Hacía tiempo que se trataba de dar respuesta a las extrañas muertes de grupos de ballenas y delfines que en las últimas décadas aparecen varados sin razón aparente en las costas del planeta. A la lista de investigaciones realizadas, se añade ahora otra que revela cómo las señales acústicas que emite la Armada en sus maniobras militares provocan la interrupción de la alimentación de los zifios, la familia a la que pertenecen la cuarta parte de las especies de cetáceos.
Según el trabajo, ante los pulsos de sonido que lanzan los barcos de guerra para comunicarse bajo el agua y detectar submarinos, estos animales huyen despavoridos. Al abandonar precipitadamente sus bancos de comida, de los que depende su supervivencia, su salud se debilita y, demasiadas veces, acaban encallando en la arena de la playa.
Incluso la ballena azul, el animal más grande que jamás ha existido en la Tierra, y cuya población se ha reducido en un 95% a lo largo del siglo pasado, mostró la misma actitud defensiva para protegerse del sistema del sónar, capaz de superar los 100 kilómetros de alcance.
El estudio, en el que han participado diez centros de investigación y conservación, la mayoría estadounidenses, ha sido publicado en Proceedings of the Royal Society B, la revista que edita la academia científica más antigua del mundo.
Las ondas sonoras interrumpen la alimentación y hacen huir a los animales
Los biólogos y conservacionistas llevaron a cabo 17 experimentos en la costa del sur de California. Para medir la respuesta de estos animales a la exposición de sonidos de media frecuencia, utilizaron pequeños aparatos digitales, que adhirieron al cuerpo de los mamíferos para monitorear sus reacciones.
Así se comprobó la extrema sensibilidad auditiva de los cetáceos. Cuando la señal acústica simulada alcanzaba los 200 decibelios, en una distancia de entre tres y 10 kilómetros, los ballenatos de Cuvier —el zifio de mayor distribución conocida— dejaban de comer y de nadar. Trataban de alejarse lo más rápido posible del ruido y algunos realizaban inmersiones inusualmente profundas y prolongadas.
“La pieza del puzle que nos faltaba ha sido ver cómo las ballenas cambiaban su comportamiento y cómo este cambio las conduce a varar en la orilla”, asegura Stancey L. DeRuiter, quien ha dirigido uno de los equipos de investigadores. “Algunas dejaron de alimentarse durante seis y siete horas. Si renuncian a la comida, su salud se debilita”, añade. De hecho, el número de ballenatos de Cuvier está descendiendo entre las poblaciones estudiadas.
Contaminación sonora
Un segundo estudio, también realizado en el litoral californiano, descubrió cómo una ballena azul se desentendió por completo de casi una tonelada de krill al ser espantada por un sónar. “Las ballenas azules dependen para su alimentación de la acumulación de estos pequeños crustáceos. Sólo así pueden sustentar sus enormes cuerpos. Bucean continuamente y se alimentan durante el día, cuando hay más cantidad de presas”, señala Jeremy Goldbogen, responsable de la ONG Cascadia Research, que también ha participado en la investigación.
“Por lo que hemos visto, esta disrupción en la alimentación, inducida por el sónar, puede tener impactos muy significativos y nunca antes documentados, sobre el bienestar de las ballenas y la salud de los grupos”, concluye Goldbogen.
“Los resultados del estudio deben tenerse en cuenta a la hora de la planificación de futuros ejercicios navales”, reclama DeRuiter, quien recalca que las respuestas observadas en los cetáceos se dieron con niveles de sonido por debajo de los que permite la Marina de Estados Unidos.
El veto del uso del aparato a 90 km de Canarias acabó con la elevada mortalidad
“Para las ballenas y los delfines, el oído es tan importante como la vista lo es para los seres humanos: se comunican, localizan comida y navegan usando el sonido”, afirma Sarah Dolman, del Whales and Dolphins Conservation (WDC) una organización internacional que trabaja para la conservación y protección de estos animales. ”La contaminación acústica amenaza a las poblaciones más vulnerables, las aleja de las zonas importantes para su supervivencia y, en el peor de los casos, puede llegar a causar su muerte”, denuncia.
Dolman lamenta que no exista ningún estándar internacional sobre niveles de contaminación acústica y considera que “es fundamental y urgente reevaluar el impacto ambiental de las actividades militares”.
Por su parte, el portavoz de la Marina estadounidense, Kenneth Hess, se ha mostrado dispuesto a “reevaluar la efectividad de las medidas de protección de los mamíferos marinos a la luz de las nuevas investigaciones”. Sin embargo, para el militar, el estudio “muestra respuestas de comportamiento, pero ningún daño real”.
Hasta 2004, Canarias era el lugar con más cetáceos varados y muertos del planeta. Según cálculos de la propia OTAN, hasta aquel año hubo más de 55 encallamientos en el archipiélago, algunos de ellos con grupos de hasta 19 animales, muchos tras maniobras navales. Uno de los peores se registró en 2002, cuando 14 zifios embarrancaron tras unas prácticas de la OTAN de las que España fue anfitriona, con la crisis del islote Perejil con Marruecos como telón de fondo.
Dos años después, el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero vetaba el uso de estas técnicas de comunicación a menos de 90 kilómetros del litoral. Desde que se implementó la norma, la primera aprobada en Europa, no ha vuelto a producirse ningún varamiento masivo —de dos o más animales— en las costas canarias. Así lo demuestra un estudio realizado por Antonio Fernández, quien dirige la División de Histología y Patología Animal de la Universidad de las Palmas, y uno de los pioneros en demostrar las lesiones que causa el sónar en los cetáceos.
“La relación de la muerte de zifios y los sónares militares antisubmarinos de alta intensidad y media frecuencia es de un 100%. No hay ninguna duda”, asegura Fernández. Pese a todo, el Ministerio de Defensa español no ha renovado el compromiso de que sus barcos no usen el sónar cerca de las islas Canarias desde diciembre de 2010, cuando expiró la última prórroga del acuerdo.
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