Lleva usted casi cincuenta años vinculado a Doñana. Casi tantos como tiene el Parque Nacional. ¿Recuerda cuándo fue la primera vez que la visitó?
Lo recuerdo perfectamente: fue el 18 de julio de 1972. Llegué en coche desde Madrid, porque me habían dado una beca y me iba a instalar allí en septiembre. Hacía mucho calor y la entrada me produjo una impresión penosa. Esperaba un lugar verde, inundado, y me encontré con un camino polvoriento, a las tres de la tarde, después de 8 horas de viaje… Me pareció decepcionante. Ese día, por la tarde, José Antonio Valverde [el director que había conseguido que se declarara el Parque Nacional, considerado "el padre" del mismo] nos llevó a la marisma, y ahí me percepción cambió por completo.
¿En qué ha cambiado desde entonces?
En muchísimas cosas. Es sorprendente cómo, habiéndose protegido y conservado lo fundamental, porque son los mismos lugares y están en los mismos sitios las marismas y las dunas, la fauna y la vegetación han cambiado. Hay más árboles, más matorral, es monte más cerrado, entre otras cosas porque en el pasado se limpiaba, se hacía carbón y se quemaba para que hubiera más pasto para ganado y animales de caza. En lo que hace a la fauna, ha influido la llegada de los cangrejos americanos y la neumonía vírica de los conejos, que casi han desaparecido. Ha cambiado todo el conjunto de animales allí: los que dependían de los conejos han desaparecido y los que pueden comer cangrejos se han hecho abundantes. Espátulas había un par de cientos de parejas y ahora hay miles; los moritos se habían extinguido y ahora hay decenas de miles. Lo que más perplejo deja al experto es que hace 50 años nadie hubiera podido prever estos cambios.
¿Cree que ha superado los peligros que enfrentaba el parque?
Van renovándose. Los iniciales, que eran cultivar toda la marisma y construir urbanizaciones, han desaparecido. Sin embargo, nadie pensaba en dragar el Guadalquivir para que entraran cruceros o en almacenar gas, ni existía la agricultura de regadío que ahora explota los acuíferos. Tampoco éramos conscientes de peligros que se nos escapaban, como el cambio climático o la llegada de especies exóticas.
¿Hay suficientes herramientas para proteger Doñana?
Los problemas inmediatos en Doñana o aledaños se conjuran con mucha rapidez. Hay muchas más herramientas que en el pasado y está blindada contra amenazas percibibles y cercanas. Porque existen leyes andaluzas, españolas, europeas y la UNESCO envía expertos para evaluar. Es difícil que se tomen medidas que puedan dañar a Doñana. Pero las cosas que ocurren lejos, como las minas de Aznalcóllar… ¿quién iba a decir que se podía romper la presa y podían llegar los residuos tóxicos a las inmediaciones del parque? Contra eso es más difícil luchar.
Contra los problemas globales tenemos muy poca defensa. La única defensa posible es cambiar el mundo. En Doñana la temperatura media ha subido cerca de 1,5ºC; eso hace que la vegetación tenga más estrés, que las lagunas se sequen… No ha llovido de verdad desde 2011. Nueve años en que ha llovido la media o por debajo. Si llueve menos, hace más calor, cambian las condiciones de vida, llegan especies africanas. Las típicas de zonas húmedas se hacen más raras. Contra eso no hay más defensa que las del resto del mundo. Eso no quiere decir que Doñana desaparezca, sino que será distinta.
El peligro de la escasez de agua es probablemente el más concreto al qué ahora se enfrenta y uno de los que más atención mediática recibe por las implicaciones para la economía local. ¿Qué supone para Doñana tener un acuífero con menos agua de la necesaria?
En Doñana hay dos grandes sistemas: de arena y de arcilla, que se inunda con la lluvia, porque es impermeable, y son las marismas. Es importante porque es zona húmeda de importancia internacional, que se inunda en invierno y se seca en verano. Esto depende poco del acuífero, porque es una capa impermeable: lo que llueve encima se queda hasta que se seca y lo que ocurre debajo no le afecta. El ciclo de las marismas no tiene nada que ver con la extracción de los acuíferos, más o menos se mantiene, e incluso el hidroperiodo está estable o tendiendo a crecer. Por ahí no hay problema.
Sin embargo, en la zona de arenas (los cotos), la vegetación y lagunas invernales dependen de la profundidad de la capa freática, que está muy relacionada con el acuífero. Sobreexplotando en sitios donde el agua drena a la superficie, zonas de descarga porque rebosaban, ahora se convierten en zonas de recarga, en las que lo que cae se hunde y se va a alimentar el acuífero, y los arenales tienden a secarse. Ahí lo más llamativo es que en verano parece un matorral del norte de África, y en invierno parece un matorral de Irlanda o Escocia, brezales de tipo atlántico. Si se seca mucho, Doñana tiende a convertirse en monte africano y pierde características ambientales atlánticas.
Tanto el parque como los agricultores necesitan lo mismo, el agua, un bien escaso, y cada vez más. El acuífero de Doñana tiene problemas de escasez en tres de las cinco zonas. ¿Cómo se hace compatible la agricultura bajo plástico de fresas y frutos rojos con preservar Doñana?
Hay que convivir con ello. Hay que limitar la extracción del acuífero, que no es sólo para la agricultura, sino también para la urbanización turística y no turística. Hay que reducir este consumo, pero, aun así, si no llueve más de lo que está lloviendo los acuíferos van a seguir bajando. Según los expertos, en todas partes el acuífero baja, pero en algunas zonas de Doñana baja lo que corresponde a la pérdida de lluvias (se puede llamar natural) y en otras zonas baja todavía más porque se está extrayendo demasiada agua. Hay que intentar limitar eso, y en parte ya se está haciendo.
El Estado ha comprado una finca muy grande, Los Mimbrales, exclusivamente para que se deje de regar. Se han dejado de extraer seis hectómetros cúbicos anuales, pero sigue sin ser suficiente. Hay otras medidas propuestas como traer agua de superficie, o recrecer algunos embalses al norte para llevar agua desde allí, pero realmente es un conflicto que, en mi opinión, no se va a acabar. Habrá que vivir siempre con ello mientras el agua dulce sea un limitante. Y tal como vamos, cada vez lo va a ser más.
La apertura de pozos ilegales, ¿se ha tolerado durante demasiado tiempo? ¿Quién es responsable?
Se ha hecho la vista gorda porque socialmente era complicado tomar medidas. Primero han ido los técnicos hidrológicos a cerrar pozos y se han encontrado resistencia física. Han ido con la Guardia Civil y se han encontrado familias enteras con las mujeres y niños que les impedían llegar. Puedes tomar una postura de fuerza o decir que la situación está tan comprometida que es mejor no hacer nada. Se ha regulado en distintos momentos, como en 2004, cuando se determinó qué superficie era regable y cuál no, y desde entonces se ha estado regando más superficie. Hay argumentos para justificar que no se hayan hecho cosas, hay poca guardería hidrológica, poca gente para vigilar… Pero lo cierto es que cuando se ha intentado poner coto, hace dos o tres años, se generan enormes tensiones sociales porque hay que cerrar pozos.
En el caso del gas natural, la presión no viene tanto de los intereses locales como de grandes corporaciones, pero el fondo es el mismo. ¿Es compatible un almacén de gas natural con la conservación de Doñana?
No sé. Pero en cualquier caso, cuando menos, parece poco estético tener un sitio que te esfuerzas en proteger, la joya de la naturaleza, y al lado almacenar gas. Es cierto que se ha estado sacando gas desde los 70 del siglo XX y no ha dado demasiados problemas. Lo que ocurre es que cuando inventas eternizar eso, porque una vez que se ha acabado, que es lo que ha pasado, dices que vas a traer gas de otro sitio para almacenarlo, ya se trata de una propuesta diferente. Se han hecho unos gasoductos discretos enterrados, que no se ven, pero ahora para meterlo hay que traer gas en barcos o como sea, crear las instalaciones y estar metiendo y sacando permanentemente. No parece una actividad fácilmente compatible.
¿Y las carreteras? Se dice que la autovía Cádiz-Huelva va a entrar en los próximos planes de infraestructuras, aunque aún se desconoce su trazado. ¿Se puede hacer una carretera sin afectar a Doñana?
Que afecte poco a Doñana sí, pero eso se parece más a hacer una autovía Cádiz-Sevilla-Huelva. Si pasa alejada de Doñana, bueno. Pero la mayor parte entendemos que tiene poco sentido, existiendo ya una autovía Huelva-Sevilla, y otra Sevilla-Cádiz, y planeando la Sevila 40 que va a unir esas dos sin necesidad de llegar a la capital. Eso está sin resolver porque no saben cómo atravesar el río. Si eso se resuelve, con túneles o puentes, o poniendo ferris (con lo cual el trayecto sería más lento), hacer otra cosa paralela diez o quince kilómetros río abajo me parece un derroche innecesario. En cualquier caso, en el último congreso en Almonte mencioné en mi discurso la carretera costera y altas autoridades de la Junta de Andalucía me dijeron que nunca habían hablado de un tramo Cádiz-Huelva por la costa.
¿Doñana está condenada a vivir siempre defendiendo su territorio de otros intereses?
Eso era parte de mi discurso el otro día. Agradecí la presencia de los reyes, porque reforzaba el blindaje de Doñana, lo que demuestra que interesa todos los niveles, pero no nos engañemos: Doñana siempre estará amenazada porque es una rareza en un mundo que va por otro lado. Como una persona albina en un mundo de sol, que siempre se tiene que proteger. En los años 70 y 80 eran las minas, dragados, el gas… Van apareciendo amenazas nuevas y aparecerán otras, y de hecho la creciente humanización del entorno, que haya cada vez más gente, que la agricultura sea cada vez más agresiva (con más químicos, fertilizantes, pesticidas) atenta contra Doñana. Hay que estar en guardia permanente. Alguna vez me convocaron los políticos preguntando qué hay que hacer para acabar de una vez por todas con los problemas de Doñana. Yo sonreí y les dije que eso no se puede hacer: siempre va a haber.
Usted ha sido partidario de abrir el parque, de fomentar su conocimiento por el gran público. ¿Cuál es su relación con el turismo del Espacio Natural de Doñana? ¿Hay riesgo de una saturación?
Creo que se está haciendo bien. Básicamente desde el Espacio Natural se planteó hace años reconvertir toda la comarca en Doñana desde el punto de vista del turismo. Por su parte, el número de visitas al Parque Nacional está limitado, se hace con una cooperativa local, lo que ha sido un acierto, y con un barco en el que cabe poquita gente, pero hay empresas pequeñas y medianas que hacen turismo en los alrededores. Y luego la cocina de Huelva, desde el pescado frito, los chocos, el jamón, los langostinos o el arroz con pato, son parte de Doñana. Creo que ese atractivo está funcionando bien y no tiene repercusiones negativas.
Siempre dice que Doñana es cambiante y que es muy difícil predecir cómo será de aquí a unos años. ¿Podría hacer un vaticinio aproximado?
No, es muy difícil. Es lo que siempre repito: nadie hubiera adivinado cómo iba a ser Doñana hace cuarenta años, que estaría llena de cangrejos, que habrían vuelto especies extinguidas, que hayan desaparecido otras antes comunes… Lo más que me atrevería a decir es que confío que siga siendo un sitio bien conservado. Pero los personajes del teatro ecológico en Doñana sin duda serán distintos. No me atrevo a imaginar.
El lince es uno de los grandes emblemas de la fauna ibérica y también de Doñana, y usted uno de los grandes especialistas en la especie. Además ha jugado un importantísimo papel simbólico en el conservacionismo en España… Es decir, que importa por lo que es, pero también por lo que representa. ¿Cuál es la situación hoy?
El lince es un símbolo de la fauna ibérica, como Doñana es símbolo de la naturaleza salvaje. Los dos tienen una carga simbólica y cultural muy importante. Al oír Doñana, uno se imagina conservación, belleza, naturaleza... y al oír lince se imagina belleza y peligro de extinción. Tienen esa carga simbólica. En el caso del lince, siendo complicado es más sencillo mantener el ecosistema. Nos dimos cuenta a tiempo que estaba en riesgo inminente de desaparición. Ha habido mucha financiación europea para conservarlo, y los gestores andaluces y españoles lo han hecho muy bien. Quedaban 150 hace 20 años, ahora habrá 700 y está aumentando, viven en más sitios de la península.... No está salvado por completo, pero las perspectivas son optimistas. Tenemos un poco de preocupación con qué puede ocurrir cuando Europa diga que ya lo hemos salvado y que no invierten más ahí. Ojalá conservar del todo Doñana fuera tan fácil, pero es mucho más complicado.
Usted fue uno de los firmantes del Manifiesto de Tenerife, origen del ecologismo político en España. ¿Por qué no ha terminado de cuajar un partido ecologista en España a la manera de los partidos ecologistas europeos?
Hay pocos partidos ecologistas europeos que hayan cuajado del todo. La mayor parte lo han hecho volviéndose más generalistas, aunque mantengan el nombre. Yo creo, y es mi situación, que el ecologismo debe ser una corriente transversal que atraviese todos los partidos, y que los programas ecologistas son todos a largo plazo. Es como afrontar el cambio climático: no podemos decir cuando gana un partido ecologista, suponiéndolo, que se hace un programa de cuatro años que después se abandona porque gana otro. Para conseguir los objetivos finales, el ecologismo debe ser asumido de manera transversal por todos o por la mayoría de los partidos con posibilidades de alcanzar el poder.