"Nos vienen siguiendo desde que hemos salido de la finca. ¡Han reconocido el remolque!", advierte Susi. En efecto, decenas de lejanos puntos negros describen pausados círculos bajo el cielo azul de la meseta castellana, sin perder de vista el viejo Land Rover que traquetea por los caminos del Parque Natural de las Hoces del Riaza, un afluente del Duero.
Jesús Hernando Iglesias, Susi, de 48 años, guarda del Refugio de Rapaces de Montejo de la Vega de la Serrezuela (Segovia), transporta en el vehículo los restos de una enorme cerda que acaba de recoger en una explotación ganadera cerca de Fuentelcésped (Burgos).
El empleado del WWF/Adena lleva el cuerpo, de unos 300 kilos de peso, al comedero del refugio para alimentar a la mayor colonia de buitres leonados de Europa y una de las mayores del mundo, con un millar de ejemplares, a los que acompañan en los acantilados nueve parejas de alimoches (en grave peligro de extinción) y varias decenas de águilas reales, halcones peregrinos, cernícalos y búhos reales.
Cuando el todoterreno entra en el recinto vallado, ya hay un centenar de buitres en tierra, estirando sus largos cuellos pelados hacia nosotros. Pero apenas queda tendido el cadáver sobre la hierba, se desata una lluvia de gigantes alados que parecen caer colgados de paracaídas. En pocos minutos se juntan "de 300 a 400", afirma Hernando, única presencia humana que aceptan las aves.
Recurso vital
También se apuntan al festín cinco alimoches, cuyos números de anillamiento anota cuidadosamente el guarda tras empuñar sus prismáticos. Pero no se atreven a escalar la ruidosa montaña de plumas bajo la que ha desaparecido la desdichada gorrina, de la que sólo volverán a ver la luz la piel y los huesos.
El pequeño alimoche (Neophron percnopterus) no puede competir con el buitre leonado (Gyps fulvus), que puede llegar a pesar 10 kilos y medir 2,5 metros de punta a punta de ala. Además, su pico no es capaz de desgarrar el cuero de las reses. Así que se arman de paciencia y se conformarán con las migajas.
El comedero ha resultado clave para la supervivencia y expansión de la colonia del Riaza. Durante una década, las medidas adoptadas por la administración para combatir el mal de las vacas locas (encefalopatía espongiforme bovina) impidieron utilizar los restos de ganado vacuno, ovino y caprino en la zona. Un Real Decreto aprobado el año pasado vuelve a autorizarlo.
"Pero siempre tuvimos comida, porque la mayor parte de lo que recogemos son cerdos. Y de vez en cuando nos dan algún caballo, asno o mula, y hasta algún perro", explica Hernando. Para los ganaderos, la colaboración no supone más que ventajas. Si ceden el cuerpo al WWF/Adena, se ahorran el pago del transporte hasta un horno de incineración y el coste de la misma. El grupo ecologista se hace cargo de la recogida. "Y con nosotros no tienen miedo a contagios en sus fincas", añade.
El santuario de Félix
En la década de los 70, Félix Rodríguez de la Fuente recorrió la zona para desarrollar actividades de cetrería y filmar episodios de El hombre y la Tierra (especialmente los dedicados al buitre leonado). La serie congregó en la época a millones de espectadores ante la televisión única y despertó la conciencia ambiental en una España que daba la espalda a la naturaleza.
Por entonces, las rapaces carroñeras, beneficiadas durante siglos por la actividad ganadera –que les proporcionó espacios abiertos fáciles de patrullar y mucho más alimento– se hallaban en regresión por la mecanización de los campos y la desaparición de la trashumancia en Castilla, el uso de venenos y la desprotección de sus áreas de cría. Considerados alimañas, muchos eran muertos a palos cuando, atiborrados de carne, trataban de digerirla sin poder levantar el vuelo.
Rodríguez de la Fuente, vicepresidente de Adena (fundada en 1968), decidió promover un santuario para ellos. En 1974, un convenio con los agricultores y ganaderos locales prohibía la caza en el refugio, inaugurado el 13 de enero de 1975. Desde entonces, la entidad ecologista ha desarrollado sobre sus 2.100 hectáreas la primera y más larga gestión privada de un paraje protegido en España.
Algo más al este, complementa su labor otro refugio de 315 hectáreas creado por la Confederación Hidrográfica del Duero entorno a su embalse de Linares del Arroyo. En 1999, España incluía las Hoces del Riaza en su lista de Lugares de Importancia Comunitaria (LIC), que, junto a las Zonas Especiales de Protección de Aves (ZEPA), que también integra, forman la red europea Natura 2000. En 2004 llegaría la declaración del cañón como parque natural, que protege una superficie de 6.470 hectáreas en las que se incluye el refugio.
Sólo dos personas han ocupado la guardería del refugio en sus tres décadas y media de historia. Desde su fundación se nombró para el puesto a un vecino de Montejo, Hoticiano Hernando, Hoti, al que sustituyó cuando se jubiló su hijo Jesús, que lleva ya 25 años en el puesto.
Entre sus principales tareas, además de la vigilancia y mantenimiento, la realización de censos, la información al visitante y el suministro de carne a los buitres, está la atención de una veintena de comederos y bebederos para la perdiz roja y la construcción de refugios y siembra de alimento para los conejos, especies de vital importancia para las rapaces cazadoras.
Escuela de ecologistas
A iniciativa de Félix, los campamentos de verano fueron una de las principales actividades del refugio entre mediados de los 70 y de los 80. Unos 40 chicos y chicas pasaban unos días en la pradera de Valugar o bajo el murallón de Peña Portillo aprendiendo de biólogos, veterinarios y naturalistas, entre los que nunca faltaba el amigo de los animales.
En grupos de 10, hacían excursiones y participaban en el anillamiento de aves, la construcción de escondrijos para observarlas o labores auxiliares en el laboratorio. "Fue la primera experiencia realizada en España de acercar la naturaleza a los más jóvenes", recuerda Carlos de Aguilera Salvetti, uno de los fundadores de Adena.
"Se trata de acercar una nueva conciencia, de enseñar a los niños, ya en los colegios, que si atentan contra la integridad del planeta, atentan contra su propia vida y la de sus descendientes", definía Félix su objetivo.
Cientos de jóvenes pasaron por esta escuela al aire libre, y con el tiempo algunos llegarían a liderar las principales organizaciones ecologistas españolas, o se convertirían en destacados naturalistas. Populares divulgadores televisivos como Luis Miguel Domínguez o José Luis Gallego recuerdan con agrado sus estíos en Montejo de la Vega.
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