Desde la Antigüedad, las sanguijuelas (Hirudo medicinalis) han sido utilizadas para provocar sangrados con fines terapéuticos. Sin embargo, quizás no es tan conocido que fue en las primeras décadas del siglo XIX cuando su empleo alcanzó una auténtica edad de oro.
Este incremento en su uso se inicia en 1820, a partir del éxito que alcanzaron las teorías del médico francés François J.V. Broussais. Este consideraba que las enfermedades se desarrollaban por la inflamación del tracto gastrointestinal y que por una acción de simpatía se producía la irritación de otros órganos, por lo que la provocación de sangrados en la zona abdominal aliviaba y conllevaba la curación del paciente.
Este planteamiento se tradujo en la aplicación de sanguijuelas para tratar cualquier tipo de enfermedad. Una modificación en el conocimiento científico que motivó que estos anélidos rápidamente cambiaran su categorización. Se convirtieron, por tanto, en un insumo relevante en la medicina practicada en hospitales y centros sanitarios.
De esta forma, el uso de sanguijuelas creció exponencialmente y se generó una gran demanda internacional que tenía en el mercado francés a su principal consumidor.
De hecho, debido al aumento de la popularidad de estas teorías, se ha calculado que el país galo utilizó entre 50 y 100 millones de ejemplares anuales durante los primeros años del boom. Francia se convirtió en el gran consumidor mundial de esta clase de invertebrados.
La creciente demanda de sanguijuelas en los hospitales franceses y el elevado precio que alcanzaron conllevó una gran sobreexplotación y la búsqueda de este recurso en otras regiones foráneas. Así, este país comenzó a organizar la recolección priorizando las áreas más cercanas, llegando a importar más de 57 millones de ejemplares tan solo en el año 1832.
El sector de las sanguijuelas en España
El incremento de la demanda francesa provocó una fiebre recolectora en otros países, incluido el territorio español.
Se instalaron factorías en los lugares clave para la recolección y se crearon rutas de comercialización hacia el país vecino. Así, los animales eran transportados grandes distancias en sacos de tela que se mantenían humedecidos dentro de cestas o cajas de madera llenas de arcilla. Se calcula que desde España se llegaron a exportar a Francia unos 19 millones de ejemplares entre los años 1827 y 1849.
La elevada presencia de recolectores y mercaderes franceses en territorio español causó una honda impresión en la época. Por un lado, los mercaderes franceses eran los principales beneficiarios del incremento de los precios, circunstancia que denunciaban continuamente los recolectores españoles. Por otro, la presión recolectora sobre este animal ya era más que evidente.
Las tensiones por el control de este recurso médico se multiplicaron en todos los ámbitos: social, económico y político. Una muestra de la resistencia local ante la presencia de comerciantes foráneos fue el asesinato en 1825 de un galo al que, atado a un árbol, se le aplicaron todos los ejemplares que acababa de recoger.
Todo ello teniendo en cuenta que al mismo tiempo que aumentaba la demanda exterior, dentro del territorio español también se extendió su uso. La corriente brussista se había difundido con gran rapidez en los países occidentales y las sanguijuelas eran empleadas habitualmente en hospitales, presidios o centros de beneficencia.
De hecho, todavía en 1866, más de treinta años después de que la teoría de Broussais hubiera sido superada por el conocimiento médico empírico, el hospital provincial de Valencia estimaba el consumo anual de sanguijuelas en 400 000 unidades.
Consecuencias de la sobreexplotación del recurso
El rápido incremento de la demanda provocó, en apenas unos años, una gran presión recolectora sobre el recurso. Esta circunstancia ocasionó el agotamiento de las poblaciones autóctonas, algo que también ocurrió en otros lugares de Europa. Son numerosos los testimonios escritos que constataban cómo en diferentes lugares de España las poblaciones autóctonas de sanguijuelas se encontraban diezmadas por la intensidad de la recolección.
De hecho, un amplio conjunto de denuncias a lo largo de la geografía española motivó que se pusieran en marcha respuestas normativas restrictivas.
Sirva como ejemplo el caso de un municipio de Soria, donde se decía en el Diccionario de Pascual Madoz que “ha disminuido mucho su cantidad por las enormísimas extracciones que de ellas han hecho los franceses para su nación”.
Esta percepción generalizada de que se estaba sobreexplotando el recurso explica la aprobación por parte del Gobierno de diversas acciones legislativas.
La primera restricción tiene lugar en Galicia, donde existía un espacio relevante para la recolección en la laguna de Antela. De este modo, ya en 1827 se estableció un periodo de veda para la extracción de sanguijuelas durante varios meses al año con el objetivo de favorecer su cría.
Posteriormente, en 1839, se aprobó una segunda normativa de importancia. En ella se prohibió la exportación de este insumo médico desde todo el territorio español durante dos años.
Por otra parte, también se intentaron buscar, sin gran éxito, soluciones tecnológicas para recuperar las poblaciones y establecer nuevas áreas de producción. Así, se desarrollaron nuevos modelos productivos, se crearon premios a la innovación en el sector, se publicaron materiales divulgativos e, incluso, se tradujeron textos franceses.
En definitiva, un cambio en el conocimiento científico internacional provocó en apenas unos años la práctica desaparición de las poblaciones de sanguijuela medicinal en España. Esto ocasionó desde las esferas pública y privada diferentes respuestas normativas y tecnológicas con el fin de limitar la recolección y favorecer la recuperación del recurso animal.
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