Equipos ocultos de grabación de imagen y sonido han contribuido desde hace décadas a llenar enormes lagunas en el estudio de la vida salvaje. En los últimos tiempos, y gracias a la miniaturización de los dispositivos electrónicos, se ha convertido en un método común el acoplar cámaras, micrófonos, sensores de todo tipo o dispositivos GPS sobre el cuerpo de algunos animales para saber dónde se encuentran y qué hacen en cada momento de su vida.
Un estudio revela que los aparatos llegan a duplicar el esfuerzo del animal al nadar
Una premisa básica es que el dispositivo debe tener unas dimensiones que no obstaculicen la vida normal del ejemplar, tanto para evitarle molestias como para que no modifique sus hábitos y ello altere los datos que debe aportar el aparato. El peso del aparato debe ser tan ligero como resulte posible para que el animal no lo note.
Y eso resulta más fácil de conseguir cuanto mayores sean las dimensiones y el peso de la especie a estudiar. Para un animal de toneladas de peso, como una ballena o un elefante, resulta inapreciable el cargar con aparatos de varios kilos, mientras que en el caso de ejemplares de la microfauna, como pequeños mamíferos y reptiles, o incluso insectos, sólo resulta posible el estudio si se dispone de dispositivos que no superen unos pocos gramos.
En el caso de las aves, a las que un aparato demasiado pesado podría impedir alzar el vuelo, se considera que el peso del dispositivo no debe superar el del cinco por ciento de la masa corporal. Para un animal marino, el volumen de la carga no resulta un problema tan importante, aunque en ese caso resulta más complicado lograr que el aparato se mantenga sujeto al cuerpo del ejemplar debido a la fricción continua y la corrosión del agua salada.
Un estudio publicado en la revista científica británica Methods in Ecology and Evolution intentó evaluar de qué manera pueden estos aparatos perjudicar a los seres marinos cuando se los estudia precisamente para incrementar los conocimientos que deben permitir protegerlas. Y eligió para ello a las tortugas marinas.
El investigador T. Todd Jones, de la Agencia Nacional de los Océanos y la Atmosfera norteamericana (NOAA, en sus siglas en inglés) y un equipo de colegas estudiaron cómo los transmisores que se suelen colocar en sus caparazones para estudiar sus desplazamientos afectan a estos reptiles. Cada año se realizan medio centenar de estudios en el mundo que requieren colocar esta clase de aparatos en estos animales amenazados de extinción.
Túnel de viento
Para ello se colocaron tortugas con transmisores en un túnel de viento. No tortugas vivas, por supuesto, sino modelos fieles de su anatomía confeccionados en fibra de vidrio, con las aletas delanteras, las que tienen que propulsar al animal en el agua, fabricadas con restos procedentes de ejemplares fallecidos. Después, se ajustó la velocidad del viento en el túnel a la resistencia que puede encontrar una tortuga nadando en el mar y se comprobó cómo interferían en su capacidad hidrodinámica siete distintos tipos de aparatos utilizados habitualmente por los científicos.
En el caso de las tortugas adultas, animales que pueden pesar cientos de kilos, se comprobó que su resistencia al agua podía llegar a ser hasta un 5% mayor. Pero, en ejemplares jóvenes, y cuando se les colocaban los transmisores de mayor tamaño, se comprobó que en ocasiones se llega a duplicar el esfuerzo que debe superar el reptil para avanzar bajo el agua.
El estudio admite que no se puede establecer de qué manera perjudica esto a los animales, dado que no se puede comparar el comportamiento de los quelonios que cargan con transmisores con el de aquellos que no los llevan, porque precisamente por no acarrearlos se ignora lo que hacen la mayor parte del tiempo.
El lastre suplementario les pone más difícil alimentarse y favorece a sus depredadores
Sin embargo, Jones aventura que, al tratarse de animales que realizan migraciones de hasta millares de kilómetros, este lastre suplementario les obliga a utilizar mucha más energía, y eso afecta sin duda a sus posibilidades de alimentarse y reproducirse. Además, el efecto de freno causado por los equipos científicos puede hacerlos más vulnerables a los depredadores. Y, con seguridad, altera los datos sobre el comportamiento que se quieren conseguir.
Jones aconseja a los investigadores que, además de utilizar siempre los equipos más livianos posibles, los coloquen en animales que tengan el caparazón colonizado por percebes u otros moluscos, lo que suele ser habitual en las tortugas marinas en libertad, arranquen algunos de ellos y los sustituyan por el dispositivo transmisor. Con ello, no se habrá alterado el sobrepeso con el que debe cargar el quelonio y el mismo no verá alteradas de forma artificial sus posibilidades de salir adelante.
El trabajo hará posible que a partir de ahora los métodos se adecuen mejor a los objetivos. De esta forma, estudios que persiguen contribuir a la preservación de las especies no tendrán como efecto colateral un impacto exactamente contrario a esta finalidad.
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