En plena península de Cornualles, el finisterre británico, asoman entre la vegetación ocho enormes semiesferas termoplásticas de hasta 55 metros de altura sostenidas por una trama de tubos de acero galvanizado bajo las que se lleva a cabo uno de los experimentos de preservación de especies más originales del mundo.
El Proyecto Edén trata de ofrecer una imagen a escala de la riqueza de la biodiversidad del planeta: sus cúpulas geodésicas proporcionan la luz, la humedad y el calor necesarios para acoger a un millón de plantas de 4.000 diferentes especies de los cinco continentes en este frío y ventoso rincón suroriental de Inglaterra, situado a unos 270 kilómetros de Londres.
El sorprendente complejo, que recuerda los proyectos de asentamientos humanos en otros planetas de las películas de ciencia ficción, fue diseñado por el arquitecto británico Nicholas Grimshaw y se inauguró en 2001 tras dos años y medio de trabajos sobre 15 hectáreas de lo que había sido una cantera de caolín.
La iniciativa demuestra que se pueden recuperar los suelos más erosionados
El Edén fue fruto de la iniciativa del compositor y productor musical holandés Tim Smit, que consiguió reunir 170 millones de euros para financiar su sueño: “recuperar aquella sensación de asombro que debió embargar al Doctor Livingstone ante las cataratas Victoria”. El fundador resume su objetivo afirmando que el proyecto quería demostrar “el poder de recuperar el entorno y de mejorar las vidas de la gente”.
La Unión Europea y la Comisión del Milenio aportaron buena parte de los fondos con que se pagaron las obras del complejo, con el objetivo de ayudar a desarrollar una de las zonas más deprimidas del Reino Unido. El proyecto se autofinancia a través de los ingresos que obtiene de los visitantes y sus actividades educativas. Al tratarse de una empresa social, el Edén destina sus beneficios a financiar proyectos de formación y sensibilización.
Dos grandes áreas cubiertas, formadas por varias cúpulas interconectadas cada una, reproducen en su interior sendos biomas: en una de ellas, que es según el Libro Guinness de los Récords el mayor invernadero tropical del mundo con 1,56 hectáreas de superficie, se recrea el bosque tropical húmedo. La cubierta mide 55 metros de alto (bajo ella cabría la Torre de Londres), 100 metros de ancho y 200 de largo. Una espectacular tirolina de más de 600 metros de largo permite a los visitantes volar sobre el vergel.
Desechos mineros reciclados
En el segundo biotopo, de 0,65 hectáreas, con cubiertas de 35 metros de alto, 65 de ancho y 135 metros de largo, se reproducen los ecosistemas mediterráneos. Hay un tercer bioma al aire libre, con especies autóctonas de las islas británicas y otras que pueden resistir el duro clima de la zona.
Para la creación de ambos se generaron, con la ayuda de especialistas de la Universidad de Reading, 83.000 toneladas de suelo reciclando desechos mineros locales, que proporcionaron caolín y arcillas que se mezclaron con corteza y otros restos vegetales compostados. Miles de gusanos airearon y fertilizaron la nueva tierra, con la que los promotores creen haber demostrado que es posible la recuperación de los suelos más erosionados.
El recinto ha recibido ya más de 14 millones de visitantes, pero sus impulsores rechazan las acusaciones de haber construido un mero parque temático y ponen el énfasis en su orientación divulgadora y sensibilizadora. “Los ecologistas tenían fama de estar contra todo y no construir nada”, se defiende Tim Smit, “y por eso necesitábamos hacer algo tan audaz que pudiera desarmar incluso al más cínico”.En el mayor invernadero tropical del mundo cabría la Torre de Londres
Las instalaciones están dotadas de diversos equipamientos para minimizar su impacto ambiental. La masa de roca sobre la que se asientan los biomas retiene el calor del sol acumulado durante el día y contribuye a mantener la temperatura más elevada que en el exterior de este microclima artificial, mientras la humedad es proporcionada por vaporizadores de agua y una cascada (el invernadero tropical mantiene un 90% de humedad relativa de noche y un 60% de día). Las cúpulas se pueden abrir para ventilar el interior y favorecer la circulación de aire fresco en verano.
Además, el agua de lluvia recogida se recicla y el sistema de calefacción que garantiza el sostenimiento del ecosistema en los días más fríos se alimenta principalmente con biomasa vegetal. Una instalación geotérmica de cuatro megavatios en proyecto podrá abastecer de energía a todo el complejo e incluso aportar electricidad sobrante a la red.
Un equipo de jardineros extremos se encarga de la siembra, poda y otros cuidados de la vegetación, plantada con frecuencia en bancos casi verticales y para la que a menudo se necesitan grúas. Las plantas son polinizadas por insectos, por el viento o, en caso necesario, a mano con un pincel.
Y el control de las plagas emplea medios no agresivos con el medio: eliminación de partes de plantas infestadas, productos químicos blandos como jabones y aceites y 33 tipos diferentes de agentes biológicos, en su mayor parte insectos que se alimentan de insectos, que son distribuidos por el dosel verde mediante ollas de bambú elevadas por poleas que actúan como pequeños ascensores.
Algunas aves y lagartos sueltos en los biomas también contribuyen a mantener a raya los insectos nocivos, así como lo hacen dispositivos con lámparas ultravioletas. Ellos cuidan del equilibrio en el ecosistema artificial que se desarrolla bajo las enormes cúpulas de plástico en el remoto suroeste de Inglaterra.