Puede parecer una ironía del destino que el diseñador y fabricante de algunos de los productos más famosos y eficaces para guarecerse del frío en lugares extremos haya muerto de una hipotermia. Pero, en realidad, el final de Tompkins ha sido completamente consecuente con su vida y con la manera en que decidió vivirla.
Aunque en las noticias sobre su fallecimiento ha sido presentado casi siempre en su faceta de multimillonario hombre de negocios, en realidad esta tarea sólo empleó una parte muy pequeña de su tiempo vital y fue, además, un simple medio para conseguir los recursos que luego emplearía para comprar vastas superficies de tierras en Chile y Argentina con ánimo conservacionista.
Llegó a ser uno de los mayores propietarios privados de tierras de todo el mundo
Tompkins fue sobre todo un amante de la naturaleza, montañista, esquiador, escalador, aventurero y experto piragüista en aguas bravas, especialidad en la que filmó los primeros descensos de varios ríos en los Estados Unidos, África y América del Sur. Su trayectoria empresarial no puede desligarse en ningún momento de la que fue la pasión de su vida. Criado en Nueva York, a los 17 años abandonó el instituto sin llegar a completar su educación secundaria y se fue a vivir a las montañas Rocosas para poder practicar la escalada y el esquí.
Fue este conocimiento intenso del alpinismo y los deportes al aire libre en general el que cimentó el posterior éxito de su primera marca de ropa y complementos para la alta montaña, The North Face, nacida en 1964 como empresa especializada de artículos de muy alta calidad para deportistas de nivel y que sólo se popularizaría entre los consumidores urbanos muchos años más tarde, ya con Tompkins fuera del proyecto.
En realidad, y a pesar que ambos nombres han quedado unidos para siempre, Tompkins sólo fue el propietario de The North Face durante dos años, pero aun así imprimió a la empresa –que nació como una simple tienda en San Francisco, decorada con material de escalada donado por los propios escaladores– un espíritu que nunca le ha abandonado, ya plasmado en su misma denominación: la cara norte de la montaña es siempre la más helada, inaccesible y fascinante vía para escalarla.
Su pasión le impedía disociar aquello que amaba de aquello que producía. En aquel tiempo, The North Face no generaba una mercancía de gran consumo, sino un producto diseñado con mimo para permitir a los especialistas acceder hasta los rincones más inhóspitos de la naturaleza. Era un medio y no un fin en sí mismo.
Tiendas de campaña innovadoras
La capacidad de innovación de Tompkins al servicio de las necesidades que cubría con eficacia, porque las conocía perfectamente, se ejemplifica en las primeras tiendas de campaña sin un poste central, soportadas por varillas flexibles, que después han sido copiadas por todos los fabricantes del mundo. Esta técnica no sólo permitió ganar espacio dentro de la tienda sino también –y básicamente– proporcionar un refugio más resistente a los fuertes vientos y más ligero y fácil de cargar en largas marchas a pie.
Aun así, su compromiso no fue suficiente para encadenar a Tompkins a la empresa. En 1968 vendió su participación en The North Face para dedicarse a viajar por la Patagonia y filmar películas de aventuras. Mountain of storms (Montaña de tormentas) fue el resultado de aquella experiencia que, en 2010, fue recreada en un nuevo documental: 180 degrees South: Conquerors of the useless (180 Grados sur: conquistadores de lo inútil).
Aún sin abandonar su alma aventurera –y cada vez más ecologista–, Tompkins usó los beneficios de la venta de The North Face para crear con su esposa en aquel momento –Susie–, una nueva empresa de ropa deportiva, Esprit. Fue la venta en 1989 de esta compañía, valorada en 1.000 millones de dólares, la que le permitió contar con los fondos con los que impulsaría la compra masiva de tierras en la Patagonia para su preservación.
Pero su motivación para abandonar el mundo de los negocios había sido otra muy distinta. “Me niego a seguir tratando de vender cosas inútiles a gente que no las necesita”, dijo cuando anunció su retirada. Para entender este paso antes hay que explicar otra cosa: la Deep Ecology.
"Me niego a seguir vendiendo cosas inútiles a gente que no las necesita"
Es imposible acercarse a Tompkins sin hacerlo a la Ecología Profunda, una tendencia filosófica y política del ambientalismo desarrollada por el filósofo noruego Arne Næss en 1973. La Deep Ecology –su nombre en inglés, por el que es conocido el movimiento– supone una crítica en profundidad al movimiento ecologista mayoritario. Para Næss y los futuros desarrolladores de sus tesis, el problema ya no es la sobreexplotación de la naturaleza que pone en peligro su existencia, sino la misma concepción antropocéntrica en que se fundamenta el supuesto derecho de la humanidad sobre el resto de los seres vivos.
Para la Deep Ecology, todas las formas de vida tienen el mismo derecho a la existencia y a su desarrollo y los seres humanos no están en la cúspide de una pirámide que les permite decidir u ordenar sobre el futuro de los ecosistemas, sino que solamente son otra pieza más de los mismos, sin la cual tampoco podrían sobrevivir.
Para hacer posible esta coexistencia, la Deep Ecology plantea una vida sencilla que no necesite una explotación de los recursos naturales, una filosofía con la que Tompkins fue plenamente coherente al cambiar San Francisco por su granja patagónica, pero también otras medidas más controvertidas, como una reducción de la población mundial a la que algunos autores incluso le han puesto cifras: una humanidad de un máximo de 100 millones de individuos. Unas propuestas que les han granjeado no pocas críticas, incluso desde otras corrientes del ecologismo. Les acusan de misantropía y hasta de odio hacia la humanidad.
No está documentado que Tompkins tuviera opinión alguna sobre el tamaño óptimo de la humanidad, pero es evidente que algunas de sus concepciones del ambientalismo chocaron con las poblaciones que habitaban en las regiones que pretendía proteger y, a pesar de sus buenas intenciones, sus proyectos no se ahorraron críticas en Chile y Argentina.
Tompkins, a través de su fundación The Conservation Land Trust (CLT), compró enormes reservas de tierra en la Patagonia chilena, primero, y argentina, después. Más adelante amplió sus dominios en la provincia argentina de Corrientes, cerca de las fronteras de Paraguay y Brasil. Llegó a convertirse en uno de los principales propietarios privados de tierra del mundo y esto, en unos países tan escarmentados de la presencia norteamericana como los del Cono Sur, despertó enormes recelos.
Los rumores crecían y se multiplicaban: se le atribuyeron desde la pretensión de controlar grandes reservas de agua dulce para enviarla a Estados Unidos hasta que aquellos territorios eran el plan B del movimiento sionista mundial en caso que Israel fuera derrotado por los árabes. Durante el mandato del presidente chileno Eduardo Frei, la situación fue especialmente tensa y el mandatario llegó a acusar a Tompkins de querer decidir por donde podían hacerse o no carreteras en Chile.
Con su sucesor, Ricardo Lagos, la relación mejoró enormemente, y llegaron incluso a ser amigos. A ello ayudaría, seguramente, que en 2005 Thompkins donara al estado chileno la propiedad de los parques de Pumalín y Corcovado, las mayores zonas protegidas del país, declaradas reserva natural por Lagos ese mismo año.
En Iberá, en el noreste de Argentina, las dificultades fueron aún mayores. La compra de terrenos usados hasta entonces para la ganadería y la agricultura, en una zona extremadamente fértil, causaron enormes desconfianzas. Se acusó a Tompkins de expulsar a las comunidades indígenas de la zona y de dejar las poblaciones locales sin recursos. Aunque el proyecto de parque natural incluía el desarrollo de una agricultura ecológica respetuosa con el entorno y la explotación ecoturística de los impresionantes humedales del Estero, esto chocaba con la mentalidad extractivista y de explotación intensiva de buena parte de los propietarios de la zona.
Las protestas arreciaron y, en 2011, el gobierno argentino aprobó una limitación del tamaño de las propiedades rurales que podían ser adquiridas por extranjeros. Una ley que, sin embargo, no venía motivada únicamente por el caso Tompkins: el problema de la compra masiva de tierras por parte de otros magnates o de multinacionales con fines especulativos empezaba a ser serio en importantes zonas del país.
Ahora, con la muerte de Tompkins crecen las dudas sobre la consecución de este tercer y más ambicioso parque natural privado. Lógicamente, y debido a la edad del empresario, la gestión de la CLT estaba preparada para esta posibilidad pero, aun así, el suyo era un proyecto muy personal y se desarrolló siempre bajo el liderazgo y la dirección de una persona que ya no estará para seguir ejerciéndolo.