Investigadoras de la Universidad Estatal de Oregon (Estados Unidos) han evidenciado que incluso una sola sesión de ejercicio aeróbico moderado marca la diferencia en las células de personas que, por lo demás, son sedentarias.
Las mitocondrias son la parte de la célula responsable del proceso biológico de la respiración, que convierte combustibles como los azúcares y las grasas en energía, por lo que los investigadores se centraron únicamente en la función de las mitocondrias.
"Lo que descubrimos es que, independientemente del combustible que utilizaban las mitocondrias, se producían ligeros aumentos en la capacidad de quemar los combustibles", explica Matt Robinson, autor principal del estudio y profesor asistente de la Facultad de Salud Pública y Ciencias Humanas.
Las investigadoras reclutaron a participantes que no seguían una rutina de ejercicio regular y les hicieron montar en una bicicleta estática durante una hora a una intensidad moderada. Realizaron una biopsia de sus músculos 15 minutos más tarde para comprobar la eficacia de las mitocondrias una vez finalizado el ejercicio y compararon esos resultados con los de un día de descanso.
Después del ejercicio, las mitocondrias de los participantes en el estudio quemaron entre un 12 y un 13% más de combustible a base de grasa y entre un 14 y un 17% más de combustible a base de azúcar. Aunque los efectos no fueron drásticos, sí fueron consistentes. "Es bastante notable que, incluso después de sólo una hora de ejercicio, estas personas fueran capaces de quemar un poco más de combustible", apunta Robinson.
Investigaciones previas en este campo han establecido desde hace tiempo que el ejercicio regular crea un cambio duradero en el metabolismo de las personas, haciendo que sus cuerpos quemen más energía incluso cuando no están haciendo ejercicio. Los estudios anteriores se han centrado en personas muy entrenadas o atléticas, pero el equipo de Robinson quería analizar específicamente los episodios singulares de ejercicio en personas que, en general, eran activas y no padecían enfermedades, pero que no tenían regímenes de ejercicio estructurados.
Estas personas se encontraban en el extremo inferior de la forma física, lo que se asocia con una baja abundancia mitocondrial y producción de energía. Se controló a los participantes mientras hacían ejercicio a aproximadamente el 65% de su esfuerzo máximo, cuando podían mantener el ritmo de la bicicleta durante una hora o más y seguir manteniendo cómodamente una conversación.