La enfermedad causaba a los cetáceos neumonías y encefalitis. Los animales que varaban en las playas sufrían desnutrición, dificultades respiratorias y convulsiones nerviosas, y morían sin excepción al poco tiempo. Uno de ellos fue a parar al litoral de Premià de Mar, al norte de Barcelona y, como en los demás casos, todos los esfuerzos dedicados a intentar salvarlo fueron en balde.
Aquella experiencia marcó para siempre al técnico municipal de Medio Ambiente, Ferran Alegre, un veterinario que decidió que había que crear alguna clase de hospital para poder atender a la fauna marina con problemas que recalara en el litoral. En 1994, y gracias a sus esfuerzos, nacía en la localidad el Centro de Recuperación de Animales Marinos (CRAM), el primer organismo de estas características del Mediterráneo.
Durante muchos años, el centro atendió a cientos de cetáceos, tiburones, tortugas y aves marinas en sus modestas instalaciones del pueblo del Maresme. En 2011, el CRAM pudo trasladarse a unas instalaciones mucho más amplias y modernas, consideradas las mejores de Europa en su género, en la playa de El Prat de Llobregat, junto al aeropuerto de Barcelona.
La tasa de mortalidad de los delfines que varan en las playas alcanza el 98%
Los terrenos, de 18.000 metros cuadrados, y que antes acogieron un club de golf, fueron cedidos por Aena, el organismo público que gestiona los aeródromos españoles, para compensar por los daños a una zona húmeda protegida causados durante la construcción de la tercera pista de despegue y aterrizaje del aeropuerto barcelonés.
En el centro, gestionado por una fundación privada sin ánimo de lucro, trabajan tres educadores, un biólogo, un veterinario, la coordinadora y un técnico de mantenimiento, además de cuatro o cinco voluntarios del centenar con que cuenta la entidad, desplegados por todo el litoral catalán y que son los primeros en llegar cuando se registra un varamiento o un barco trae a puerto a un animal herido.
El complejo cuenta con una amplia clínica, laboratorios, una sala para estudios post mórtem, un edificio para administración, personal y actividades educativas, dos grandes piscinas y varios tanques para instalar en ellos a los animales atendidos.
Una de las piscinas tiene una capacidad de 580.000 litros y la otra, reservada para los cetáceos, de 1.950.000. En la más pequeña nadan cinco enormes tortugas bobas (Caretta caretta) que son residentes: por la naturaleza de sus lesiones o el excesivo tiempo pasado en cautividad antes de llegar al centro (en algunos casos, décadas), no podrán regresar ya al mar, pero participan en programas de cría en cautividad.
Llevar el hospital a la playa
Para sus misiones y actividades de investigación, el equipo dispone de un velero (el Vell Marí, de dos palos y 17 metros de eslora, y dotado de equipos de observación subacuática de alta tecnología), varias lanchas zódiac y del ROV, un artilugio submarino no tripulado y dotado de cámaras que puede descender hasta los 400 metros de profundidad, además de una ambulancia terrestre preparada para la atención y transporte de grandes animales marinos.
La mayor parte de los pacientes del CRAM son delfines y tortugas. A diferencia de lo que se hacía los primeros años, los cetáceos enfermos o heridos hallados en el litoral ya no son trasladados a la clínica. Casi ninguno llegaba vivo. Ahora se les trata directamente sobre el terreno. “Llevamos el hospital a la playa”, resume a EcoAvant.com el veterinario Fernando Alegre, hijo del fundador de la entidad.
La causa es que “nunca puedes coger a tiempo a un delfín. Siempre llegas tarde. Tengan lo que tengan, llevan demasiados días sin comer y están exhaustos y semicomatosos”, explica. El CRAM trata una media de entre 35 y 40 al año, pero sólo dos o tres alcanzan vivos la orilla. La tasa de mortalidad de los delfines varados es del 98%.
El equipo ha logrado sensibilizar a los pescadores, que ahora rescatan a los reptiles
Cuando se atiende a uno, la máxima prioridad es reflotarlo. Si ello resulta posible, se le reintroduce en el mar y se le coloca sobre una camilla adosada a unos flotadores que permite el control y manipulación del ejemplar por los cuidadores. Si el oleaje es excesivo, se le instala en una piscina montada sobre la arena a la que se bombea agua de mar.
Sólo un cetáceo trasladado al centro pudo ser devuelto con éxito al océano. Se trata de Ulises, un joven delfín listado de 1,64 metros encontrado por unos bañistas en Mataró el año 2000. Se le diagnosticó una gastritis debida a la ingestión de plásticos. Tras 14 días ingresado, se convirtió en el primer y único mamífero tratado en la clínica que se salvó (ha habido más casos exitosos, pero fueron atendidos directamente en el mar).
Por suerte, los índices de éxito con las tortugas son los contrarios. De las 850 pacientes de estos cerca de 20 años (casi todas tortugas bobas), 600 volvieron sanas y salvas al Mediterráneo. La tasa de supervivencia de los quelonios atendidos es del 90%, y llegan vivas al centro el 68% de las rescatadas, la inmensa mayoría de ellas atrapadas en artes de pesca (el 69% enganchadas en los anzuelos de los palangres).
“Para nosotros, tortugas y pesca van de la mano”, resume Elsa Jiménez, la coordinadora del CRAM. Por ello, el centro ha puesto en marcha diversos programas de colaboración con los pescadores que han logrado una amplia sensibilización en el colectivo y, hoy, la mayor parte de las tortugas atendidas en el centro las traen al mismo los propios marinos.
También se reciben numerosas llamadas de ciudadanos, que en caso de encontrar a un animal marino enfermo o herido deben, además de apartarse de él para evitar estresarlo y prevenir posibles contagios de infecciones transmisibles a los humanos, avisar lo antes posible al teléfono de emergencias 112, desde donde se alerta al CRAM. Y el equipo de rescate sale de inmediato desde El Prat.
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