El contacto con la naturaleza reduce los niveles de estrés, los problemas digestivos y los dolores de cabeza. La presión arterial media también cae significativamente tras realizar ejercicio físico al aire libre, preferentemente en un entorno natural. Y el simple hecho de contemplar un paisaje hermoso ayuda a rebajar la frecuencia cardíaca y puede actuar como un potente antídoto contra la depresión, la ansiedad, la fatiga mental y otros trastornos.
Se sabe también que pasear por un bosque, nutrirse de aire puro y silencio, fortalece nuestras defensas ante la enfermedad al liberar endorfinas y aumentar la actividad de los linfocitos, esenciales para coordinar la respuesta inmunológica celular. Y estudios ya clásicos de la psicología ambiental han demostrado cómo los pacientes de hospitales con vistas a espacios abiertos y vivos se recuperaban antes que aquellos que sólo podían contemplar edificaciones por la ventana.
La mera contemplación de un paisaje hermoso previene la depresión y la ansiedad
Las evidencias científicas que investigaciones como estas contienen sobre el potencial curativo y terapéutico de la naturaleza han sido recogidas en el informe Salud y áreas protegidas en España. El documento ha sido elaborado por Europarc España, en el marco del vigésimo aniversario de esta organización integrada por instituciones implicadas en la planificación y gestión de espacios protegidos en nuestro país.
Se trata de la primera vez en España que se aborda este tema de manera específica, con la pretensión de propiciar un acercamiento entre las administraciones sanitarias, de asuntos sociales y ambientales con el fin de aumentar las oportunidades y el apoyo social para la conservación de la naturaleza.
En el estudio han participado numerosos investigadores, entre ellos el catedrático de Psicología Ambiental de la Universidad de Madrid José Antonio Corraliza, conocido por sus trabajos sobre población infantil. Para Corraliza, los niños que disfrutan de un mayor contacto con el medio natural son capaces de afrontar mejor situaciones adversas y sufren menos estrés del que cabría esperar si no contasen con el “factor protector que es la naturaleza”.
Otros autores, también insisten en los efectos negativos derivados del distanciamiento de los entornos naturales y el aislamiento dentro de una vida urbana, demasiado apegada al uso de nuevas tecnologías. Al conocido como trastorno de déficit de naturaleza se vinculan patologías como el aumento de la obesidad, las enfermedades respiratorias, la hiperactividad y falta de atención y la hipovitaminosis (carencia de vitamina D, que se obtiene en buena medida gracias a la exposición al sol).
A pesar de que los trabajos científicos que la demuestran son relativamente recientes, la vinculación de los beneficios para la salud de las personas con las áreas protegidas no es una teoría nueva en absoluto. De hecho, la idea está presente desde los mismos orígenes del movimiento para la protección de la naturaleza.
De Muir a Marañón
John Muir, el gran impulsor de la conservación en Estados Unidos, valoraba en 1898 los beneficios de los parques para sus conciudadanos del siguiente modo: "Miles de personas cansadas, debilitadas, civilizadas en exceso, están empezando a descubrir que ir a las montañas es como volver a casa; y que los parques de montaña y reservas no son sólo útiles como fuentes de madera y ríos para el riego, sino como fuentes de vida”.
Esta misma idea de la naturaleza silvestre como generadora de salud aparece también en España a principios del siglo XX. La proclamaba en 1919 el médico y humanista Gregorio Marañón al valorar las virtudes de la Sierra de Gredos, actualmente protegida como parque nacional. “La higiene actual exige una inmediata derivación de los ciudadanos hacia el campo", decía Marañón, y "causa asombro el pensar que haya sido hasta ahora desaprovechado el tesoro que para la salud pública y para la higiene ciudadana representa”.
Sin embargo, a lo largo del siglo XX, estas ideas quedaron relegadas, incluso olvidadas. No es hasta finales de la década de los 90, y ante las evidentes consecuencias negativas de la vida sedentaria en entornos urbanos, que empiezan a ponerse en marcha iniciativas de promoción de la salud directamente ligadas con las áreas protegidas.
La primera de ellas fue el programa Healthy parks, healthy people, promovido en 1999 por la entidad que gestiona las áreas protegidas australianas y basado en la afirmación de que la salud individual y colectiva depende de un sistema saludable de parques.
Un 28% del territorio del país está protegido por 14 parques nacionales y 162 naturales
En 2010, este programa se convirtió en global y el mismo año la Federación Europarc creó el grupo de trabajo sobre áreas protegidas y salud. En 2011, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) constituye un grupo similar para abordar aspectos de salud y biodiversidad en el marco del Convenio sobre la Diversidad Biológica que impulsó. Precisamente, una de las principales líneas de trabajo del Sexto Congreso Mundial de Parques, que organizará la UICN en noviembre de este año en Australia, estará centrada en los beneficios para la salud que nos brindan las áreas protegidas.
España cuenta con 14 parques nacionales y 162 parques naturales, que reciben cerca de 26 millones de visitas al año. En ese sentido, Salud y áreas protegidas en España destaca el enorme potencial derivado de la existencia de un 28% del territorio español bajo distintas figuras de protección.
El informe incluye numerosos ejemplos de actividades que ya están desarrollándose en nuestros parques, como el programa Castilla y León, Accesible por Naturaleza, que busca acercar a los espacios naturales a colectivos con capacidades funcionales diferentes, o las Rutas Saludables que promociona la Consejería de Salud y Bienestar de la Junta de Andalucía, una propuesta presentada en vídeo que combina la información sobre rutas senderistas por con consejos para la salud ofrecidos por médicos de cabecera.
Finalmente, el informe incluye una serie de recomendaciones a los responsables de los espacios naturales para que incorporen en su gestión los beneficios que dichas áreas suponen para la salud. El principal reto, concluyen los autores, “es explicitar de manera concisa y sistemática los beneficios para la salud de las personas que proporcionan los espacios naturales protegidos, y apostar desde los órganos gestores por su puesta en valor e integración en el discurso y actividades de las áreas protegidas”.