Los habitantes de la ciudad de Barcelona que sufren pobreza energética presentan una peor salud que aquellos que pueden garantizarse los suministros domésticos de energía. Es la principal conclusión del estudio que investigadores del Institut d'Investigació Biomèdica Sant Pau, la Asociación Bienestar y Desarrollo, la Agència de Salut Pública de Barcelona, CIBERESP y otras instituciones publican en la revista Gaceta Sanitaria.
Se trata de la primera investigación que analiza la asociación entre la intensidad de la pobreza energética y la salud en el Sur de Europa. Para realizarla se han comparado los datos de 1799 mujeres y 671 hombres que forman parte de un programa del Ayuntamiento de Barcelona contra la pobreza energética (llamado Energía, la justa) con los de 1393 mujeres y 1215 hombres sin problemas energéticos de la Encuesta de Salud Pública de Barcelona en 2016.
El estudio ha analizado diversos parámetros de salud física y mental: percepción personal de mala salud, asma, bronquitis crónica, depresión y ansiedad. En todos ellos, los participantes en el programa contra la pobreza energética han reportado un peor estado de salud. Las mujeres presentan una mayor prevalencia de todos los parámetros de salud en ambas poblaciones.
La probabilidad de experimentar una peor salud es bastante superior entre los ciudadanos que padecen pobreza energética, sobre todo en cuanto a la bronquitis crónica, la depresión y la ansiedad.
A mayor pobreza energética, peor salud
En concreto, la probabilidad de tener bronquitis crónica es 4,94 veces superior, en el caso de las mujeres, y 5,43 veces mayor entre los hombres que sufren pobreza energética que entre aquellos ciudadanos que no se enfrentan a este problema. Y en el caso de la depresión y la ansiedad, la probabilidad entre la población con pobreza energética es 3,23 veces superior entre las mujeres y 4 veces superior en el caso de los hombres.
El estudio también muestra una asociación entre la intensidad de la pobreza energética y el estado de salud dentro del colectivo de Energía, la justa. A excepción de la bronquitis crónica en hombres, hubo diferencias significativas en todos los indicadores, de manera que, a mayor pobreza energética, peor salud. La depresión y la ansiedad en las mujeres y el asma en los hombres fueron estadísticamente significativas en todos los niveles de intensidad de pobreza energética.
Diferencias no solo energéticas
Las diferencias entre la muestra del programa contra la pobreza energética del consistorio barcelonés y la población general de Barcelona ya se manifiestan en los parámetros demográficos, socioeconómicos y de características del hogar.
Por ejemplo, el número de personas nacidas fuera de la Unión Europea se acercó a la mitad en la muestra de Energía, la justa (mujeres, 49,0 %; hombres, 42,2 %), pero fue mucho menor en Barcelona (mujeres, 17,5 %; hombres, 15,6 %). Y las madres solteras en este colectivo duplicaron a las de la encuesta de Barcelona (21,3 % versus 10,4 %, respectivamente).
Tanto el nivel educativo como la posición socioeconómica fueron más bajos en los ciudadanos del programa contra la pobreza energética, y la mayoría de sus participantes eran inquilinos (mujeres, 76,8 %; hombres 72,7 %), mientras que la mayoría de la muestra de población de la ciudad condal eran propietarios (mujeres, 66,2 %; hombres 63,4 %).
Una alta proporción de participantes del programa contra la pobreza energética informaron que no podían permitirse mantener la temperatura adecuada en el hogar los meses de frío (mujeres, 78,0 %; hombres, 74,8 %) y una alta proporción de ellos tenía atrasos en las facturas de los servicios públicos (mujeres, 68,3 %; hombres, 68,1 %).
“Este estudio muestra que la población vulnerable afectada por la pobreza energética es desproporcionadamente elevada en mujeres, inmigrantes, personas con bajos niveles de educación, desempleados e inquilinos en una ciudad del sur de Europa, como es Barcelona”, señalan los autores.
“Esta población sufrió una prevalencia impactantemente mayor de mala salud autopercibida, morbilidad respiratoria y mental en comparación con la población sin pobreza energética –añaden–. Así, las políticas y los programas específicos para aliviar la pobreza energética deben coexistir con políticas estructurales más amplias destinadas a mejorar las condiciones de vida, trabajo y vivienda. Ambas estrategias combinadas reducirían los efectos sobre la salud y las desigualdades en salud en poblaciones afectadas por múltiples privaciones sociales”.
Además, ante la actual pandemia, los mismos autores advierten: “La anterior crisis económica agravó la pobreza energética en España, y a la luz de la actual crisis económica desencadenada por la covid-19 se espera que el problema de la pobreza energética se agrave con consecuencias adversas graves para la salud”.