Los romanos echaban sal a los campos de sus enemigos para que nada volviera a crecer en ellos. En el Delta del Ebro, por el contrario, se esparce para salvar los arrozales. Los operarios que vacían sacos sobre el canal de desagüe entre Prades y La Cava (Tarragona), en el hemidelta izquierdo, esta sofocante mañana de primavera tratan de contener el avance del caracol manzana (Pomacea insularum o Pomacea canaliculata), que amenaza la cosecha de cereal en ya varios miles de hectáreas de este territorio recién declarado Reserva de la Biosfera. La sal vertida no afectará en modo alguno al arroz, pero matará a los caracoles que entren en contacto con ella.
“Hace sólo una semana que han salido de la hibernación, y ya hemos encontrado las primeras puestas”, señala uno de los encargados de la lucha contra el molusco. “El caracol manzana está considerado una de las 10 especies invasoras más difíciles de erradicar del mundo a causa de su estrategia reproductiva”, explica. La Generalitat de Cataluña calcula que al menos 5 millones de ejemplares deambulan ya por la zona y amenazan con extenderse por las 21.000 hectáreas de campos de arroz del delta, que se empiezan a sembrar justo cuando el molusco despierta.
El animal, que se alimenta vorazmente de brotes tiernos de plantas acuáticas, se propaga a un ritmo difícil de igualar: cuando hace el suficiente calor, una puesta cada dos o tres días. Cada una, de 400 a 600 huevos arracimados de un vivo color rosado. A los 15 días nace la nueva generación, que sale del huevo ya perfectamente formada y, en tres meses, alcanza la madurez sexual aunque, a diferencia de otros caracoles, no son hermafroditas.
El gasterópodo es una de las 10 especies invasoras más difíciles de erradicar del globo
Además, en este clima se muestran activos nueve meses al año y, aunque precisan del agua dulce para sobrevivir, muestran una gran resistencia a los periodos de sequía. Pero ésta tiene sus límites, y la desecación de los campos durante una larga temporada logra acabar con ellos. “Dejamos los campos sin agua durante tres meses al año, pero sería mejor que fueran seis. El problema es que la Unión Europea paga a los agricultores para que mantengan los arrozales inundados con el fin de proteger a la avifauna”, señala uno de los técnicos que combaten la plaga.
Así que, desde su aparición en el delta en agosto de 2009, la invasión ha alcanzado 2.200 hectáreas de esta superficie de marismas, lagunas, canales y arrozales ganada por los sedimentos del Ebro al mar que, con sus 320 kilómetros cuadrados, conforma la tercera mayor zona húmeda de todo el Mediterráneo.
La causa del problema fue la fuga de varios individuos de una piscifactoría de l'Aldea, donde eran criados para su uso en acuarios de peces exóticos, ahora prohibido en toda Europa a la vista de lo sucedido aquí. “Escaparon el caracol y otras especies. ¡Incluso se encontró una piraña!”, recuerda Ramon Vidal, director del Ecomuseo del Delta en Deltebre.
La Generalitat ha puesto en marcha este año un intenso plan de choque, para el que ha pedido fondos europeos y también ayuda al Gobierno español y a la Confederación Hidrográfica del Ebro. Durante los dos últimos ejercicios se han invertido ya en la contienda 5,3 millones de euros. La administración catalana cifra en 50 hectáreas la extensión de las fincas cuyo cultivo se ha visto ya irremisiblemente dañado (eran 0,50 hace cuatro años), pero el sindicato agrario Unió de Pagesos eleva la cifra a unas 300.
Múltiples estrategias
Pero, además, el molusco devorador de tiernas plantas acuáticas podría acabar también con los parajes naturales protegidos de inmenso valor ecológico que forman parte del Parque Natural del Delta de l'Ebre y de la Reserva de la Biosfera de las Terres de l'Ebre, reconocida en mayo por la Unesco.
Desecado de los arrozales durante el invierno, colocación de trampas barrera en los canales, de filtros en las bombas, uso de saponinas, salinización activa o pasiva de las parcelas (dejando entrar agua de mar o lanzando sal a los conductos), vertido de cal viva en los desagües, todos estos métodos se han revelado efectivos en estos cuatro años de batalla contra el caracol, pero la marea de conchas no ha dejado de avanzar.
Incluso ha cruzado el ancho río y ha alcanzado la mitad sur del delta. El caracol fue detectado allí el pasado otoño. Y eso es algo que no pudo hacer por sus propios medios. Los invasores aparecieron en canales del hemidelta derecho sin conexión entre sí y alejados del río. Los Mossos d'Esquadra (policía catalana) investigan quién estuvo detrás de esta acción. La intervención judicial está bajo secreto sumarial.
La plaga ha logrado pasar al otro lado del río con la ayuda de desaprensivos
Fuentes de la lucha contra el caracol que piden el anonimato dan por sentado que agricultores o cazadores de la riba invadida (de estos últimos hay más de 600), afectados en sus intereses por el desecado forzoso de las parcelas, decidieron compartir su suerte con sus homólogos de la orilla opuesta.
El gasterópodo, de una voracidad extrema, puede alcanzar los 10 centímetros de longitud y es originario de América del Sur. Y ya ha protagonizado enormes destrozos en arrozales de otros rincones del mundo, como Estados Unidos, el Sudeste Asiático o Filipinas.
En Taiwan, en los años 80, se empezó a criar como posible fuente de proteínas. No tuvo éxito entre los consumidores, y los tifones acabaron destruyendo las granjas y los propagaron por toda la isla. En Cataluña, donde la afición a comer caracoles está muy arraigada, tampoco podrán convertirse en alimento. “No son comestibles. Pueden transmitir la meningitis parasitaria”, señala uno de los técnicos.
En Estados Unidos, la rotación de cultivos se ha revelado como una de las más eficaces formas de erradicar al invasor. Pero los agricultores del Delta del Ebro no están por la labor. “Un 68% de los afectados no ha tomado ninguna medida”, dicen los expertos, para quienes, si no se actúa con la mayor decisión, cuando el molusco se propague río arriba, “la batalla se habrá perdido para siempre”.
El caracol manzana no es la única especie invasora que campea por el Ebro. En 2001 se detectaron los primeros ejemplares de mejillón cebra (Dreissena polymorpha), un bivalvo procedente del mar Caspio cuya rápida proliferación (una hembra puede diseminar un millón de larvas por temporada) amenaza la biodiversidad y daña las infraestructuras hidráulicas (sus enormes colonias obstruyen las canalizaciones, vitales para la agricultura de la zona, y provocan en ellas una grave corrosión).
Un pez gigante
Los mejillones cebra, que viajan por el Mediterráneo adheridos a los cascos de los barcos, han llegado a obstruir las tomas de agua de la central nuclear de Ascó, que tuvo que dedicar cientos de miles de euros a librarse de ellos. En 2006, la especie había alcanzado la cabecera del río, y desde 2011 se encuentra ya en varias otras cuencas internas de Cataluña.
Hay otros invasores menos numerosos, pero lo compensan con su volumen. En 1974, el biólogo Roland Lorzowsky introdujo en el Ebro 32 alevines de siluro (Silurus glanis), un gigantesco pez carnívoro del Danubio, para que contuviera las poblaciones de carpas, que carecían de depredadores.
El mejillón cebra, el siluro o el cangrejo azul también colonizan el territorio
Con la ayuda de los pescadores deportivos, a los que sedujo por su tamaño ─puede alcanzar casi los tres metros de longitud y los 150 kilos─, el siluro se reprodujo a placer y sus gigantescas bocazas empezaron a absorber todo lo que se movía por el río: peces, batracios, aves, incluso pequeños mamíferos. Casi toda la fauna autóctona estaba en peligro.
En 2009 se puso en marcha una prueba piloto para controlar su número, así como el de las percas americanas, lucios o peces gato también introducidos por los practicantes de la pesca con caña. Se instalaron redes especiales y pescadores rumanos llegados del Delta del Danubio instruyeron a los técnicos de medio ambiente sobre las mejores técnicas para capturar al gigante, del que cayeron 74 ejemplares en apenas 15 días.
Y hay más invasiones en marcha en el delta: el cangrejo azul (Callinectes sapidus), un crustáceo omnívoro de gran tamaño originario de la costa atlántica americana, también ha empezado a colonizarlo. Tras su detección, se ha empezado a estudiar el alcance de su presencia y su impacto. Se suma al ya consolidado cangrejo rojo americano, llegado a finales de los 70.
Y también hay plagas autóctonas: por octavo año consecutivo, los residentes en el tramo final de Ebro sufren los ataques de la diminuta mosca negra, díptero de la familia Simuliidae de dolorosa picadura. El gran caudal del río a causa de las intensas lluvias de los últimos meses ha impedido que se lleven a cabo los tratamientos necesarios para eliminar sus larvas, así como las de los inevitables mosquitos, habitantes tradicionales del Delta.