contención para evitar la expansión a nuevos lugares. Si se deja progresar la invasión se pierden rápidamente opciones de gestión.

Es lo que ha ocurrido con los cangrejos americanos introducidos en la década de los años 70, el señal (Pacifastacus leniusculus) y el rojo (Procambarus clarkii). Ambas especies están ya ampliamente distribuidas y son a menudo extraordinariamente abundantes, dando lugar a enormes impactos ecológicos. A día de hoy no contamos con herramientas eficaces para el control de estos cangrejos, e incluso las actuaciones más agresivas han resultado ser totalmente inútiles.

En estos casos la prioridad debe ser evitar la llegada de estas especies a sistemas sensibles no ocupados, e identificar lugares en los que actuar contra ellos sea factible y beneficioso (principalmente masas de agua pequeñas y cerradas). En estas invasiones tan avanzadas puede no tener sentido establecer restricciones rígidas a la explotación, por no generar beneficios a la vez que dan lugar a un importante conflicto social.

En resumen, la conservación de la biodiversidad debe centrarse en las especies nativas, lo que no implica que haya que actuar de igual forma con (o contra) todas las especies introducidas. Las invasiones biológicas son fenómenos complejos y hace falta disponer de una amplia batería de herramientas para gestionarlas en diversos contextos naturales y sociales.

Referencias