El bosque lluvioso tropical y una agricultura productiva no sólo son compatibles. Pueden coexistir en el mismo terreno y beneficiarse mutuamente. Lo demuestra el sistema de cultivo por capas aplicado con éxito en la frontera amazónica entre Ecuador y Perú, en la cuenca del río Chinchipe, una zona de inmenso valor ecológico con abundantes especies endémicas y gravemente deteriorada por la deforestación sufrida durante décadas.
Ante el peligro de que las necesidades inmediatas de alimento de los campesinos pobres acabaran con las selvas –un estudio presentado en la reciente cumbre del clima de Doha atribuye a la agricultura de subsistencia un tercio de la destrucción de las selvas sudamericanas–, los expertos de Soluciones Prácticas, oficina local de la ONG británica Practical Action, desarrollaron un modelo que permite obtener alimento básico a corto plazo, cultivos de alto valor añadido a medio y beneficios de la explotación forestal a largo. Y todo ello respetando un ecosistema cuya biodiversidad es de las más ricas del planeta.
El principal cultivo comercial de la zona es el café, cuya calidad se ve favorecida por el carácter montañoso del territorio. Además, las comunidades plantan alimentos de primera necesidad. Tradicionalmente, cuando se agotaba la tierra, los agricultores extendían sus tierras talando o quemando el bosque. También se cortaban masivamente árboles para vender la madera, tanto de forma legal como ilegal. Ahora, los agricultores son reforestadores convencidos. El bosque crece. Y los ingresos por la venta del café han aumentado. ¿Cuál es el secreto?
Del suelo a las copas
El truco consiste en plantar diversas especies de plantas compatibles en las mismas parcelas de bosque. Cada cultivo se desarrolla a un nivel diferente, desde el suelo hasta las copas de los árboles gigantes. Los vegetales más altos protegen con su paraguas a los situados en los niveles inferiores. Y, respetando el bosque, los campesinos pueden beneficiarse adicionalmente de otros productos de origen forestal.
"Los sistemas agroforestales multiestrato son una adaptación realizada por nuestros técnicos de modelos que los productores han estado realizando tradicionalmente. Por lo general trabajamos con cuatro niveles: herbáceo, arbustivo, árboles intermedios y árboles dominantes", explica a EcoAvant.com por correo electrónico el ingeniero forestal Jorge Elliot, coordinador de Sistemas Forestales Tropicales de la ONG y responsable del proyecto.
"El herbáceo lo forman leguminosas rastreras (del género Centrosema), el arbusto puede ser café o cacao, los árboles intermedios son generalmente frutales (guaba, banano) y los dominantes, árboles maderables (laurel, cedro, etc). Hay también componentes temporales, como maíz y yuca, que sirven de sombra temporal para los arbustos pequeños", detalla Elliot.
Los cultivos de rápido crecimiento que se desarrollan a ras de suelo proporcionan alimentos desde el primer año y además actúan como acondicionadores del sustrato. El segundo nivel lo ocupan las matas de café, que alcanzan de media los tres metros y tardan cuatro años en dar su primera cosecha. Por encima de ellas se extienden las hojas de los frutales, que resguardan del fuerte sol tropical los vulnerables cafetales mientras se desarrollan. Además, proporcionan de inmediato abundante alimento para el consumo o la venta.
Gigantescos cedros de hasta 40 metros de altura y troncos de un metro de diámetro extienden su protección al conjunto de esta comunidad vegetal salvaje y agrícola a la vez. Su madera, muy duradera, resistente a los insectos y fácil de trabajar, constituirá una importante fuente de recursos para la comunidad al cabo de una década. "A largo plazo, el sistema se asemeja mucho a un bosque, y depende del productor decidir si corta los árboles y repite de nuevo el ciclo o si conserva dicho bosque", dice Elliot.
La eficacia del modelo ha conseguido incentivar a las comunidades locales no sólo para que dejen de talar las selvas lluviosas de la cuenca (que aquí llaman bosques de neblina), sino para que apuesten por la recuperación de las ya desaparecidas, y ya se han reforestado más de 3.000 hectáreas.
La cuenca del Mayo-Chinchipe, de casi 10.000 kilómetros cuadrados, se enmarca en la del río Marañón, afluente del Amazonas, y alberga dos parajes de enorme importancia ambiental: el Parque Nacional Podocarpus, en Ecuador, y el Santuario Nacional Tabaconas-Namballe, en Perú. Son el hogar de miles de especies de plantas y animales, como el romerillo (podocarpus spp), un árbol que necesita 200 años para reproducirse, y el oso de anteojos, que se halla en grave peligro de extinción.
Ambos espacios protegidos, a su vez, forman parte del llamado Corredor Transfronterizo de Conservación Abiseo-Cóndor-Kutukú, de 13 millones de hectáreas, que trata de garantizar el flujo de vida entre los ecosistemas de la cuenca amazónica y de los Andes tropicales.
Producción indefinida
Las necesidades básicas de las 160.000 personas que viven a uno y otro lado de la frontera (el 90% de ellos en el lado peruano) estaban diezmando esta riqueza natural. La tala ilegal y otras actividades prohibidas se habían convertido en habituales incluso dentro de los parques. Elliot señala: "Tradicionalmente, en la Amazonia, las tierras cafetaleras se degradan a los ocho años, pero con este sistema la producción se mantiene por tiempo indefinido". Y así no hace falta robarle más tierra a la selva.
Además, las plantaciones proporcionan refugio a especies salvajes y, frente al problema del calentamiento global, el sistema, que ofrece sombra y diversifica la producción, garantiza "una producción mínima incluso durante eventos climáticos extremos", destaca. Y la presencia de esta comunidad vegetal protege las laderas de la erosión causada por las fuertes lluvias tropicales.
Entre 2005 y 2009, Soluciones Prácticas puso en marcha, con la colaboración de Cáritas Jaen (nombre de una provincia peruana), las ONG Oikos y FACES y diversas administraciones regionales y locales de ambos países el Programa binacional para la conservación y la gestión participativa de los bosques tropicales en la cuenca del Chinchipe, en el que se invirtieron dos millones de euros aportados por la Unión Europea y otros financiadores.
Entre sus principales logros se cuentan la creación de dos nuevas áreas protegidas en Ecuador y otras dos en Perú (y se preparan cinco más), el desarrollo de una agricultura sostenible y rentable, la mejora de la productividad y la calidad del café, la creación de alternativas económicas basadas en la explotación responsable de los recursos del bosque, la promoción de productos de valor añadido, un descenso de la tala legal e ilegal (de hasta el 100% en algunas zonas) y la reforestación de amplias zonas. El éxito de la iniciativa ha permitido exportarla a otros territorios, como el Alto Beni (Bolivia) y el Alto Mayo (Perú).
Victor Hugo Sabogal, responsable del proyecto en la provincia peruana de San Ignacio, tiene muy claro que la clave era lograr cosechar más y mejor café: "Si no mejora la producción cafetera, no habrá reforestación. El café es la principal actividad de la zona, pero ahora, cuando los granjeros tienen un capital, lo invierten en árboles, porque han entendido que las dos actividades pueden ir de la mano para su propio beneficio".
Y la producción ha mejorado: "En Chinchipe logramos incrementarla en dos quintales (sacos de 50 kilogramos) adicionales por cada hectárea. Y en San Martín, fuera de la cuenca, y ya con mayor experiencia, estamos logrando en algunos casos duplicarla en zonas con suelos degradados", presume Elliot. Gracias a proyectos como éste, Perú es el primer exportador mundial de café orgánico certificado. De la selva a la taza.
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