Durante estos meses veraniegos, y los fines de semana a lo largo de todo el año, cientos de miles de personas huyen de las ciudades y se desplazan a zonas rurales o espacios naturales en busca de silencio y sosiego. Pero apenas quedan ya lugares silenciosos en el mundo presuntamente desarrollado. Especialmente en la superpoblada e industrializada Europa. Incluso las áreas naturales protegidas se ven ya afectadas por elevados niveles de contaminación acústica que afectan a la fauna y la flora que habita en ellos.
Apenas el 18% de la superficie del continente se puede considerar libre de la lacra del ruido excesivo generado por las actividades humanas, según el estudio Áreas tranquilas en Europa. El entorno no afectado por la contaminación sonora publicado en su última edición en 2016 por la Agencia Europea del Medio Ambiente (EEA, en sus siglas en inglés). Solamente un 27% de los espacios protegidos de la Red Natura 2000 pueden ser considerados zonas totalmente tranquilas, y más de un tercio de la Europa considerada rural también sufre de un exceso de decibelios, que incluso padecen un 20% de los parques y reservas naturales del Viejo Continente, refiere el estudio.
Solamente un 18% del territorio europeo está a salvo de un nivel sonoro excesivo
Tomando como referencia la exposición a los niveles de contaminación acústica considerados nocivos por la Organización Mundial de la Salud, los autores del informe han elaborado un Índice de Tranquilidad Adecuada (IQS en sus siglas anglófonas) que se basa en la distancia a fuentes emisoras de ruidos superiores a los 55 decibelios y elementos subjetivos de la percepción de los mismos por los habitantes del territorio.
Como es previsible, las zonas tranquilas se encuentran principalmente en áreas montañosas, menos ruidosas cuanto mayor es su altitud o su inaccesibilidad, mientras que las costas bajas –hasta los 50 metros de altitud– y las zonas interiores hasta los 200 metros de altitud son las que más decibelios acumulan. El norte es más silencioso que el sur: la península escandinava, especialmente el litoral noruego, y el interior de Islandia concentran el mayor número de las zonas con menos nivel de ruido de Europa, señaladas en los mapas del informe en color azul, que también son relativamente abundantes en la región alpina, mientras la mayor concentración de áreas más ruidosas, de color rojo, se halla en pequeños y densamente habitados países como Bélgica, Dinamarca, Luxemburgo o los Países Bajos –aunque un 9% del territorio holandés se puede considerar tranquilo–. La pequeña Malta aparece como el país más ruidoso del continente.
En el mapa de España apenas hay unas cuantas diminutas y aisladas manchas azules en los Pirineos, la Cordillera Cantábrica y algunos rincones de la meseta occidental que delimitan estos lugares que, según los autores del informe, son fundamentales para la salud humana –el ruido provoca unas 10.000 muertes prematuras anuales, un millar de ellas en España, entre los 20 millones de europeos adultos afectados por la exposición excesiva al mismo–, la biodiversidad e incluso la economía: en este sentido se señala que en las zonas tranquilas se estima que las propiedades inmobiliarias se revalorizan o pierden valor en un 0,5% por cada decibelio de más o de menos.
A un kilómetro de una carretera
Y ni tan siquiera los parques y reservas naturales se libran de esta contaminación humana. El ruido provocado por la proximidad a zonas habitadas o carreteras, o incluso por la excesiva y poco respetuosa afluencia de visitantes, causa serios daños a la vida salvaje. Según una investigación de la Universidad Estatal de Colorado y el Servicio de Parques Naturales norteamericano basada en la toma de datos en 492 puntos con distintos niveles de protección en todo el país, el 63% de las áreas naturales protegidas de Estados Unidos registra niveles excesivos de ruido, y en un 21% de las mismas los mismos llegan a multiplicar por 10 los que serían los naturales.
"Nos sorprendió hallar niveles tan altos de contaminación acústica en tantas zonas de áreas protegidas", admite la bióloga Rachel Buxton, una de las autoras del estudio, para quien "el impacto de la misma sobre los ecosistemas se ha subestimado". Así, el ruido puede llevar a las aves a abandonar sus nidos o puestas, o complicar su apareamiento ante la dificultad para comunicarse a distancia, puede interferir en las posibilidades de tener éxito de depredadores que dependen del oído para cazar, o por el contrario, ponérselo más difícil para escapar de ellos a sus presas, y todo esto tiene un efecto de cascada sobre otras formas de vida que no son capaces de percibir los sonidos, como numerosos invertebrados e incluso plantas que dependen de animales sí afectados para polinizarse o distribuir sus semillas.
Muchos animales tienen problemas para reproducirse y cazar, y eso perjudica a la flora
En un país donde el 80% de su inmenso territorio está a un kilómetro de una carretera, el ruido del tráfico es la principal causa de molestias auditivas para la vida salvaje protegida, seguido de la proximidad a zonas habitadas, actividades extractivas en las áreas adyacentes y la navegación aérea sobre las zonas naturales, aunque también los visitantes que no saben comportarse en la naturaleza ponen su granito de arena.
La vida se adapta como puede a la agresión sonora. Así, diversos estudios han descubierto que los machos de algunas especies de aves emiten cantos más agudos para que puedan ser oídos a mayor distancia, pese a que hasta ahora las hembras solían elegir a los que empleaban frecuencias más bajas, que ahora en ocasiones resultan inaudibles. E investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) descubrieron que las rapaces evitan sobrevolar las carreteras más transitadas, o hacerlo sobre las mismas en que sí lo hacen entre semana durante los días en que experimentan mayor volumen de tráfico, como los fines de semana o en periodos vacacionales.
En general, las aves están entre los animales más perjudicados por la contaminación acústica, que causa muchos efectos "subletales" como elevados niveles de estrés, alteraciones del metabolismo o del ritmo cardíaco, señalan los especialistas del CSIC. En individuos debilitados por falta de alimento o alguna enfermedad esto puede suponerles el tiro de gracia. Pero alimentarse o reproducirse con ruido es cada vez más difícil para muchos otros seres: investigadores de la Universidad de Melbourne han constatado que algunas ranas australianas cuyo croar podía ser captado a 800 metros lo es ahora en zonas con tráfico urbano apenas a un máximo de 14 metros.
Y en el mar, el impacto del ruido sobre los cetáceos, animales que basan en el sonido su comunicación entre individuos, su búsqueda de comida y su orientación para desplazarse, es más que conocido: dejan de alimentarse e incluso acaban muriendo varados en las costas por culpa del impacto que les causa el sónar de los barcos y submarinos militares –que puede superar los 100 kilómetros de alcance– o las explosiones de las prospecciones petrolíferas, gasísticas o mineras submarinas.
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