La adopción de la Resolución WHA49.25 en la 49 Asamblea Mundial de la Salud en 1996 marcó un hito crucial al reconocer la violencia como un problema significativo de salud pública a nivel global con consecuencias de gran alcance para individuos, familias, comunidades y naciones. Más allá de ser una flagrante violación de los derechos humanos, la violencia dirigida hacia las mujeres ejerce un impacto sustancial en su bienestar físico, mental y social.
A pesar de los avances continuos en este ámbito de estudio, es notable que gran parte de la investigación epidemiológica sobre la violencia en mujeres se haya enfocado principalmente en aquellas de edad reproductiva. Esta limitación ha resultado en una brecha significativa en la evidencia disponible sobre la prevalencia, los patrones y tipos de violencia contra las mujeres mayores.
Estos límites de conocimiento parecen ampliarse aún más en la idiosincrasia de la violencia contra las mujeres mayores que residen en entornos rurales y remotos. En estos contextos, parecen emerger múltiples factores socioculturales que interactúan de manera compleja, contribuyendo a la invisibilidad de las situaciones violencia y dificultando la intervención efectiva.
Superar esta carencia de información no solo consolidará la base empírica para futuras acciones, sino que también será esencial para concebir estrategias políticas y de intervención, cultural y territorialmente sensibles y adaptadas.
Los entornos rurales suelen ignorarse
Decía William Thomson (lord Kelvin):
“Lo que no se define no se puede medir. Lo que no se mide, no se puede mejorar. Lo que no se mejora, se degrada siempre”
La frase, acuñada a finales del siglo XIX, adquiere una relevancia esclarecedora al abordar el problema de la violencia contra las mujeres mayores en entornos rurales y puede servir para subrayar la necesidad de definir y medir con precisión este fenómeno, dada su complejidad.
La primera limitación se manifiesta al plantear el interrogante: ¿cómo se concibe lo rural en las investigaciones sobre la violencia en mujeres mayores?
Sorprendentemente, dichas investigaciones no suelen abordar de manera sistemática el concepto de lo rural, a pesar de que, como se expone en The Centre for Research & Education on Violence Against Women & Children, distinguir entre cada tipo de comunidad puede ser de utilidad para discernir la singularidad de factores socioculturales que dan forma a la violencia en cada contexto. Las incoherencias definitorias de lo rural pueden tener un amplio impacto en las mediciones en investigación.
Algunos estudios previos han situado la prevalencia combinada estimada del abuso y la negligencia en personas mayores rurales en el 33 %. A pesar de la exploración realizada sobre la prevalencia en diversos contextos, tales como comunidades y entornos institucionales, existe una escasa evidencia enfocada “exclusivamente” en mujeres mayores de áreas rurales o remotas. No obstante, un estudio reciente ha abordado esta brecha, revelando una prevalencia estimada del 27,3% de abuso y negligencia en mujeres mayores rurales.
Además, la información desagregada por sexo y contextos territoriales en investigaciones epidemiológicas es limitada, lo que impide una comprensión holística del fenómeno, ya que la interrelación de datos sobre hombres y entornos urbanos puede eclipsar aspectos específicos relacionados con la violencia contra las mujeres mayores rurales.
Atributos intrínsecos de las áreas rurales como el aislamiento físico y social, la persistencia de estructuras patriarcales, la carencia de servicios sociales, la densidad de redes sociales locales y las relaciones familiares, vecinales y comunitarias estrechas confieren a la violencia en estos entornos una singularidad muy importante. Son aspectos que deben ser cuidadosamente considerados por profesionales especializadas durante la prevención y atención.
Una red social densa puede ser un inconveniente
La posible existencia de una red social densa y de proximidad puede manifestarse, en ciertos casos, como un factor limitante para la detección de situaciones de violencia. Las mujeres mayores que forman parte de estas comunidades pequeñas y cohesionadas pueden expresar temores relacionados con la denuncia ante los sistemas de protección y las fuerzas de seguridad.
Existe la preocupación de que la identificación de la familia o del perpetrador sea inevitable, especialmente si otros familiares trabajan en dichos ámbitos. Estas aprehensiones pueden disuadirlas de notificar, denunciar, expresar sus experiencias o aceptar ayuda.
La propia comunidad, las profesionales de la intervención comunitaria y el trabajo social son pilares esenciales para la prevención de la violencia y el empoderamiento de las mujeres mayores rurales.
A nivel comunitario, la sensibilización y educación, junto con la promoción de espacios seguros, son cruciales para evitar la ocurrencia y persistencia de situaciones abusivas.
Las profesionales del trabajo social desempeñan un papel fundamental al brindar apoyo emocional y recursos a las mujeres afectadas, y en la capacitación a entidades y a profesionales de los servicios sociales, de salud y fuerzas de seguridad, lo que optimiza la identificación y atención discreta de los casos de violencia.
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