Gran parte de los conflictos políticos y sociales que vivimos hoy día en Occidente hacen que el término maquiavélico esté en la boca y los escritos de muchos con más frecuencia de la deseable.

No nos centraremos en los motivos que generan estos enfrentamientos, ni pondremos el foco en lo acertado o desacertado del término cuando se emplea en referencia a dirigentes concretos o a contextos públicos determinados. Nos ocuparemos de algo mucho más interesante: el posible origen evolutivo de los comportamientos que reconocemos como retorcidos, manipuladores, egoístas o malintencionados.

Por centrar claramente el tema, la pregunta que nos hacemos es: ¿es la especie Homo sapiens la única que esgrime este nivel de complejidad social? ¿O quizás podríamos tildar también de maquiavélicas algunas actuaciones de nuestros “simiescos” primos?

 

¿Qué supone, realmente, ser maquiavélico?

 

Cuando un término se utiliza en exceso termina desvirtuándose. Dado que es nuestro punto de partida, nos parece importante puntualizar que la RAE asocia el término con “ser partidario del maquiavelismo” y, consecuentemente, con un ser “astuto y engañoso”.

La primera acepción la descartamos porque ningún simio sabe quién fue Maquiavelo y, consecuentemente, no podría reconocerse (aunque quisiera) en su figura. Centraremos, pues, nuestro interés en la segunda.

El origen del “ser maquiavélico” como forma de carácter procede del ideario que imprimió Nicolás Maquiavelo en El Príncipe, obra escrita en las proximidades de Florencia hace la friolera de cinco siglos (la acabó en 1513, aunque se publicó póstumamente en 1531, en Roma). Se trata de un impagable tratado de doctrina política donde su autor revela, de manera práctica, directa y fundamentada (apoyándose en experiencias propias y en lecturas y reflexiones sobre diversos dirigentes históricos), qué pautas hay que seguir para acceder al poder y, sobre todo, para conservarlo.

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Estatua de Nicolás Maquiavelo en la galería exterior de los Uffizi en Florencia. Wikipedia
 

Aunque realmente nunca escribió la frase que más se le atribuye, “el fin justifica los medios”, cada capítulo no hace sino analizar las variables que pueden concurrir en diferentes contextos y describir el comportamiento idóneo (y necesario) para conseguir dos objetivos: mantener el liderazgo y aplastar al que aspire a arrebatárnoslo.

Pero este manual de actuaciones ¿es exclusivamente aplicable al ser humano o encontramos comportamientos similares en otros primates? Dicho de otra manera, ¿está la condición maquiavélica impresa en nuestro ADN desde antes de que apareciesen los primeros representantes de nuestro linaje evolutivo? Más aún, ¿nos habría ayudado el comportamiento maquiavélico a erigirnos como la única especie humana superviviente y dominante del planeta?

Abordaremos las posibles respuestas desde la perspectiva de nuestros parientes vivos más próximos (chimpancés y bonobos), de los que nos separamos evolutivamente hace “tan solo” entre cinco y siete millones de años.

 

¿Se comportan maquiavélicamente los chimpancés y los bonobos?

 

Un interesante debate celebrado hace poco en la sede malagueña de la Universidad Internacional de Andalucía generó importantes reflexiones al respecto. Aplicando los postulados de El Príncipe a la evolución de los primates se planteó si conviene socialmente más el uso de la fuerza o el de la diplomacia. ¿Renta usar la crueldad? Y profundizando un poco más, ¿cómo deben establecerse las jerarquías, tanto con los poderosos como con los débiles, para mantener duraderamente los apoyos? ¿Cómo han de aprovecharse los imprevistos para que jueguen a nuestro favor y no en nuestra contra? Finalmente, ¿puede el líder usar y manipular la imagen que proyecta de sí mismo para que sus súbditos le perciban como virtuoso, valiente y sabio sin necesidad de serlo?

A encontrar respuestas ayudó significativamente la obra del primatólogo holandés Frans de Waal. En su primer libro, La política de los chimpancés: el poder y el sexo entre los simios, de Waal reconoció que estuvo muy influenciado por la lectura de El Príncipe cuando estableció notorios paralelismos entre las jerarquías y alianzas de estos simios con las luchas de poder humanas. Tanto es así que el republicano Newt Gingrich, entonces presidente de la Cámara de Representantes del Congreso estadounidense, recomendó su lectura a todos los miembros entrantes. Más aún, la portada de la edición francesa mostraba un chimpancé entre François Mitterand y Jacques Chirac estrechando la mano a ambos.

Igualmente significativa era la frase del filósofo Thomas Hobbes (1651) que prologaba el libro: “Señalo como inclinación general de la humanidad entera un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con la muerte”. O la definición de política de su prefacio, la de Harold Lasswell, como “proceso social que determina quién gana qué, cuándo y cómo”, que encaja perfectamente en el comportamiento de chimpancés y bonobos. Su política, asombrosamente similar a la nuestra, se caracteriza por el uso de alardes de fuerza, coaliciones y tácticas de aislamiento social. Así, el juego de sondear y desafiar, de formar alianzas y de socavar las coaliciones de los demás no sería exclusivamente humano.

Portada del libro La politique du Chimpanzé, de Frans de Waal. Soumbala
Portada del libro La politique du Chimpanzé, de Frans de Waal. Soumbala

 

Los chimpancés son violentos, los bonobós pacíficos e hipersexualizados

 

Llegados a este punto, se plantean dos cuestiones. La primera, qué nos dice sobre la condición humana el comportamiento de los violentos chimpancés y el de los pacíficos e hipersexualizados bonobos.

En los primeros, el gobierno se sustenta en una estricta jerarquía masculina, donde el macho dominante “compra” el apoyo de sus subordinados permitiéndoles el acceso a la carne y a las hembras fértiles (un comportamiento netamente maquiavélico). En los segundos, de jerarquía femenina, los conflictos se solucionan mediante relaciones sexuales (un comportamiento más “hippy”, pero igualmente interesado). ¿Qué especie reflejaría mejor el género de vida de nuestro último antepasado común?

Pues no podemos encontrar una respuesta clara, dado que chimpancés y bonobos se separaron evolutivamente hace un millón de años, muy posteriormente a la divergencia entre su linaje y el nuestro. Además, siguieron hibridando después, lo que dificulta determinar en ambas especies qué características serían comunes o cuáles derivadas y, por tanto, exclusivas.

Un macaco balinés ha robado las gafas de un turista y le reclama una pieza de fruta como pago para devolvérselas
Un macaco balinés ha robado las gafas de un turista y le reclama una pieza de fruta como pago para devolvérselas (fotograma del video de BBC Planet Earth III)

La segunda cuestión, mucho más aclaratoria, es si solo compartimos con estos simios la capacidad de atribuir pensamientos, intenciones e incluso conocimientos específicos a otros individuos (como se ha demostrado recientemente en los bonobos), sean o no de la misma especie. Es lo que se denomina tener una teoría de la mente. Aquí nos encontramos con que otros primates serían también candidatos a ello. Los macacos balineses roban objetos, como gafas, gorras, móviles y zapatillas, a los visitantes del templo de Uluwatu, devolviéndolos según su valor para el turista. Así, para una gorra se conforman con una fruta, pero con un móvil o una zapatilla, el precio asciende a una chocolatina, pues en cierto modo “saben” que el turista no renunciará a ellos.

Vemos aquí un auténtico caso de “economía de trueque” en una especie no humana que, además, se transmite culturalmente entre los macacos.

Analizando este comportamiento, ¿no podrían ser las raíces evolutivas de los comportamientos manipuladores, que tan acertadamente analizó Maquiavelo, más profundas de lo que siempre hemos supuesto?The Conversation