La isla de Islandia fue colonizada hace unos 1.000 años por vikingos, un pueblo nórdico navegante con un marcado carácter negociador. Las materias primas y los recursos que ofrecía la remota isla del océano Ártico despertaron un fuerte interés de los recién llegados, que dieron la vuelta para siempre a la economía de la zona, del norte de Europa y de casi todo el mundo. Pero los vikingos dejaron una huella en el entorno natural que nunca más se borraría, al igual que muchos otros pueblos que han colonizado islas en todo el mundo.
En Islandia, si bien la vegetación muestra cambios en el clima previos a la llegada humana, a partir del año 920 la actividad de los primeros pobladores aceleró cambios en la vegetación, intensificó la erosión y destruyó bosques a favor de los pastos. La madera necesaria para construir embarcaciones, la piedra y el metal de una isla tan rica en recursos fueron saqueados durante años.
En la actualidad, la mayoría de islas habitadas de todo el mundo han experimentado al menos dos oleadas de asentamientos diferentes, cada una con cambios característicos y con legados cada vez más complejos. Esto se debe a la condición irreversible de los cambios que se han producido, que cada vez son más rápidos.
El artículo, publicado en la revista Science, indica que las alteraciones en la vida vegetal del ecosistema de una isla producidos por la colonización humana son 11 veces mayores que los debidos al clima o a efectos como erupciones volcánicas previos. La investigación se ha llevado a cabo en 27 islas de todo el mundo.
Esta modificación causada por la acción humana es irreversible y se va reproduciendo de manera constante, siglos después de la colonización. La primera autora del artículo es la investigadora Sandra Nogué, de la Universidad de Southampton (Reino Unido) analizó los datos y dio forma al trabajo mientras era investigadora visitante del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF, por sus siglas en catalán), período en que colaboró con el investigador Josep Peñuelas.
Las islas, un laboratorio ideal
El estudio permite cuantificar el impacto humano en un paisaje. Hasta ahora era difícil separar los efectos del clima y otros impactos ambientales de los provocados por los primeros humanos en las masas continentales.
El equipo ha estudiado polen fosilizado de hace 5.000 años, extraído de sedimentos de las 27 islas, que ha permitido entender la composición de la vegetación de cada una y cómo cambió desde las muestras de polen más antiguas hasta a las más recientes.
“Las islas son laboratorios ideales para medir el impacto humano”, apunta Sandra Nogué, “ya que la mayoría fueron colonizadas los últimos 3.000 años, cuando los climas eran similares a los actuales. Saber cuándo se colonizó un territorio aislado facilita estudiar científicamente los cambios de la composición de su ecosistema en años anteriores y posteriores, y aporta una dimensión de su magnitud”.
Por eso ha sido clave conocer que la población de las islas de la Polinesia llegó hace 3.000 años a zonas remotas como Poor Knight (Nueva Zelanda, océano Pacífico Sur) y también a Fiji (Pacífico Sur); que hace 2.800 que llegaron a Nueva Caledonia (Pacífico), y 370 años que los europeos desembarcaron en Cabo Verde (Atlántico Norte), considerada la primera colonia europea tropical del Atlántico. A algunas islas del archipiélago de las Canarias (Atlántico) la población europea llegó hace entre 1.800 y 2.000 años, mientras que en las Islas Mauricio (Océano Índico) solo hace 302 años que pusieron un pie colonizadores europeos.
“El medio ambiente de las que fueron colonizadas por poblaciones más modernas, como las Galápagos (Ecuador, Océano Pacífico, habitadas por primera vez en el siglo XVI) o la neozelandesa Poor Knight, recibieron más impacto”, explica Nogué. “En cambio, las ocupadas previamente recibieron poblaciones más primitivas, que desarrollaron una vida más ligada al ritmo natural y más sostenible y, por tanto, el territorio fue más resiliente a la colonización”.
Como ejemplo, el estudio evidencia que las islas a las que llegaron los humanos hace más de 1.500 años, como Fiji y Nueva Caledonia, experimentaron un ritmo de cambio más lento.
“Esta diferencia en el cambio podría significar que las islas pobladas antes fueron más resistentes a la llegada de los humanos. Pero es más probable que las prácticas de uso de la tierra, la tecnología y las especies introducidas por los últimos pobladores fueran más transformadoras que las de los primeros”, explica la investigadora principal.
Si bien no se puede esperar que los ecosistemas recuperen la situación anterior a los asentamientos, el trabajo puede ayudar a "orientar los esfuerzos de restauración y entender la capacidad de respuesta del territorio al cambio”, afirma Josep Peñuelas.
De las Fiji a Cabo Verde
Las tendencias se observaron en ubicaciones geográficas y climas tan diversos como los del océano Pacífico Sur, el Índico, el Atlántico Sur o el Ártico, entre otros. Los cambios en los ecosistemas también pueden ser debidos a varios factores naturales, como terremotos, erupciones volcánicas, condiciones meteorológicas extremas y cambios en el nivel de mar.
Sin embargo, el equipo de investigación ha comprobado que las perturbaciones causadas por los humanos superan todos estos fenómenos y el cambio suele ser irreversible. Por ello, aconsejan que las estrategias de conservación tengan en cuenta el impacto a largo plazo de los humanos y el grado en que los cambios ecológicos actuales difieren de los de la época pre humana.
Los resultados muestran pocos indicios de que los ecosistemas afectados por la colonización humana se parezcan a las dinámicas presentes antes de su llegada. Por lo tanto, los impactos antropogénicos en las islas son componentes duraderos de estos sistemas que suelen implicar una limpieza inicial (por ejemplo, mediante el uso de fuego), y se ven agravados por la introducción de una serie de especies y la extinción de endémicas, además de perturbaciones continuas.
Comentarios