Últimamente, el lobo se ha convertido en una fuente de tensión social y política en Europa. El relativo éxito de conservación en todo el continente ha generado llamadas a la acción por parte de políticos preocupados y de grupos de ganaderos y cazadores. Por su parte, la Comisión Europea ha propuesto un cambio en su estatus internacional, de “estrictamente protegido” a “protegido”, que podría permitirnos volver a cazar lobos.
Sin embargo, cambiar el estatus de protección no parece la mejor solución. Especialmente teniendo en cuenta que sólo tres de las nueve poblaciones de lobo de la UE han alcanzado el estado de conservación favorable.
En lugar de ello, quizá haya llegado el momento de volver a centrarnos en aprender a convivir –de nuevo– con los lobos. Las estrategias de prevención probadas hasta ahora, como el vallado y el uso de perros guardianes, desempeñan un papel fundamental en este sentido.
La cuestión podría abordarse también desde una perspectiva filosófica, planteándonos cómo convivir y cultivar los principios y valores éticos que sustentan una coexistencia satisfactoria.
Todos los seres, humanos o no, tienen el mismo derecho a existir
En esta tarea, la obra del filósofo medioambiental noruego Arne Næss (1912-2009) podría ser de ayuda. Næss es conocido como el padre de la “ecología profunda”, una teoría ética que sostiene que toda vida tiene un valor intrínseco. Næss sostenía que todos los seres, humanos o no, tienen el mismo derecho a existir y prosperar, un principio que denominó “igualitarismo biosférico”.
En lo que se refiere a los lobos, Næss fue claro: los lobos tienen tanto derecho a estar aquí como nosotros.
Næss escribió un ensayo con el biólogo Ivar Mysterud en el que afirmaba: “El bienestar de la especie lobo como parte de la vida humana y no humana en la Tierra tiene valor en sí mismo”. En consecuencia, argumentaban, “¡los humanos no tienen derecho a reducir esta riqueza y diversidad, incluidos los hábitats y razas del lobo, salvo para satisfacer necesidades vitales!”.
A pesar de este desafío ostensiblemente radical a las normas éticas centradas en el ser humano, Næss demostró un enfoque pragmático en la forma de aplicar en la práctica el principio del igualitarismo biosférico. Por ejemplo, tuvo en cuenta los importantes factores contextuales de las interacciones locales entre lobos y humanos:
“Para algunos pastores, la necesidad de proteger a sus ovejas de los lobos o de ser compensados de algún modo es hoy vital. Significa proteger la base de su economía y el hogar donde han vivido durante generaciones.”
Además de los intereses humanos, también se toma en serio la obligación moral de reducir el sufrimiento de las ovejas y otros animales domésticos. Esto es especialmente importante porque los humanos han reducido la capacidad de estas especies para eludir a los lobos.
Los muflones, antepasados salvajes de las ovejas domésticas, hacen todo lo posible por evitar a los grandes depredadores huyendo a las montañas. En cambio, tras miles de años de cría selectiva, el ganado moderno tiene menos defensas y se ve abandonado a su suerte en campos cercados.
Aumentar la empatía con los no humanos
Næss evitó dar una respuesta única a la cuestión de los lobos (una postura por la que otros académicos le criticaron). Pero su interés por articular principios éticos generales que sirvan de telón de fondo para las decisiones contextuales puede tener importancia en el debate sobre la recuperación de la naturaleza salvaje.
Por ejemplo, Næss utilizó el término “comunidad mixta” para definir los lugares habitados por personas y aquellas especies que desempeñan un papel clave en los asuntos humanos. Desafiando la tendencia a definir la comunidad sólo en términos humanos, Næss sostuvo que este enfoque ayuda a “derribar algunas de las barreras comúnmente erigidas entre los humanos y cualquier otra forma de vida dentro de nuestro espacio común”.
De este modo, se abren vías para una mayor empatía con los no humanos. Una capacidad que, en opinión de Næss, tienen todas las personas y que se deriva de una continuidad inherente entre la vida humana y la no humana.
De hecho, como sostenía el pionero conservacionista estadounidense Aldo Leopold, percibirnos en comunidad con los demás es un requisito previo para la acción moral. En este caso, ayuda a concretar la idea del derecho de los lobos a existir: son miembros de la comunidad igual que nosotros.
Aplicar este marco ético de “comunidades mixtas” a las actuales deliberaciones de la UE puede tener algunas ventajas. Entre otras cosas, puede inspirar el desarrollo de soluciones creativas y mutuamente beneficiosas, como la compensación económica por las pérdidas de ganado –una medida que Næss reclamaba–, así como la mejora de la prevención de los ataques de lobos. También puede contribuir a contrarrestar el miedo y la histeria, a menudo infundados, que rodean a los lobos (Næss culpó a los hermanos Grimm de la mala imagen pública de estos animales).
Solidaridad con otras especies
Pero quizá lo más importante de todo sea su potencial para conectar con nuestros elementos emocionales. Como dijo Næss: “El hombre tiene corazón, no sólo cerebro”.
Para avanzar hacia una coexistencia sostenible, no basta con apelar a abstracciones sobre beneficios científicos o idear sistemas de compensación perfectamente eficientes. También debe derivarse de un sentido de solidaridad con otras especies; un reconocimiento pleno de que, en palabras de Næss: “Los humanos no están solos en este planeta”.
Curiosamente, como demostró un estudio reciente, la mayoría de las personas que viven en comunidades rurales de la UE ya creen que los lobos tienen derecho a existir, lo que apoya el relativo optimismo de Næss sobre la posibilidad de comunidades mixtas. Recordar esto es aún más importante a la luz de la preocupante división política en relación con el llamado “problema del lobo” en Europa.