Algunas pueden vivir hasta un siglo. Y alcanzar los 24 centímetros de longitud. Pero para ello necesitan unas aguas libres de toda contaminación. Por esa razón, uno de los lugares donde sobreviven las náyades, una familia de almejas de agua dulce, es el Estany de Banyoles (Girona), el segundo lago natural más extenso de la península Ibérica.
Su cubeta, de 112 hectáreas y hasta 130 metros de profundidad, se llena en más de un 80% con aportaciones subterráneas, provenientes de un gran acuífero pirenaico. Ningún río o torrente vierte en él materia orgánica o residuos químicos de ninguna clase. Por ello, sus aguas son una extremada transparencia y pureza, lo que favorece una elevada biodiversidad. En ellas viven cuatro de las 11 especies de náyades de la península, todas amenazadas y por ello protegidas.
Sin embargo, incluso aquí se vieron en peligro las poblaciones de estos moluscos. Porque, para reproducirse, necesitan la presencia de algunos peces autóctonos como el barbo, el cacho o la babosa de río. Cuando éstos empezaron a escasear, debido a la sobrepesca y a la introducción de especies exóticas, las náyades también se vieron en peligro.
Durante varias semanas, las larvas parasitan a ejemplares de peces autóctonos
Porque el ciclo vital de estos animales es ciertamente curioso. Sus larvas (glochidium) necesitan parasitar durante varias semanas algún pez autóctono. Cada especie de náyade tiene sus especies de pez concretas, y no le sirven otras. Los miles de diminutas crías de cada puesta se adhieren a sus agallas o aletas y se alimentan de sus fluidos corporales.
Tras un periodo de entre siete y 21 días, completan su metamorfosis y se convierten ya en minúsculos bivalvos de apenas 200 micras (más pequeños que la cabeza de un alfiler) que se dejan caer al fondo, donde podrán vivir semienterrados en los sedimentos durante décadas filtrando los nutrientes de las aguas. El pez huésped sufre una experiencia ciertamente desagradable, pero sobrevive a su presencia.
En la mitología griega, las náyades eran las ninfas o hadas que vigilaban las aguas. Por ello recibieron su nombre estos moluscos. Algunas especies pueden llegar a filtrar hasta 50 litros de agua por día, por lo que su contribución al mantenimiento de la calidad de ríos y lagos puede resultar crucial. Y, por ello, resultan excelentes bioindicadores.
Un proyecto financiado principalmente con fondos del Programa Life+ de la Unión Europea permitió poner en marcha en 2011 un laboratorio pionero donde se ha conseguido reproducir las náyades en cautividad.
En terrenos de la finca Casa Nostra, en la orilla suroccidental del lago, tres módulos (recuperados de una guardería) albergan acuarios de 120 litros y otros más pequeños y tanques de 500 litros, aireadores, filtros, y un sistema de circulación de agua para la regeneración de la misma. En el exterior hay ocho tanques de hormigón de 2x 2x1,2 metros para mantener en ellos a peces y náyades adultas.
Sobreinfección
Los técnicos del Consorci de l'Estany, organismo que vela desde 2004 por la salud del patrimonio natural y cultural del lago, capturan ejemplares adultos de náyade alargada, Unio elongatulus y Unio mancus, y también, desde este año, Anodonta anatina y Potomida littoralis (de la que quedan sólo seis en el lago) durante su fase fértil. Cuando las larvas ven la luz, son recogidas en pipetas y se las suelta en los acuarios donde les esperan los peces huésped que tendrán que sufrir su presencia.
“En sólo tres minutos, cada pez se ve invadido por doscientas o trescientas larvas. Realmente los sobre infectamos: en la naturaleza serían menos”, admite Miquel Campos, de 44 años, técnico coordinador del consorcio. Los pobres barbos o cachos también están amenazados y son a su vez objeto de otros programas de reintroducción, así que no es cuestión de sacar muchos del lago.
Las larvas absorben plasma y suero sanguíneo a través de sus branquias o aletas. Los individuos juveniles de náyade que ya han completado su metamorfosis son liberados en el lago, donde podrán llegar a vivir una media de entre 30 y 60 años contribuyendo a la limpieza de sus aguas. “Son verdaderas bombas depuradoras, y pueden suponer un gran ahorro económico en estas tareas”, asegura Campos.
Diversas zonas del lago están incluidas en el Plan de Espacios de Interés Natural autonómico y en las redes Natura 2000 y Ramsar europeas. Los fondos para tres proyectos Life+ concedidos por la UE al consorcio han permitido actuar eficazmente contra los principales problemas que afectan al ecosistema: la pérdida de hábitats y las invasiones de especies foráneas.
Los bivalvos depuran las aguas en las que habitan: algunos hasta 50 litros al día
Humedales y bosques de ribera casi habían desaparecido desde hacía siglos por la presión de la agricultura. El naturalista Francesc Darder, primer director del Zoo de Barcelona, pobló el lago a principios de la pasada centuria con percas, carpas, peces gato, truchas y hasta salmones pensando en favorecer la pesca. Hoy sus métodos serían reprobados por la ciencia, pero en aquellos tiempos la medida fue unánimemente aplaudida.
Otras plantas y animales exóticos se les han sumado en las últimas décadas: flora procedente de jardines urbanos o mascotas abandonadas. Todo ello puso al borde de la extinción a pobladores originales del lago como el barbo y el galápago europeos o las náyades.
Durante los últimos veinte años, la vegetación ribereña original, en la que destaca el junco espigado (Cladium mariscus), ha sido recuperada en gran medida y las especies animales amenazadas son objeto de planes de reintroducción. Las orillas están sembradas de trampas para capturar a peces y tortugas propios de hábitats muy lejanos.
“Ya hemos cogido más de quinientas tortugas tropicales, la mayoría de Florida (Trachemys scripta elegans), pero las hay de otras seis especies”, expone Campos mientras navegamos por el lago en la única embarcación a motor autorizada para ello, la Tirona, accionada por un motor eléctrico y propiedad del ayuntamiento local.
Los proyectos Life+ han dado un espaldarazo casi definitivo a la recuperación de un ecosistema único en el que incluso habitan bacterias anaeróbicas similares a las primeras formas de vida que hubo en la Tierra, o a las que podrían hallarse en otros planetas. Poco a poco, el lago de Banyoles vuelve a parecerse a lo que nunca debió dejar de ser.
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