Cada otoño, por estas fechas, el paso de la emigración masiva de las mariposas monarca (Danaus plexippus) a través de América del Norte, entre Canadá y el sur de México, constituía uno de los grandes espectáculos de la naturaleza. Es la única mariposa del mundo capaz de realizar la proeza de un viaje anual de 5.000 kilómetros, una gesta increíble para un animal que apenas pesa medio gramo y mide unos 10 centímetros.
A estas alturas del año, cientos de millones de ejemplares de la generación nacida a finales de verano o principios de otoño, se ponen en marcha en el extremo norte del continente para huir de la llegada del frío, que podría exterminarlas, y viajan durante semanas hasta latitudes más cálidas. A principios de la primavera, harán el recorrido inverso, entre México y California y el norte de Estados Unidos y el Canadá.
Se trata de los tataranietos de los protagonistas de la anterior migración, y realizarán un único viaje de ida y vuelta. Increíblemente, la esperanza de vida de este animal es de unas cinco semanas, pero la generación que debe afrontar el viaje a través del continente, la última de las cinco que nacen cada año, alargará su existencia ¡hasta los siete u ocho meses! Por ello es conocida por los expertos como la generación matusalén.
La tala de bosques, el uso de pesticidas y el cambio climático diezman la especie
Pero, este año, numerosos aficionados a contemplar el fascinante paso de las mariposas de grandes alas de color naranja brillante han denunciado que el número de las que han podido contemplar en puntos antaño atestados de ellas es terriblemente escaso. Las mariposas siguen fielmente las rutas que recorrieron sus antepasados, y en ocasiones llegan a terminarlas en el mismo árbol, así que las señales son preocupantes.
La periodista ambiental Laura Tangley, que cada año pasa un fin de semana solamente para admirarlas en la isla Tilghman, en la bahía de Chesapeake (en la costa atlántica, el mayor estuario de Norteamérica, donde desembocan 150 ríos), afirma que en esta ocasión “he visto apenas un puñado, y nunca más de un ejemplar a la vez”.
"En general, el número de ejemplares observados en esta migración es muy inferior a lo normal, y además llegan tarde", señala el fundador y director del observatorio Monarch Watch, Chip Taylor. "La migración en la región central de este otoño ha sido la menor que hemos visto desde el inicio de Monarch Watch en 1992", remacha.
Informes llegados del Este y el Medio Oeste estadounidenses, desde Maine, Massachusetts y Connecticut a Ohio o Missouri y desde Minnesota a Georgia, Carolina del Norte y Texas, coinciden en que las cifras son las más bajas que se recuerdan, informa la Federación Nacional para la Vida Salvaje.
Ingeniería genética
El declive se inició ya hace tiempo. John Dayton, biólogo de la universidad de San José, confirma que el número de monarcas que pasan el invierno en la costa de California ha disminuido en casi un 90 por ciento desde mediados de la década de 1990. De acuerdo con la Sociedad Xerces, dedicada al estudio y conservación de invertebrados, las poblaciones de mariposas han caído de cerca de 120.000 en 1997 a poco más de 1.000.
¿Qué está pasando con las mariposas monarca? La clave se halla en el algodoncillo, la única planta de la que se alimenta la oruga de este lepidóptero, y es sobre la que las hembras depositan los 400 huevos que cada una aporta a la siguiente generación. También se nutren del néctar de las flores de esta planta, aunque en este caso no de forma exclusiva, los ejemplares adultos.
“Las poblaciones de mariposa monarca están cayendo debido a la pérdida de sus hábitats. Para asegurar un futuro para ellas, la conservación y reintroducción del algodoncillo debe convertirse en una prioridad nacional”, reclama Taylor.
Viven cinco semanas, pero los ejemplares que emigran resisten hasta ocho meses
La desaparición del algodoncillo en el norte de Estados Unidos y el sur de Canadá, donde nace la generación estival que emigrará en otoño, es pues una de las grandes causas de la debacle. Otras son la tala ilegal de los bosques donde habita el insecto, el uso de pesticidas o los efectos del cambio climático, que altera su calendario de migración y el régimen de lluvias en sus lugares de cría o de paso. La ola de calor y la sequía del año pasado perjudicaron enormemente a la monarca.
El problema es particularmente agudo en el Medio Oeste norteamericano, donde la ingeniería genética del maíz y la soja ha logrado hacer estos cultivos resistentes a los herbicidas, por lo que éstos productos son masivamente utilizados y acaban con el algodoncillo que una vez prosperó entre las hileras de las plantaciones y en los campos en barbecho que se extienden por millones de hectáreas de tierras agrícolas.
El algodoncillo, nombre común de las plantas del género Asclepia, contienen toxinas en sus tallos y hojas, devorados por las orugas, que resultan inofensivas para la mariposa monarca pero son venenosas para sus depredadores. Los defensores del insecto han iniciado campañas para solicitar a las personas que viven a lo largo de las rutas migratorias que planten algodoncillo en sus jardines y adopten otras medidas para hacerlos atractivos como punto de descanso de las agotadas mariposas viajeras.
“Aunque no hay mucho que una persona pueda hacer para frenar el cambio climático, plantar algodoncillo en el jardín no es una forma menor de ayudar a las mariposas monarca”, asegura la periodista y escritora especializada en temas de naturaleza Doreen Cubie. Una forma sencilla y barata de preservar una de las grandes maravillas de nuestro planeta.