Un antiguo best-seller que ya nadie leería es hoy una lámpara; unos respaldos de silla de escuela sirven, bien atornillados a la pared, de estantería; un teléfono de rueda se convierte en un altavoz para el Ipod; combinando un espaldar de cama y un cajón aparece, una vez añadidas unas ruedecitas, un juguete para niños...
Y así hasta casi un centenar de propuestas para amueblar y decorar una casa a coste casi cero y con mucha, muchísima, personalidad. ¿Requisitos? Trastos viejos donados o recogidos de la calle, imaginación y algo de habilidad manual. Esta es la filosofía que se esconde tras Makea tu Vida, la propuesta de un grupo de valencianos que se mueve entre la protesta contra la cultura del usar y tirar, la actividad artística y las soluciones prácticas ante la crisis.
“Estamos acostumbrados a ver los residuos como algo inútil a lo que no debemos ni acercarnos pero, en realidad, entre las toneladas de cosas que tiramos, hay montones de objetos que pueden reutilizarse de forma sencilla y con muchas posibilidades. En lugar de verse como un problema, los desechos deberían aprovecharse como una materia prima”, argumenta Mireia, una de las activistas de esta peculiar iniciativa.
"Makea es una marca que no vende nada. Es una actitud de resistencia"
Donde cualquier paseante ve solamente unos trastos, los integrantes de Makea –nombre que no por casualidad viene de maquear o arreglar– imaginan ya un comedor, un dormitorio o una cafetería. De hecho, “el colectivo nació casi por casualidad, como una broma –recuerda Pablo, uno de sus fundadores–. Salíamos por la noche y, cuando veíamos un montón de muebles tirados, los ordenábamos. Alguna vez volvíamos a pasar y nos encontrábamos un grupo de amigos charlando tranquilamente en nuestra sala callejera”.
Poco a poco, la idea fue tomando forma y pasaron a firmar estas instalaciones con intención de animar a más gente a tomar la iniciativa, “hasta que ibas a una casa y te encontrabas un mueble con el sello Makea –continua Pablo– y nos dimos cuenta de que no estábamos tan locos”.
Hoy, Makea está consolidada y desarrolla en paralelo diferentes proyectos. Sus propuestas despiertan un interés creciente y ya han participado en numerosas ferias y jornadas por toda España, a las que les invitan para que muestren sus habilidades como aprovechadores de desechos. Han expuesto en prestigiosos centros culturales y escuelas de diseño les han pedido que expliquen sus ideas a los alumnos. Pero su éxito no les ha alejado de sus orígenes.
Fomentar la creatividad
“Makea es una marca que no vende nada, es un actitud de resistencia”, reza en la cabecera de su web. Mireia desarrolla esta declaración de intenciones: “no queremos montar una tienda de muebles reciclados, aunque nos parece fantástico que la gente lo haga e incluso algunos de nuestros miembros venden, al margen de la asociación, algunas de sus creaciones”.
El proyecto Makea es otra cosa, pues “trata de fomentar la creatividad y la capacidad de cada persona para encontrar una solución a sus problemas. Nuestro ideario se puede resumir en el lema Hazlo tú mismo”. En sus talleres ponen a disposición de quien quiera las herramientas necesarias y su experiencia para trabajar en la transformación de residuos. “No es exactamente que nosotros enseñemos a la gente, pues tratamos de diseñar colectivamente, y muchas soluciones se van encontrando a base de unir pedacitos de diferentes ideas”, así que “siempre se aprende algo en estos talleres”, dice Pablo.
Y defienden que porque un mueble esté hecho a mano y a partir de trastos que alguien tiró no tiene que ser cutre o feo: “valoramos mucho la belleza y la calidad y hemos comprobado que es posible conseguir resultados de lo más vistoso sólo con ganas y un poco de práctica”.
La iniciativa trata de sensibilizar contra la generación de residuos y el uso de los recursos
Su cita anual más importante es el Rehogar, una espectacular instalación que recrea una vivienda entera amueblada a partir de desechos y que realizan como actividad paralela a la Feria Internacional del Mueble de Valencia. Incluye todo tipo de muebles, complementos y enseres y suma proyectos de decenas de diseñadores, decoradores y artistas, que participan en una convocatoria abierta.
Ahora están investigando sobre las posibilidades de los residuos industriales, que tienen la ventaja que pueden seriarse y planificarse y llegar a convertirse en nuevos productos para producir casi en cadena. “Aún no hemos llegado a crear una empresa de objetos reciclados”, bromea Mireia, pero advierte que es un sector con muchas posibilidades.
La versión virtual de estos talleres es lo que ellos llaman El Recetario, una web de libre acceso donde cualquier manitas puede colgar sus inventos, detallando las herramientas, materiales y procesos que ha empleado. Todas las recetas –las hay a decenas– son de libre uso y se anima a quien las ponga en práctica a que envíe sus resultados, problemas y mejoras en una lógica de funcionamiento que reconocen haber copiado del software libre.
Tras estos talleres de reciclaje se esconde una profunda reflexión. “Tratamos de educar al ciudadano sobre diferentes problemáticas medioambientales que van desde el tratamiento de residuos al uso irracional de recursos que son finitos”, resume Mireia. Una toma de conciencia que pasa por alargar la vida útil de muchos productos que cada vez son diseñados para que duren menos tiempo.
A veces sale más caro
Una apuesta que, a su parecer, pasa por un cambio cultural que destierre el consumismo como placer y lo sustituya por un ocio mucho más creativo. “Haciendo un mueble o decorando tú mismo la casa lo puedes pasar muy bien y al final te sale algo que no solo te va a prestar un servicio, sino que es único y tiene un importante valor sentimental añadido”, explica Pablo.
Aunque admiten que a veces este hobby no resulta beneficioso para el bolsillo de sus practicantes: “si sumas el precio de la pintura, clavos, alguna herramienta que no tengas o no te puedan dejar... a veces te puede salir más caro que un mueble de todo a cien, pero el orgullo de haberlo hecho tú mismo no tiene precio”.
Pero, en general, reciclar sale a cuenta también económicamente: “es absurdo que estemos siempre con el agua al cuello para pagar por un montón de cosas que en realidad no necesitamos, que podemos arreglar en vez de tirar o que podemos conseguir gratis recogiendo algunos desechos”.
El colectivo participa en ferias y es invitado a dar charlas a los alumnos de escuelas de diseño
Esta voluntad de comunicar de Makea se encuentra presente en el mismo logotipo de la asociación, una alusión evidente a Ikea. “Alguna vez han intentado etiquetarnos como un grupo anti-Ikea –relata Mireia– pero nosotros no somos anti-nadie. Solo que esta marca en concreto, que también tiene sus cosas buenas, es un símbolo de la cultura del comprar y tirar, así que nos pareció adecuado 'reutilizar' también su imagen”.
En las últimas décadas ha ido creciendo en los países más desarrollados una revuelta cívica y silenciosa contra la aparente obligación de estar constantemente comprando de todo: redes de intercambio de segunda mano, tiendas gratis, talleres de reciclaje, bancos del tiempo... un cosmos de pequeñas iniciativas que tratan de cambiar la lógica consumista que impregna nuestras sociedades en favor de otra más ética y sostenible.
Con la llegada de la crisis, estas propuestas han tomado un cariz más práctico e inmediato. Ahora, simplemente, mucha gente ya no tiene dinero para mantener un estilo de vida que, hasta hace poco, le parecía lo más natural, y algunas soluciones que entonces parecían solo simbólicas o bienintencionadas toman otro aspecto.
Un proceso similar se registró en Argentina hace una década, cuando el repentino colapso económico multiplicó los clubes de trueque que los ecologistas locales venían promoviendo con un éxito más bien limitado. “En el momento de mayor auge llegamos a tener más de 6.000 clubes de trueque en los que participaban seis millones de personas –recuerda Carlos de Sanzo, uno de sus impulsores– y, en los momentos más duros de la crisis, aseguraron bienes de primera necesidad a muchísima gente que lo había perdido todo”.
La experiencia argentina acabó incluyendo todo tipo de productos y servicios, muchos de ellos relacionados con los alimentos cultivados en pequeños huertos individuales, y llegó a convertirse en un soporte esencial de la economía nacional tan importante que muchas empresas participaron en estos proyectos y el Gobierno desarrolló una legislación especial para protegerla.