Desde tiempos históricos, la abeja europea (Apis mellifera), nuestra abeja doméstica, ha sido utilizada en todo el mundo (las zonas polares son la única excepción) para obtener miel y/o polinizar los cultivos, lo que la ha convertido en la especie de su género con mayor distribución en el planeta. Su incansable volar de flor en flor ha aportado incalculables beneficios al medio ambiente y la economía humana, pero precisamente cuando sus poblaciones están descendiendo vertiginosamente en todos los continentes por causas todavía no aclaradas, también hemos sabido que la excesiva proliferación de este himenóptero en un hábitat puede poner en peligro a la flora y la fauna autóctonas.
Es el caso del Parque Nacional del Teide, en Tenerife (la mayor de las islas Canarias), un peculiar ecosistema tropical de alta montaña a los pies del volcán del mismo nombre, de 3.718 metros de altitud, la montaña más elevada de España y de las tierras emergidas de todo el Atlántico. El área, protegida desde 1954, ostenta el récord mundial de densidad de colmenas por kilómetro cuadrado (hasta 12,7) gracias a que la administración canaria autoriza cada primavera la instalación de tres millares de colonias.
El parque registra la mayor densidad mundial de colmenas por kilómetro cuadrado
La abeja melífera modifica los equilibrios naturales del lugar: provoca una disminución de la variedad y abundancia de especies de polinizadores nativos, lo que acarrea efectos negativos inmediatos para la reproducción de algunas plantas y su diversidad genética. Les pasa al tajinaste rojo (Echium wildpretii) y la retama del Teide (Spartocytisus supranubius), valiosos endemismos del ecosistema tinerfeño.
Estas son las conclusiones alcanzadas por una investigación realizada a lo largo de los últimos 15 años, coordinada por Alfredo Valido desde la Estación Biológica de Doñana (Huelva), del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y que ha publicado recientemente la revista Ecosistemas.
La presencia de la actividad apícola tradicional provoca una fuerte competencia por los recursos naturales (polen y néctar) entre las abejas melíferas y la fauna polinizadora nativa, formada por insectos –incluidas otras especies de abejas–, aves y lagartos, muchos de ellos endémicos del Parque Nacional del Teide. En la lucha por el sustento, los nativos, cuyas poblaciones son infinitamente menores, llevan las de perder.
Prohibir la apicultura
Además, la presencia masiva de la abeja doméstica, considerada un polinizador poco eficaz –lo que extiende la autofecundación, de las plantas, puesto que estos animales visitan muchas flores dentro de cada ejemplar vegetal–, incide negativamente tanto en la producción de frutos y semillas como en la viabilidad de éstos y en el vigor de las plántulas a que dan lugar.
Los científicos proponen prohibir la explotación apícola en el Teide de igual forma que se eliminó hace décadas otra práctica agropecuaria tradicional, el pastoreo. "La simple acción de no permitir a los apicultores el uso de este espacio natural público protegido sería la medida de conservación más efectiva, rápida, y sin coste económico alguno, para neutralizar en un 100% el impacto que está generando la abeja doméstica en el Parque Nacional”, asegura Alfredo Valido.
En 2012, el número de apicultores en la zona protegida, de 18.990 hectáreas, ascendía a 135, según la última Memoria anual de actividades del Parque del Teide. Se trata de unos criadores que no viven exclusivamente de esta labor, por lo que, “en principio, esta prohibición no conllevaría un impacto económico significativo para la población”, aseguran los expertos.
La actividad de la 'Apis mellifera' favorece la autofecundación de muchas plantas
Asimismo, los autores de la investigación denuncian que la atención prestada por las autoridades al problema ambiental que genera la apicultura, regulada por el Plan Rector de Uso y Gestión del Parque Nacional del Teide, es insuficiente y alertan de que el uso de abejas domésticas puede ser perjudicial para la conservación de otros ecosistemas de montaña.
Por ejemplo, afirman, en la Cordillera Cantábrica pueden desplazar a otros polinizadores nativos, como los abejorros (Bombus spp). “Las medidas de conservación propuestas para el Teide tendrían que plantearse de igual manera en otras áreas protegidas de la geografía nacional donde se permita esta actividad agropecuaria”, insisten.
Mientras tiran de las orejas a los órganos competentes para que apliquen las acciones adecuadas, los expertos se centran ahora en conocer cómo las alteraciones causadas por la abeja de la miel en el Teide se conjugan con las que está generando el cambio climático, que ha provocado un incremento medio en las temperaturas de la zona de 0,14 grados centígrados cada 10 años desde 1944.
No hay mucho más tiempo. La supervivencia de las delicadas y escasas flora y la fauna autóctona depende de si se actúa ya para garantizar su diversidad genética y estabilizar sus poblaciones. Las de la Apis mellifera también tienen serios problemas, pero deberán resolverlos en otros lugares.