A menudo pensamos en la conservación de la naturaleza como algo romántico, hasta altruista, pero no siempre somos conscientes de que es la naturaleza la que, directa o indirectamente, “nos da de comer cada día”. Los humedales, como otros ecosistemas, nos proporcionan múltiples beneficios, sin los cuales el bienestar humano se vería comprometido.

A lo largo de la historia, los humedales han sido fuente de alimentos, materiales, agua, y otros tipos de recursos que nuestras sociedades han utilizado para su abastecimiento. Además, los humedales están a menudo profundamente enraizados en nuestro acervo cultural y espiritual, ofreciendo lo que se ha dado en llamar “servicios culturales”.

Pero si hay un papel fundamental de los humedales ese es el regulatorio, tanto de los ciclos de los elementos y los flujos de energía como del clima. Por eso, pueden convertirse en nuestros mejores aliados en la lucha contra el cambio climático. Eso sí, siempre que los tratemos bien.

 

¿Qué es un humedal?

 

Los humedales se caracterizan por la presencia de agua, sea de forma permanente o temporal. A veces no existe una lámina de agua visible, pero presentan suelos saturados en agua durante periodos prolongados.

Aunque algunas clasificaciones, como la de la Convención Ramsar sobre humedales, consideran dentro de la definición de este tipo de ecosistemas incluso los ríos y zonas marinas costeras, en general el término humedal suele referirse a los ecosistemas terrestres de aguas someras y estancadas.

El agua permite que en los ecosistemas florezca la vida y fomenta unas altas tasas de los procesos ecológicos esenciales, con un gran trasiego de materia y energía. Por eso los humedales se encuentran entre los tipos de ecosistemas biogeoquímicamente más activos. Son sistemas con una alta productividad biológica y que a su vez presentan unas altas tasas de intercambio y reciclado de elementos químicos ligados a la composición y actividad de los seres vivos.

Los humedales pueden presentar una amplia variabilidad en sus características ecológicas más relevantes, como la composición química del agua y su salinidad, el patrón hidrológico y de circulación del agua, las características morfométricas y las comunidades biológicas que albergan.

Estas características permiten diferenciar diferentes tipos ecológicos. Por ejemplo, aunque intuitivamente asociemos los humedales con las aguas dulces, lo cierto es que en muchos casos estos ecosistemas presentan aguas salobres, saladas o incluso hipersalinas. En este último caso, tienen incluso mayor salinidad que el agua del mar, y también diferente composición mineralógica de sus sales disueltas.

Todas estas diferencias hacen que cada tipo ecológico de humedal presente comunidades biológicas diferentes y también funcione de una manera caracteristica en comparación con otros tipos de humedales.

 

Aliados frente al cambio climático

 

En función de sus peculiaridades ecológicas, los distintos tipos de humedales tienen capacidades diferentes de ofrecer servicios ecosistémicos. Aunque con algunas variaciones, todos tienen en común su papel regulatorio en el clima del planeta, tanto a nivel local como global.

A escala local, e incluso regional, la inercia térmica del agua modera los cambios de temperatura, mitigando las variaciones extremas, tanto diarias como estacionales. Esta función resulta especialmente importante en un contexto de cambio climático como el actual, en que los eventos extremos tienden a acentuarse.

A una escala global, al ser sistemas biogeoquímicamente muy activos, los humedales también desempeñan un papel muy relevante en el clima de nuestro planeta, sobre todo considerando la relativamente pequeña superficie que ocupan a nivel global.

La alta actividad biológica favorecida por la presencia de agua permite un intenso intercambio de gases con capacidad de generación de efecto invernadero (GEI) con la atmósfera, principalmente los gases carbonados, el CO₂ y el metano.

 

Por qué cuidar (además) la salud de los humedales

 

Los humedales son uno de los tipos de ecosistemas que más pueden contribuir tanto al secuestro de carbono, y por tanto a la mitigación del cambio climático, como a emitir grandes cantidades de estos gases hacia la atmósfera, sobre todo cuando su salud ecológica se degrada.

Cada vez cobra más fuerza la evidencia científica de que, aún reconociendo la distinta capacidad de los distintos tipos de humedales para secuestrar o liberar carbono y GEI, esa capacidad se ve modificada por su estado ecológico.

Lo más frecuente es que los humedales ecológicamente sanos actúen como nuestros “aliados climáticos”, contribuyendo al secuestro de carbono y a la reducción de las concentraciones de GEI en la atmósfera.

Por el contrario, sus equivalentes degradados no solo no actúan mitigando el cambio climático sino que lo acentúan.

Por estas razones, conservar (o restaurar) para conseguir unos humedales sanos nos ayuda en la mitigación del principal problema al que se enfrenta la humanidad: el cambio climático. Si los humedales hablaran, nos dirían: “Ayúdame y te ayudaré”.The Conversation