El papel de los organismos descomponedores es fundamental para los ecosistemas: son los encargados de que la materia orgánica producida por otros sea reciclada. Los procesos de descomposición son complejos y combinan factores como temperatura, humedad y viento, pero también la interacción de algunos seres vivos. Los excrementos son uno de los recursos utilizados por ciertos grupos de descomponedores, y uno de los ejemplos más conocidos es el de los escarabajos peloteros.
Si nos centramos en los organismos coprófagos –los que se alimentan de heces de otros organismos– tenemos que hablar del esencial papel llevado a cabo por los escarabajos (coleópteros) coprófagos. En España tenemos alrededor de 200 especies, que abarcan tamaños que van desde los apenas 2 milímetros hasta los 7 centímetros, así como una amplia variedad de colores y formas.
No todos los coprófagos son peloteros
Cuando escuchamos hablar de escarabajo coprófago o pelotero, nuestra mente nos lleva a pensar en un insecto rodando una bolita de excremento. Efectivamente, eso es un escarabajo pelotero en toda regla, pero no todos los escarabajos coprófagos fabrican ni ruedan esas esferas de excremento.
Escarabajos coprófagos hay muchos, pero peloteros no tantos.
Los coleópteros coprófagos se dividen en tres grandes grupos en función de cómo manipulan el excremento, ya sea para comer o usarlo para la puesta de sus huevos.
Muchas de las especies que tenemos en España se alimentan dentro del excremento e incluso ponen sus huevos en él. Cuando esos huevos eclosionan, las larvas que suelen ser también coprófagas, encuentran abundante alimento a su alrededor y no tienen que desplazarse para buscarlo. A las especies de este tipo se las llama endocópridas o “residentes”.
Otras especies hacen galerías bajo la boñiga, en las que entierran las bolitas de excremento. Hay diversos tipos de galerías y pueden alcanzar diversas profundidades y formas según el tipo de escarabajo. Estas especies son conocidas como paracópridas o “tuneladoras”.
Por último, están los famosos peloteros en sentido estricto de la palabra, los que desprenden un pedazo del excremento y lo desplazan rodando hacia otro lugar donde enterrarlo. En España, este es el grupo menos numeroso, aunque en algunas zonas es fácil encontrarlos paseando con su manjar. Técnicamente se llama a estas especies telecópridas o “rodadoras”.
Las funciones ecosistémicas que brindan
El manejo que hacen estos animales del excremento es muy importante y positivo para los entornos en los que se encuentran. Veamos algunos ejemplos:
Por una parte, eliminan los excrementos que se van depositando en los pastizales. Esto es fundamental, porque sin esa limpieza habría una pérdida del pasto que queda bajo la boñiga.
Además, gracias a ellos gran parte del excremento acaba enterrado en el suelo. Esto supone un gran aporte nutritivo a la tierra y contribuye a un mejor funcionamiento de muchos de los ciclos biogeoquímicos que se dan en el suelo. Por ejemplo, repercute positivamente en el crecimiento de la vegetación, que abonan como si fueran agricultores.
Por otra parte, el excremento enterrado puede contener pequeñas semillas de las plantas que haya ingerido el ganado. Gracias a la acción de estos insectos pueden ser reubicadas y dispersadas.
Otro aspecto positivo está relacionado con otros organismos que pueden encontrarse en los excrementos y que sí pueden tener efectos negativos sobre el ganado o sobre nosotros mismos. El hecho de que los coprófagos fragmenten, disgreguen y entierren el excremento hace que disminuya la cantidad de esos patógenos.
Aunque son un grupo importante para los ecosistemas, su diversidad se encuentra amenazada por varios factores, como los cambios en el clima, en los usos del suelo, en las prácticas ganaderas –donde destaca el uso de antiparasitarios como ivermectinas–. Parte de estas cuestiones están siendo abordadas en el proyecto DUNGPOOL en el que trabaja nuestro grupo de investigación.
Un mundo sin coprófagos
Un mundo sin animales coprófagos sería impracticable. Para entenderlo, pongamos como ejemplo un lugar en el que pasten 60 vacas. Cada vaca adulta deposita al día un promedio de 10 boñigas de hasta 3 kilogramos (kg) cada una. Eso hace que ese rebaño deje 1 800 kg de excremento en un solo día. Es decir, 12 600 kg en una semana y 54 000 kg en un mes.
No solo el peso importa: cada vaca puede cubrir casi un metro cuadrado (m²) del pasto con sus excrementos. Con 60 vacas, en un día habremos perdido unos 60 m² de pasto, 420 m² en una semana y 1 800 m² en un mes.
Dicho esto, en España no tenemos 60 vacas sino unos 6,5 millones.
No tener coleópteros coprófagos sería un desastre, tanto ecológico como económico. Y existe un ejemplo real que lo demuestra. Cuando por el año 1800 llegaron los colonos ingleses a Australia introdujeron 7 vacas. En los dos últimos siglos, su población se disparó hasta contar con unos 30 millones.
El principal problema no fue ese aumento tan rápido de cabezas de ganado, sino que en Australia no había una fauna asociada a los excrementos de estos animales (como sí la hay donde llevan viviendo miles de años).
Antes de la introducción de las vacas, los animales herbívoros más grandes de Australia eran marsupiales como los canguros, cuyo excremento es muy diferentes al de las vacas, mucho más seco y fibroso.
Como resultado, el excremento de las vacas australianas empezó a acumularse y el pasto fue desapareciendo cada día bajo los nuevos excrementos, provocando una gran pérdida económica en la agricultura australiana. Frente a este gran problema se tomó la exitosa decisión de introducir, entre los años 1965 y 1985, unas 55 especies de coleópteros coprófagos que fuesen capaces de eliminar ese exceso de estiércol bovino, en un esfuerzo que aún sigue en marcha.
Con los datos expuestos, queda claro que el papel que estos insectos realizan en los ecosistemas es fundamental para evitar un colapso ecológico (con la implicación económica que eso tiene), sobre todo en áreas con carga ganadera. Así, cuando vea un escarabajo pelotero recuerde no dañarlo y darle las gracias.
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