Podríamos pensar que el aborto es un fenómeno especialmente moderno, pero hay muchas pruebas que sugieren que ha estado presente en la sociedad durante miles de años. Aunque su historia se cuenta a menudo desde una perspectiva legal, la existencia del aborto ha tenido lugar independientemente de las leyes que lo acompañasen.

La necesidad de controlar la fertilidad antes o después del sexo existe desde hace tanto tiempo como el embarazo. El Papiro Ebers del Antiguo Egipto se considera a menudo una de las primeras pruebas escritas sobre la práctica del aborto.

El Papiro Ebers (c. 1600 a. e. c.) del Antiguo Egipto. PEbers/Einsamer Schützederivative/Photohound (talk), CC BY-SA

El texto, que data de 1600 a. e. c., describe métodos mediante los cuales “la mujer vacía lo concebido en el primer, segundo o tercer trimestre”, recomendando hierbas, duchas vaginales y supositorios. Hipócrates, en torno al siglo IV a. e. c., registró métodos similares para inducir el aborto, aunque no los recomendó.

El aborto también formaba parte de la vida cotidiana de los ciudadanos de la Antigüedad. En Amores, una colección de poemas, el romano Publio Ovidio Naso, comúnmente conocido como Ovidio, describe la agitación emocional del narrador al ver a su amante sufrir un aborto mal gestionado:

Mientras se deshace precipitadamente de la carga de su vientre preñado, la cansada Corinna se encuentra en peligro de muerte. Habiendo intentado un peligro tan grande sin decírmelo. Ella merece mi ira, pero mi ira muere de miedo.

Al principio, Ovidio se preocupa por el riesgo de perder a su amada Corinna, no por el posible hijo. Más tarde, pide a los dioses que ignoren la “destrucción” del niño y salven la vida de Corinna. Esto deja ver algunos aspectos importantes de las actitudes históricas que se tenían hacia el aborto.

Aunque los debates sobre el aborto en el siglo XXI a menudo giran en torno a cuestiones de vida y persona, no siempre fue así. Los antiguos griegos y romanos, por ejemplo, no creían necesariamente que un feto estuviera vivo.

Los primeros pensadores, entre ellos San Agustín (354-3430), distinguían entre el embrión “informatus (no formado) y el “formatus” (formado y dotado de alma). Con el tiempo, la distinción más común pasó a establecerse en lo que se conocía como quickening, el momento en el que la mujer embarazada podía sentir al bebé moverse por primera vez. Esto determinaba que el feto estaba vivo (o tenía alma).

Como un retraso en la menstruación era a menudo el primer signo de que algo iba mal, y una mujer podía no considerarse embarazada hasta mucho más tarde, muchos consejos sobre el aborto se centraban en restaurar las irregularidades menstruales o las obstrucciones en lugar de interrumpir un posible embarazo (o feto).

El arte de un manuscrito del siglo XIII muestra a una herborista preparando un brebaje que contiene poleo para una mujer. El té que se hizo famoso en la canción de Nirvana, ‘Pennyroyal Tea’, se utilizaba en la medicina popular para inducir el aborto y aliviar los síntomas menstruales.

Como resultado, muchos de los consejos sobre el aborto a lo largo de la historia no necesariamente lo mencionan. Y a menudo quedaba a la interpretación personal si se había producido o no dicho aborto.

De hecho, se podían encontrar recetas de “abortivos” (cualquier sustancia que se utiliza para interrumpir un embarazo) en textos médicos como los de la monja alemana Hildegard von Bingen en 1150 y en recetarios domésticos con tratamientos para otras dolencias comunes hasta bien entrado el siglo XX.

En Occidente, la distinción del quickening pasó de moda gradualmente a finales del siglo XIX y principios del XX. Sin embargo, las mujeres siguieron abortando a pesar de los cambios en sus creencias sobre la vida y la ley. De hecho, según algunas fuentes, en esas décadas parecían ser más comunes que nunca.

 

“Una epidemia de abortos”

 

En 1920, Rusia se convirtió en el primer estado del mundo en legalizar el aborto, y en 1929, Marie Stopes, famosa defensora del control de la natalidad, lamentó que “una epidemia de abortos” estuviera arrasando Inglaterra. Afirmaciones similares de Francia y EE.UU. también indican que se percibía un repunte.

file 20230912 28 usmgth

 

Estas afirmaciones se acompañaron con una oleada de obras de teatro, poemas y novelas que trataban el tema. De hecho, en 1923, Floyd Dell, editor de revistas y escritor estadounidense, publicó una nueva obra de ficción, Janet March, en la que la protagonista se queja de la cantidad de novelas en las que aparecen abortos, afirmando que “había suficientes cosas espantosas en las novelas, pero sólo les ocurrían a las pobres chicas, ignorantes e imprudentes”.

Pero la literatura de principios del siglo XX, con muchas historias basadas en experiencias reales de mujeres, da fe de un abanico de abortos mucho más amplio que esa imagen estereotipada de las pobres e indigentes operaciones callejeras.

Por ejemplo, la novelista inglesa Rosamond Lehmann menciona en su novela de 1926 El tiempo en las calles una seductora “conspiración femenina” de mujeres abortistas que aguardan con “tacto, simpatía, píldoras y bolsas de agua caliente”.

Los anuncios de servicios de aborto, como éstos del New York Sun de 1842, eran habituales en la época victoriana. En aquella época, el aborto era ilegal en Nueva York.

Estos textos forman parte de una larga tradición de narraciones sobre el aborto que precede al activismo contemporáneo. Por ejemplo, We Testify es una organización que promueve el liderazgo y la representación de personas que han abortado. Y Shout Your Abortion es una campaña en las redes sociales en la que la gente comparte en línea sus experiencias de aborto sin “tristeza, vergüenza o arrepentimiento”.

El aborto tiene una historia larga y variada, pero sobre todo estos textos –desde los papiros egipcios de 1600 a. e. c. hasta las publicaciones en las redes sociales de hoy– demuestran que el aborto ha sido y sigue siendo fundamental en nuestra historia, nuestras vidas e incluso nuestro arte.