El Sáhara, el mayor desierto del mundo con más de tres millones de kilómetros cuadrados, y en cuyo interior se hallan algunos de los parajes más inhóspitos del planeta, fue un día verde. Hace apenas unos miles de años corrían por su superficie ríos caudalosos que alimentaban una densa vegetación.
Lo atestiguan, además de los datos aportados por la ciencia, las pinturas rupestres que nos han legado algunos de sus pobladores humanos de aquellos tiempos. Hoy, pese a su desnuda aridez, sigue contribuyendo a nutrir una enorme selva situada a miles de kilómetros de distancia, al otro lado del océano.
El polvo del Sáhara que atraviesa el Atlántico arrastrado por el viento aporta nutrientes indispensables para la supervivencia de la selva de la Amazonia, que sigue siendo, pese a la desmedida y acelerada tala de sus árboles, la mayor superficie forestal del planeta. Lo han descubierto investigadores de la agencia espacial de Estados Unidos (NASA, en sus siglas en inglés) y de las universidades de Maryland y Miami, en el mismo país.
Con las partículas que viajan hacia América se podrían llenar 690.000 camiones
El descubrimiento fue posible gracias a imágenes obtenidas por el satélite Calipso de la NASA, lanzado en 2006 para analizar la estructura vertical de nubes y partículas en la atmósfera terrestre en un proyecto conjunto con el Centro Nacional de Estudios Espaciales francés.
El Calipso logró identificar los enormes penachos de partículas de polvo que se desplazan entre uno y otro continente, claramente visibles desde el espacio. Y afinó sus mediciones por medio de sistemas de detección de aerosoles LIDAR, que emiten pulsos de láser, y sensores de rayos infrarrojos.
El más importante recurso que este polvo viajero aporta es el fósforo, un fertilizante natural de vital importancia para el desarrollo de la vida vegetal, del que los científicos norteamericanos calculan que unas 22.000 toneladas (que representan un 0,08% del volumen total de polvo) viajan por el aire cada año más de 3.000 kilómetros entre el desierto africano y la selva lluviosa suramericana.
El fósforo es un material escaso en la Tierra y hasta ahora no se ha podido sintetizar artificialmente. Está presente en la estructura del ADN, la membrana celular, los huesos y los dientes y resulta imprescindible para que las plantas puedan llevar acabo la fotosíntesis.
Todos los sistemas agrícolas modernos dependen de los fertilizantes fosfatados derivados de roca fosfórica, un recurso finito cuyas reservas mundiales, con el actual ritmo de explotación, podrían agotarse en un siglo.
Casi el 90% de las reservas estimadas se encuentran en cinco países: Marruecos –el primer exportador mundial, a lo que contribuyen los yacimientos del Sáhara Occidental, un territorio que ocupa desde 1975 pero cuya soberanía no le reconoce la comunidad internacional–, China, Argelia, Siria y Sudáfrica, según el Servicio Geológico de los Estados Unidos.
Lluvias en el Sahel
Los datos aportados por el estudio, publicado el año pasado en la revista Geophysical Research Letters de la Unión Geofísica estadunidense, cifran en 182 millones de toneladas de polvo las que el viento se lleva anualmente del Sáhara en dirección al Atlántico.
Se trata de una cifra descomunal: podrían llenarse con ellas casi 690.000 camiones. El mayor trasvase de polvo que se registra en la Tierra, que la NASA ha reproducido por medio de imágenes tridimensionales.
Las lluvias del Sahel, 27,7 millones de media anual (en el periodo estudiado, entre 2007 y 2013), suficientes para llenar 105.000 camiones, logran alcanzar la otra orilla del océano y se precipitan sobre la cuenca del Amazonas, aunque según los autores del trabajo las cifras pueden variar de forma notable de un año a otro: las diferencias observadas entre el año de mayor cantidad (2007) y el de menor (2011) fueron de hasta un 86%.
Otros 43 millones de toneladas de media anual prosiguen su viaje y acaban cayendo sobre las aguas, las orillas y los archipiélagos del mar Caribe. El Gran Banco de arena de las Bahamas les debe buena parte de su extensión.
Precisamente, la zona tropical americana adolece de escasez de fósforo, y la aportación sahariana le permite compensar las pérdidas causadas por la erosión en el suelo que generan la escorrentía natural y las inundaciones por las fuertes lluvias estacionales.
Y, precisamente, es la escasez de lluvia en el Sahel, la franja de sabana seca que enmarca el desierto por el sur, la que hace posible que una mayor cantidad de fósforo y otros nutrientes lleguen a la Amazonia: cuanto menos llueve en el Sahel, más nutrientes llegan a la selva suramericana al año siguiente. Si llueve más, la mayor cantidad de vegetación ayuda a retener el polvo en el suelo africano.
Los científicos calculan que la selva recibe 22.000 toneladas al año de fósforo africano
La cifra de polvo transportada todavía puede variar más, debido al calentamiento global. "Sabemos que el polvo es muy importante en muchos sentidos. Es un componente esencial del sistema de la Tierra.
El polvo afectará al cambio climático y, al mismo tiempo, el cambio climático afectará a polvo", señala Hongbin Yu, un estudioso de la atmósfera en la Universidad de Maryland que trabaja en el Centro Goddard de Vuelos Espaciales de la NASA. Para Yu nunca debemos olvidar que "el mundo es muy pequeño y estamos todos interconectados".
Buena parte del fósforo que fertiliza la selva amazónica procede de la increíblemente distinta Depresión de Bodélé, en Chad, donde se acumula gran cantidad de materiales ricos en este elemento –contenido en los restos de millones de microorganismos lacustres– que se hallan expuestos a la erosión desde que el lago Chad dejó de cubrirlas.
Se estima que en los últimos 1.000 años esta región ha perdido cuatro metros de capa de suelo, de la que una considerable cantidad debió acabar en América del Sur.
Otras consecuencias del viaje de millones de toneladas de polvo sahariano hacia el oeste son que el mismo contribuye a reflejar la insolación que se abate sobre el Atlántico, evitando un mayor calentamiento del océano, y que su llegada a las ciudades de la costa occidental americana determina en buena medida la calidad del aire y la incidencia de las enfermedades respiratorias en las mismas.
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